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viernes, julio 31, 2009

ONG (para una antología de lecturas de verano)

El terrorista lee a Borges, ejecuta unas cuantas piruetas dialécticas y sueña que su ejército es todo el mundo, que, por paradoja, militan en él sus enemigos declarados y las anónimas y torpes gentes que simulan no estar en el secreto, que simulan negar un promisorio y comprometido reclutamiento que llegó a todo hijo de vecino, que se inmolarían, por completar el razonamiento, ante su monumento de huesos y calaveras, como víctimas conscientes y tan meritorias.
Pero ese sueño glorioso se torna en pesadilla y ahogo porque no encuentra modo de afirmar su primacía entre los ahora infinitos pares que le privan de su condición de elegido. Despierta y en rápido tránsito pasa del sobresalto a la tranquilidad diurna. Algo no le queda claro, no obstante, y no sabe en esa mañana precisa si es más urgente alguna batalla por el poder en los círculos concéntricos, que se difuminan a lo lejos pero no tanto, de su organización; o si lo es cumplir con la indiferente obligación del asesinato.
Recuerda entonces su sueño, sueña con futuros liderazgos para los que estos presentes trabajos, subrayados también en rojo en su hoja de servicios, serán inmejorable referencia. Y, como está recordando su sueño y perdonen ustedes por repetir sus palabras, resume macabro el día diciéndose que ha matado dos pájaros de un tiro.

jueves, julio 30, 2009

Tocado (para una antología de lecturas de verano)

Recuerdo de las excursiones de verano que los niños propendíamos a atajar de manera equivocada: pues los caminos de los adultos eran claramente una pérdida de tiempo, trazábamos nuestra curva irresoluta como la más inmaculada de las geodésicas de secano.
Y recuerdo que, a la vuelta, solíamos llevar el bañador en la cabeza, tocado que nos hacía correr más deprisa y conseguir cierto ímpetu extra en nuestras cargas contra un enemigo que raramente comparecía.
Hace unos días, a la vuelta del pantano, me puse el bañador mojado en la cabeza. Los razonamientos físicos y fisiológicos, si solicitados, sonaron a abierta excusa, pues era otra la fisiología y la termodinámica que contaba allí. Diagnostiquemos una actualización de la memoria, que sólo es negación, que sólo es un rechazo de los años que van pasando y que, si se produce, es por eso mismo, porque los años van pasando y nuestros caminos rectos no llevan a ninguna parte.

miércoles, julio 29, 2009

Junio de 1981 y otros sucedidos (para una antología de lecturas de verano)

Juan Luis Rata, Los mejores años, Zaragoza, Ediciones Pelo de Conejo, 2009

Rata (Zaragoza, 1961) en este Los mejores años nos habla sin rubor (literario, se entiende) de su juventud y de la de algunos de sus coetáneos. Dos fragmentos de distinto carácter:

Ese mes de junio íbamos buscando la fresca de las viejas tabernas, mirábamos los toros en el televisor como si fuéramos viejos aficionados y también fue ese preciso mes cuando nos reencontramos con las piscinas y los lugares de nuestra infancia, pero en un tiempo recobrado en que las niñas eran ahora mujeres (no diría, desde luego, que eran muchachas en flor) y nosotros, supongo que unos patanes. Pero todo aquello pasó como pasa casi todo y seguimos con los paseos en verano a las cinco de la tarde, por huir de casa, en una adolescencia prolongada y cada vez más revenida.

Rosales vivía como si la vida fuera un inconveniente o una espera enojosa tal vez en una estación de ferrocarril, y no digo con esto que esperase una mejor tras la muerte, ni que en la estación enlazase como creerá y esperará enlazar un creyente en la metempsicosis que se esté aburriendo en una encarnación poco favorable. No, simplemente Rosales agigantaba las pequeños y aun las grandes pejigueras de que está bien pertrechada cualquier vida, y ésta no acababa siendo otra cosa que aquéllas.

Y es que Rata oscila entre la petulancia literaria y la petulancia filosófica. Y sin embargo… Y sin embargo, mecanografíemos otro pasaje:

Solíamos cruzar la Ciudad Universitaria, desierta, las luces de la noche humedecidas por la niebla porque, de acudir a nuestra cita por diferente camino, nos encontraríamos sin duda con alguno de los muchos bares que nos estaban esperando, como si un bar cualquiera fuera, en su miseria y en la de sus parroquianos, un epítome del mundo y sus delicias, una enciclopedia y una promesa de venturas innumerables.

Esperamos impacientes el título de Rata que el editor anuncia en la solapa: Lecheros por el barranco y otras andanzas verosímiles.

martes, julio 28, 2009

Aquellas lluvias radiactivas de antaño (para una antología de lecturas de verano)

El futuro no es, desde luego, lo que iba a ser. Y no sé si encontraré buena formulación, o copiaré la que dibuje más certera paradoja, o la más engañosa. Algo así como "el futuro ya no es lo que era", "future is not anymore what it used to be"; pero creo que sería incapaz de discernir lo que verdaderamente podría estar diciendo.
Y es que el futuro era de una calidad más centrada en los remaches, la chapa, algunos cromados y velocidades que no conocían límite. Yo creo recordar también que el futuro se recreaba en chaparrales y paisajes más bien resecos, como corresponde al verano, estación en que teníamos más tiempo para el futuro, lo que entendido de otro modo que el probablemente primero también podría llegar a traérselas.
No quiero hacer pensar al lector que ne refiero en especial a la llamada ciencia ficción,; creo que aquel futuro que vivía sobre todo en algunas series de televisión procedía y luego, en su regreso, lo había permeado, del mundo en que vivíamos, quiero decir, el barrio, el campo de basket y el de hockey, la piscina y el club de los claretianos.

Tomado de F. Miravitlles, Ones fora de fase, Terrassa, Gresol, 2009.

lunes, julio 27, 2009

Manco (para una antología de lecturas de verano)

Debía de ser un domingo de cuando el invierno se hacía benigno, tal vez de cuando la primavera sólo era barro y yerbajos del ciclo recién pasado. Para mí, que con suerte despabilaría un metro con cuarenta, o para mí, que recordaría todo con una cierta propensión a la economía, el mundo era esa mañana una llanura jalonada de una hilera de chopos y de acequias donde acechaban sanguijuelas y ratas.
Recuerdo a la pareja de novios, recuerdo a los que quizá eran ya un matrimonio joven. A él le faltaba una mano -su antebrazo se afilaba y enrojecía: como en la broma de "éste es el que te pilló el carro"- y lleva en mi memoria camisa de manga corta. ¿Deduciré que la primavera era tal vez la primavera de junio y el barro es el de otra comida de domingo en casa del hombre cuyo rostro me acaba de volver a la memoria tan evidente y detallado como en el más falso y espléndido de los recuerdos?
A él le faltaba una mano y ella era hermosa y convencional. Era discreta, hacendosa y limpia con la belleza tímida de una joven recatada en un país en vías de desarrollo. No sé qué pensaba ella de que al paseo de la mañana del domingo acudiese también la carabina de aire comprimido, que la mano derecha y única portaba tan lista como un pelotón de reconocimiento. Cerca del río -quiero decir de la acequia- , él le comentaba algo a ella sobre hipotéticos nidos o sobre la consiguiente hazaña deportiva o escasamente proteínica. Siempre tras la detención con gesto sabio que quería denotar la intercepción de algún secreto o alguna astucia de la fauna o la flora náufraga de las huertas.
Tantos años después, adivino en ella un escepticismo paciente y resignado; aunque tal vez fuera ella la que cargase los perdigones en la carabina. ¿O acaso pudimos asistir a una precisa ceremonia en que el manco abría hasta el ángulo conveniente su arma -ésa de la que no podía prescindir, la que recogía tras la salida de misa o tras la excusa que retrasaba la misa hasta las ocho de la tarde-, que apoyaba tal vez en el codo izquierdo, puede que en la rodilla, para liberar su única mano, la del pluriempleo, que así podía extraer el perdigón de su boca (displicente ante cualquier advertencia de saturnismo) e introducirlo brillante, en una inesperada metonimia del sargento York, en su posición, capaz para el cono, para la copa y para las mil formas del plomo?
Mucho tiempo después, tal vez tentó la pesca, cerrar los alicates sobre el sedal, enhebrar moscas barrocas. Cuando la novia escéptica prefería también una invitación en el mediodía del domingo, no tan lejos de los lugares habitados, en un establecimiento donde ella pudieran pronunciar una fórmula de prestigio: "Para mí, un marianito rojo."

Tomado de Pedro Santana, Para una antología de lecturas de verano, Logroño, Ediciones Ostienses, 2009.

domingo, julio 26, 2009

El librillo de arena (para una antología de lecturas de verano)

Los números de la página no podían ser los números de las páginas innumerables en el sentido borgiano que no en el propio. Si lo eran en éste y emblematizaban su imposible orden, nos las veíamos entonces y nos las seguimos viendo con el improbable campo complejo, improbable en el uso borgiano. A aquél le convienen las hojas, espirales, como de dibujo de Leonardo, como de despalilladora mal percibida.El librillo de arena se escurre entre los dedos, como el libro de harina, que es la versión en pdf, o en Fiction Book 2.

Tomado de Landelino Vande Velde, Le cru et le mi-cuit, Bruges, Éditions Stronglink, 2009.