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domingo, agosto 03, 2025

Lecturas veraniegas 2025 V

Es un lugar común, subgénero batallitas del estudiante de letras, aquel que perjura lo probabilísimo que resultaba, si no inevitable, pasar en los años de más o menos figurada juventud y lozanía por una etapa de seducción antropológica, años en número variable de los que no todos pudieron desasirse, estaciones sin historia en que la verdad era cosa de Boas, Malinowski, Lévi-Strauss, los otros jefes de escuadra que aquí  no se nombra y sus secuaces respectivos.

A mí esto me dio de refilón (mas recibí la flecha que me asignó Pausanias) en la época en que se tradujo y se publicó a Marvin Harris en España; y Marvin Harris era algo así como un materialista anti-dialéctico (en la antropología francesa no lévi-straussiana de aquel entonces, esto es, Godelier o Meillassoux, lo de dialéctica habría que mirarlo bien), y un materialista anti estructuralista o anti-lévi-straussiano.

Sin embargo, el materialismo cultural de Harris donde menos materia veía era precisamente en la cultura la de Urtasun y la de Taylor. Cuál fuera el caso con Leslie White o Julian Steward, no me pararé a considerarlo. Sucede entonces que la aparición de algún volumen en los estantes del verano me hace retornar a antiguas cuitas. Me detengo en la polémica allá por  1976 (revista L'Homme, 16, uno y dos) entre Marvin y don Claudio. Harris se refiere a ella apenas tres años después en su El materialismo cultural, que Alianza publicó otros tres años más tarde, aquel 1982 del Mundial, de todos los países vienen a jugar, y algunos otros pecados.



Λωτοφάγοι, οἳ τὸν καρπὸν μοῦνον τοῦ λωτοῦ τρώγοντες ζώουσι


La polémica se construye en torno a la crítica que el norteamericano hace del análisis que el francés hizo de unas narraciones de los bella bella, a los que seguramente se referirá más bien el lector cuando habla de estas cosas en el bar con el cristalino etnónimo de 'heiltsuk'.

La estrategia de Harris es la de minar las límpidas, si bien siempre elementales, estructuras que Lévi-Strauss desvela, o eso se dice, en los relatos, y hacerlo señalando precisamente allá donde se han forzado los datos que podrían (paradigmáticamente en este caso) sustituir con la ventaja de la mera fuerza de la realidad externa, la coherencia que prestaría al relato la ilusión de que este ilustrase una verdad profunda relativa a la mente humana, al arriba los corazones, al ayuso los pantalones o vaya usted a saber qué otro arcano.

Sin embargo, si cabe desde luego conceder cierto éxito crítico a Harris, es también cierto que no podemos enredarnos en una suerte de empirismo absoluto, de total caos o de complejidad infinita de las referencias del etnógrafo, y que ese empirismo, necesario y bien traído, en su caso reposa sobre la austeridad teórica de las explicaciones propias del materialismo cultural.

Paradoja extraña la del idealista para quien el hombre es una breve cadena de oposiciones binarias y el materialista que deja los contenidos mentales, o lo que sean extra capita, en las afueras de su disciplina, en lo que siempre persevera, salvo cuando la polémica lo aconseje.

O no tanto ni tanta paradoja. Quizá lo que tengamos aquí sea la necesidad sentida por quien quiere ser científico, aunque sea de mentirijillas, de acotar su territorio: Homo sum, fere omnia aliena puto.



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