Vistas de página en total

miércoles, abril 25, 2012

Dos contribuciones económicas.


El dopaje. Si en una profesión sólo vale ser el mejor o estar entre los pocos mejores, no será raro aceptar riesgos notables para lograrlo, esto es, elegir entre no ser nada y ser uno al que han pillado y descalificado. Nótese, sin embargo, que en todo hay clases y que el futuro de un tenista mediocre puede ser más prometedor que el de un atleta o ciclista mediocre.
Un corolario sería que la mayoría de los mortales buscará –en la medida de sus posibilidades, como Azcona decía que era de derechas- profesiones, que son la mayoría, en que uno se puede ganar dignamente la vida sin tales exigencias. Por ejemplo, siendo el diez millonésimo mejor transportista. Pero de ello se sigue que quien elija el ciclismo o la natación será más bien porque se considera a sí mismo como cercano o integrado en el grupo de los pocos mejores.
No es despreciable el uso masivo, a favor opera la correspondiente psicopatología, de sustancias dopantes por aficionados (y es posible que sea aquí donde está ya el negocio), pero esto merece un análisis que nos aleja del sujeto racional que tiene fines y gafas de bucear dignas de tal nombre.

El dinero es la verdad (1) Por si cabía alguna duda, que siga habiendo científicos que fallen en el control antidoping por publicar en revistas de pago, nos hace ver cuál es el criterio de verdad efectivo en este mundo del color del vidrio de Peter Ustinov. La verdad es Elsevier, Wiley, Springer, cuyo modelo de negocio viene a ser el de las farmacéuticas, aunque las editoriales, en su mayor perfección, siguen aquel hermoso lema de “¡que investiguen ellos!”.
No cabe excluir que alguna de las citadas acabe por contratar a Teddy o a Tauschwert o al mismo Gebrauchswert. No cabe tampoco excluir que amplíen sus actividades -con el beneplácito de los poderes públicos y de nos, la cátedra-  a la selección de personal, la valoración de curricula, la concesión de sexenios y a, beati hispani quibus mutare manere est,  vestir el hoyportí y el doutdés como lo que son, méritos innegables y cienciométricamente establecidos.

(1) Aunque la verdad sí que huela, la diga Agamenón o su porquero.