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sábado, agosto 30, 2025

Lecturas veraniegas XXXII

Cuando se escribe poco sucede que muchas ventajas de la escritura se consiguen con la sola lectura. Si tres mujeres han de escribir sendas y cuidadas cartas en la estela de una confesión un tanto obsesiva o de una indebida expiación, también entones un azar a medias cinegético hace que al doblemente ficticio Sr. Misugi le baste con remitir dichas cartas a un escritor al que identifica justamente por identificarse a sí mismo, convertido en los ordenes paralelos de un poema impertinente y de su propia vida sin espejo en un sísifo armado y al fin y para siempre pesaroso: de te fabula narratur entiende el hombre.



最初の欺瞞

と死の欺瞞の間

戦争と死


Pero supongamos que el cazador recibe tres cartas de las tres personas que le son tan próximas, pero no reconoce en su memoria ninguno de los hechos, que no puede creer en el amor clandestino y el adulterio continuado de que hablan las cartas, que son cartas de despedida y por tanto irrefutables, que aunque solo destinadas a él no dejan en su conspiración alternativa alguna a su irreformable biografía.

O supongamos que Inoue envía, al tiempo que nos habla del señor Miura en su historia 闘牛, que ya saben lo que quiere decir, las tres cartas que acaba de escribir a la revista El compañero del cazador, revista de la Sociedad de Cazadores del Japón, y que uno de sus lectores, adúltero y obsesivo, escribe un poema en que retrata el encuentro con un escritor vagabundo durante una solitaria partida de caza, ciertamente mayor.

O, en fin, admitamos, que tres mujeres cercanas a un escritor se confabulan para acabar con él y contratan a un cazador para ponerlo en peligro o en evidencia.

O que los lectores piensan que si un conocido escritor da una forma precisa a su escrito, que es epistolar y se inscribe en un marco o coartada narrativa (instrumental, pero que se quiere cargada de significado), lo hace solo después de no encontrar ni sobres ni sellos ni papel dignos para hacer llegar a su esposa o a su amante las cartas que ellas debieran haberle remitido, lo hace solo después de haberlas escrito él mismo como si una carta fuese un espejo, y lo hace solo tras verse a sí mismo reducido a una cierta impotencia literaria y con la triste intención de que su cuaderno llegue pronto al escritorio de su editor .


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