Este libro de 1984 recoge cinco relatos sin demasiada violencia calificables de juveniles, anteriores a su primera novela y, en buena y lógica y redundante consecuencia, a todas ellas. Pynchon escribe un prólogo notable que nos ayuda, o ayudaba al lector de hace cuarenta años a entender la grippe espagnole (para la inteligencia de esto último léase dicho prólogo) de la época, los 1950 de Truman y Eisenhower.
to increase both, or to decrease both
Yo solo voy a a hablar de “Entropy”, publicado en 1960, escrito algo antes, el relato emblemático de todo Pynchon, esa magnitud (esencia sin medida que decía otro taxista) con la que tanto nos hemos columpiado (“pero el desorden es mayor / en el indispuesto mobiliario”, que decía un poeta microscópico de la antología) para diversión de ese ramal del paleoceno que atendía al cerril apelativo de "postmodernismo".
Entre otras cosas, Pynchon es un maestro de las citas, los ecos, las menciones. Contemplo mis vergonzantes atentados en los márgenes, siempre en exceso generosos del claudicante volumen, entre los explícitos Henry Adams, Gibbs, Faulkner, Barnes, la música, muchos otros, palabrotas en un húngaro un tanto perjudicado y sin código corrector de sol sostenido a mi menor, Dante (“in the sad dying fall of middle age”), un conocido arranque ("Downstairs, Meatball Mulligan lease-breaking party…”), o el Conrad recreativo del prólogo again (“So to my shipmate, as senior member of the patrol, fell the obligation to pass the time telling sea stories”).
La contraposición entre una fiesta desmadrada y el intento imposible de mantenerse en un santuario a salvo de la decadencia, nos descubre la paradoja del desorden pintoresco como panorama muy gratificante para el observador (porque este no está a la escala de los microestados de lo descrito) y la fría espada del equilibrio final que nos amenaza, salvo si somos lectores o termodinámicos a la violeta.
Podemos pensar desde luego que desde la muerte térmica ya no se puede contar nada, pero lo más grave es que todo lector sufre un calentamiento que incrementa su desorden (“las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio”). Como se sabe, lo costoso en estas condiciones es el borrado, como variedad bien milimetrada del olvido.
Porque aquí tenemos otra paradoja suprema, conocer solo es posible pagando con la moneda del olvido.
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