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martes, enero 31, 2006

Que nos queremos tanto

Es posible que algunos desastres ecológicos -fulminantes algunos, de lenta progresión otros- tengan lugar porque quien está en disposición de evitarlos o aminorarlos piensa que sus costes están fiados a muy largo plazo. “Qué largo me lo fiáis.” Esto no es otra cosa que evidenciar la inexistencia efectiva de un sujeto. Otro vicio es el de identificarlo falsamente: la humanidad, etc., tirando, como se ve, por elevación. Todo empieza por no identificar sujetos efectivos y se acaba sujeto a vaya uno a saber qué. De hecho, el discurso ecologista (Franz J. Broswimmer, Ecocidio, v.b.) propende a olvidar la batalla entre sujetos dentro de la sociedad política. El citado, en sus diamantinos case studies, habla de estratificación y explotación, como el cerebro que explota al hígado, ya se sabe. El determinismo ecológico se dedica a cancelar causas y factores en un auténtico ecocidio metodológico. Los sujetos desaparecen en nombre del “nosotros” abstracto, donde parece hallarse la salvación (según el modo cohortativo, by the way). Es pura ecología y supervivencia del más fuerte: los determinantes ecológicos expulsan a otras especies de la sabana, pero vamos a dejar este asunto un tanto memo y busquemos (no es cohortativo) su complementario, “que le gusta a cierto público, tirando a patibulario”.
Y es que cancelar sujetos es justo lo contrario de la especialidad demostrada de Rubianes, quien identifica los sujetos benéficos (Cataluña, que dispone de una mordible mano para dar de comer; tan buen sujeto que, cuando le muerden una mano, pone la otra mejilla) y los maléficos, España, distribuida en individuos de testículos explosivos y explotables. No sabemos qué tesis propone este pensador a propósito de las mujeres españolas, pero cabe la posibilidad de que concluya que cualquier mujer, por el mero hecho de ser mujer, sea menos española, when she kisses included. Todo por el aplauso.

lunes, enero 30, 2006

El paraíso perdido de algún modo u otro

Raymond Smullyan concluye su Satán, Cantor y el infinito con una incursión en un género bien representado en el folklore y bien asentado: el del ingenio burlado de Satán. Impone éste, sentado como un cormorán (esto es, en las ramas, como espera y comprueba el lector) como los que ahora se ven por el Ebro, siempre atentos entre tanatorio y cementerio (1), una prueba ante la que el agudo estudiante cantoriano vencerá. Pero el cantoriano estudiante sabe de matemáticas y sabe de derecho. Su victoria dependerá del modus de las acciones prescritas en el contrato que firma. “La matemática se incendia ante el derecho”, escribió Azúa. Glosar esa línea requerirá siempre más bits y no queda espacio en este blog. Yehoshua Bar Hillel de Viena (o de Bnei Akiva) dijo la misma cosa, supongo, cuando escribió sobre la traducción automática. ¿Qué decía de nosotros cuando traducimos? ¿Qué sabemos o cómo es que nuestra capacidad procede de nuestro error?
Expulsados del paraíso (no nos referiremos claro a “Aus dem Paradies, das Cantor uns geschaffen, soll uns niemand vertreiben können”) o más modestamente de una finquita cualquiera, nos contentamos con no menos que descripciones inacabables: qué grande era mi colina. Inacabables como las que precisa la máquina que decía Bar-Hillel. Pero las descripciones infinitas hay que sortearlas. Ya dijo aquél que el Absoluto se reconoce, pero no se conoce.
Con lo que el lector ya puede juzgar cómo se hacen deshaciéndose los ovillos. Y los pseudo-ovillos.
(1) histórico.

domingo, enero 29, 2006

North by northwest: Farándula, blándula, vágula

Fernando Trueba en El país a Juan Cruz:
1) Hay unos papeles incautados, pues no hay nada que discutir: ¡Se devuelven a sus legítimos dueños y punto!
2) He intentado no gastar tiempo con esto del Estatuto. Es otra especie de delirio de los medios de comunicación, que se convierten, algunos sin quererlo, en altavoces de la derecha. Lo único que puedo decir es que me gustaría ser catalán. Probablemente es Cataluña el lugar donde mejor se vive del mundo. Es una sociedad muy equilibrada, que tiene lo mejor del norte, lo mejor del sur y lo mejor del Mediterráneo, y creo que lo que el resto de España tiene que hacer es aprender de Cataluña.
3) ...he cumplido 51.

Hubo un tiempo en que no era difícil encontrar inteligencia en la izquierda sedicente; su lucha por un lugar en el presupuesto convertía el discurso sintácticamente aceptable en una necesidad ecológica. Si ahora la inteligencia sigue estando, es porque se disfraza convenientemente de imbecilidad: "qué sencillito es todo y que teoría más apotorrante la mía." O, sencillamente, los cerebros gallináceos son adaptativos.
Mientras, podremos sostener que equivocarse de causa es gratis, pues no nos equivocamos nunca. El artista de la moral insufla su virtud en el partido que él toca y condena a quien quiera, contundente y ru(f)ianesco.

sábado, enero 28, 2006

Modo cohortativo

Nosotros es el mito al que recurrir cuando se quiere recortar el argumento. Sin embargo, no es un mito siempre. Seamos honestos. Por ejemplo, let us be true to one another, y cosas de esas sirven para poca gente. Sin embargo, sólo se trata de amplificar la Deixis am Phantasma (en alemán resulta obviamente más fantasma) e incurrir en un nosotros que pinta todo el mundo, el comienzo de la historia y la edad que ya es llegada en todas sus modulaciones. Marchemos todos juntos. Ese nosotros se refiere a esa cosa. Excelente pragmatismo el de aquel cura: “Cantemos todos, hombres también.”
El cura (relevantista él) desmitificaba el nosotros lo que podía el hombre.

viernes, enero 27, 2006

Pour les enfants de la patrie

Javier Cercas decide escribir para los niños (El país, il y a quelques semaines). Lo anuncia:

Ése es precisamente el problema: nadie sabe mejor que los historiadores -como lo sabe el propio Pradera [Javier]- que ese conocimiento [el de la historia de la España contemporánea en alguno de sus capítulos que no hará falta especificar] no ha llegado a la sociedad, permeándola y permitiendo en consecuencia instituir un relato consensuado de nuestro pasado inmediato que, como un mínimo común denominador, sin tergiversar la realidad histórica, sea aceptado por la mayoría de la sociedad. Para probar lo anterior bastaría con echar un vistazo a la avalancha de artículos y reportajes acogida por la prensa el pasado 20-N -y a más de un editorial-, pero es todavía más ilustrativo hacer lo propio con los libros de texto que se usan en las escuelas. A diferencia de lo que ocurre en Italia, Francia o Alemania, en España ese relato común no existe. Podría ser un relato muy sencillo, pero la realidad es que no existe [el relato de marras, la realidad ya sabemos que hace de todo menos existir].

Puesto que se trata de "instituir un relato consensuado", por otra parte ya dispuesto por los historiadores, el asunto de la verdad parece sortearse. Se trata de no “tergiversar la realidad histórica”, la cual nos resulta accesible gracias a la labor de los profesionales.
Cercas anuncia a continuación que escribirá para niños (o sea, como para niños) y lo hace:

Podría por ejemplo decirles a los niños: "Había una vez en España una República democrática mejorable, como todas, contra la que un militar llamado Franco dio un golpe de Estado. Como algunos ciudadanos no aceptaron el golpe y decidieron defender el Estado de derecho, hubo una guerra de tres años. La ganó Franco, quien impuso un régimen sin libertades, injusto e ilegítimo, que fue una prolongación de la guerra por otros medios y duró 40 años".

Cercas cae en la tentación de no escribir para adultos y nos presenta a un general perdido en su singular indefinido, venido vaya uno a saber de qué lejano país. Cuidado, Cercas, el general comienza siendo un ogro y puede acabar siendo un gigante (versión mini, desde luego) egoísta o cayendo tan simpático como un troll de dibujos animados, con los niños nunca se sabe.
“Algunos ciudadanos no aceptaron el golpe” en la medida de sus posibilidades, habría que pensar. Defendieron el vacío castillo del Estado de derecho sorprendidos en su buena fe de, por ejemplo, campesinos, posaderos y vendedores de queso, oficios todos ellos abundantemente representados en el género literario de referencia. La realidad, desde luego, se ha evaporado desde el “Había una vez” y no reaparece ni en el quiasmo final a cuenta de Von Clausewitz o de Rosa Montero, no lo sabemos bien.
La palinodia ya la ha cantado el propio Cercas hace pocos días. Quien con niños se acuesta, se levanta con unos cuantos publicistas de derechas, de centro o de izquierdas. La simpleza bordea la mentira y no la verdad. No por nada, sino por la confusión de categorías, no por la presencia de un error de hecho o una inexactitud. Los relatos no están fabricados sólo de verdades de hecho, aunque desmenuzados no contengan otro cosa.
¿No será precisamente que el relato que promete no puede ampararse en la ridiculez del lenguaje que utiliza y en la inepcia intelectual del parrafito? ¿Puede ampararse en alguno? Lo cierto es que la historia no nos va a proporcionar un relato independiente de quien narra y de quien paga la narración. Lo que podría uno preguntarse es sobre cuántas capas de falsa conciencia se han instalado las afiliaciones a unos relatos, a otros, o a otros. También podría uno preguntarse cómo los historiadores pueden evitar, si interesa, la cuestión de fondo acerca de la viabilidad de las sociedades políticas y los regímenes del pasado. ¿Era el general un aerolito que aterrizó un mal día o es la sinécdoque de algo así como la mitad de la sociedad política? ¿Mejor, lo sucedido fue consustancial a la “república mejorable” y a su desarrollo? Como la discusión irá por ahí y será tontamente metafísica, evítenla los historiadores. Ahora, si la evitan, su ciencia puede desplomarse porque se levanta sobre sillares que conforman cursos sobre los que plantean desviaciones (un golpe de estado) o rectificaciones (el mismo golpe de estado). Y, sin embargo, la solución es tan sencilla como el cuento de Cercas. Si no hay cursos patrones que seguir, si la contingencia se ha convertido en un expediente cancelador del curso que un académico desdeña, tampoco podremos borrar de nuestro presente los desvíos que para otros son regresos, no hay goma de borrar. Aunque quizá sí haya que borrar las identificaciones pueriles, las legitimaciones a la violeta y las subidas a la parra, y aquella España feliz que nunca hubo, si el endecasílabo north by northwest no ofende. Los manifiestamente mejorables somos nosotros, tan republicanos, tan franquistas, tan transitivos.

jueves, enero 26, 2006

A.G.A.

Aquel café que tomó en la sala orientada al sur. Aquel invierno tal vez del ochenta o del mero setenta y nueve. La época -esto es, los nuevos profesores- había traído un aire amable a un lugar que se le seguía pintando lleno de amenazas y de algo parecido al trato desconsiderado, por decirlo con prudencia. Ya se sabe, no sois nada más que una amenaza, pero esa amenaza es sólo el reflejo de mis malos momentos y mis malas memorias, habría dicho cualquiera de los anteriores responsables.
Había vuelto a aquel lugar y no recuerda muy bien por qué y no convendrá, por otra parte, extenderse en hipótesis que sólo falsificarán la memoria de una circunstancia aquí irrelevante; pero sí habrá que anotar el hecho de que había sido invitado por A. Digamos que ese dato es seguro y es el dato clave: de un plumazo A. barría décadas de atavismos hechas pedazos. Y añadiremos que fue la naturalidad de la invitación lo que convirtió un aula brumosa en una sala civilizada. Por alguna razón, las gentes del New Deal no parecían sujetas a la única obligación que había presidido aquella institución: humillar o bordear la humillación, sufrirla o contemplarla; de ese miedo nos habían hecho.
En el antedespacho orientado al oeste, sobre una estantería o en la repisa quizá de una chimenea, dos volúmenes que llamaron su atención. La generosidad es decir “toma, llévatelos”, sin mayor encuesta, sin nube de intercambio alguno. A. estaba más cerca de su interlocutor que éste de él, una virtud que resume tantas otras: la fortaleza es la confianza en el corazón humano. Esto sucedió pongamos que catorce años más tarde, allá por el noventa y algo.
Sabe que esas dos anécdotas son categoría y desearía aprender una lección inmejorable, pero hoy se queda con esos dos relatos que pretenden ajustarse al estilo mínimo de la esencia.
Pero la lección permanece. Ahora concluye con algo que ya sabía. No era sólo que los tiempos habían cambiado algunos lugares, el instituto, el palacete, o que algunas personas no eran como las de antes. Lo que se prueba es que A. era definitivamente bueno. Con la bondad que convierte el menor trámite o el más accidental encuentro en un modelo de amistad y cortesía, un lugar y un día que uno siempre podrá recordar si quiere recordar a un hombre.

miércoles, enero 25, 2006

El desorientado

Todas sus dudas conspiraban a favor de la inacción permanente. La inacción vergonzante que engendra dudas que conspirarán junto a las otras. Hubo quien sospechó que alguna derrota inesperada no le procuró sino una satisfacción íntima, suicida y dulce. Es el ocio de la vida retirada el arma que trajo a la batalla, dicen de él. Pero todo esto corresponde a un estado de equilibrio que se altera radicalmente con más facilidad de la previsible, ciclotímicamente, que tiene siete sílabas. La situación alternativa, que se da repentinamente como reverso de la inacción, es la de la acción dispersa y numerosa que ni siquiera genera caos (ni una cosecha de sangre propiciada por un loco). Sólo resulta en la propia desgracia entre el silencioso contento de los lugartenientes, que no sostienen y se entretienen en enmendar.
La razón se evapora y pierde pies y manos. Razón es ahora el discurso de alguien que se ha refugiado en la frustración, que perdió esa llave de cristal que le facilitaba el éxito y la sonrisa mimetizada especialidad de la jauría.
Corta las cuerdas que le atan y le mueven y se refugia en alguna taberna donde aborrecerá el dominó y su propia lentitud de reflejos. Seguirá enamorado de sus palabras pero ahora las verá vacías. Sus pies de barro son bibelots del lugarteniente eterno depositario del recuerdo de quien puede volver, de quien en realidad dilatará por siempre su regreso porque eso asegura su infalibilidad y la majestad de sus representaciones.
Su estrategia fue la de una virgen que decidió no transigir, pero acabó viendo cómo el mundo podía ignorarle sin mayor reparo. Sus memorias son páginas pobladas por perplejidades. Todo pudo haber sido tan distinto, mas qué importa.
(No sabemos si despierta de un sueño.)

martes, enero 24, 2006

Un poco de Artur es más

Los carnés de baile, al igual que otras armas arrojadizas, contribuyen sin duda a los capítulos más fabulosos de la mayoría de las biografías y las carreras políticas.
Lo que distingue a estos carnés es que no se borra a nadie formalmente, ninguna inscripción en principio ha de cancelarse, pero la función de la goma de borrar la realizan las nuevas afiliaciones o los nuevos apuntes, en el mismo o en distintos carnés.
La teoría a desarrollar es la siguiente: Tenemos modelos solares en que lo que importa es un solo carné de baile, el de la figura análoga al Rey Sol. Todos bailan alrededor de un astro sin que otras danzas menores tengan relevancia frente a ésta.
Y tenemos modelos cumulares en que cada componente tiene un carné con lo que, en consecuencia, para hacerse cargo de la situación hay que mirar cómo andan las inscripciones en varios de ellos, si no en todos.
Sirva de ilustración de éste modelo la conocida novela A Severed Head; sírvase también el lector establecer la analogía con un vodevil casi cualquiera. Por lo que hace al primer modelo, piense el lector en The Flight from the Enchanter o, más directamente, en Party im Blitz (1).
Problema grave es que alguien se crea el titular del único carné de baile importante sin darse cuenta de que en el cúmulo acabará colisionando con quien menos lo piensa. Por tanto, es necesario saber si estamos hablando de un sistema planetario o de un cúmulo abierto, desordenado y de vocación montaraz.
Vamos, pues, al segundo modelo, y esbocemos las condiciones de estabilidad según la composición de los respectivos carnés de baile. Que quien tengo apuntados me tengan apuntado a mí es condición necesaria para que la fiesta prosiga dentro de los cauces previstos, pero no lo es suficiente como veremos. Si nadie quiere bailar con quien quiere bailar con él, no bailará nadie, pero paradójicamente los conflictos no serán tan graves como cuando de una situación de coincidencia se introduzca un cambio que desbarate todo. Digamos que A quiere bailar con alfa y viceversa, que B quiere bailar con beta y gamma, y éstos lo mismo y están además dispuestos a compartir, por decirlo en el dialecto de la novela romántico-sexual, a B, aunque también es probable que beta y gama acaben siendo aficionados al cine de José Luis Borau. Todo parece funcionar, aunque hay que gente que no baila todo el rato. Supongamos además que prefieren la descrita a un buen número de las otras situaciones posibles.
Si A y beta deciden bailar una pieza o unas cuantas, veremos que los afectados no son pocos. Todos los demás se encontrarían con una situación diferente, tal vez indeseada, pero sólo se han producido dos mínimas anotaciones en sólo dos carnés de baile.
Pongamos que A está bailando con beta. Alfa ha perdido algo. Sabemos que B quiere bailar con gamma pero ha perdido la disponibilidad de beta. Alfa puede querer bailar con B o no. En cualquier caso, aumenta la probabilidad de que alguien se cargue el tocadiscos.
Disculpe el lector esta gallofa de alfas y betas, pero observe que A no ha manifestado ni su negativa a bailar con alfa ni la imposición de que B pierda uno de sus turnos o se conforme con gamma. En este mercado en que compradores y bienes son unos y los mismos, no queda claro que una pequeña desviación sea recuperable, lo que hace que grandes efectos se correspondan con responsabilidades subjetivas nimias, al menos si de lo que estamos hablando es de un guateque. Pero quédese aquí la gallofa, / que lo dicho ya es bastante.
De los modelos a las historias va mucho y es tentador pasar de los unos a las otras sin avisar. Las historias han de ser más complejas que los modelos, que no pueden complicarse sin dejar de ser modelos. No obstante, los relatos tienden por pereza a referirse a situaciones solares o, en todo caso, declaradamente transitivas y por eso relativamente simples.
Este carácter simplificador de los relatos es un serio problema científico, pero no es el único problema, sobre todo si pensamos en los que atañen a los bailarines y no sólo a los cronistas. Se da el conocido caso de quien cree que baila con quien quiere, pero a un son que siempre le tocan otros. Hay quien se cree director de la banda, pero porque ésta sólo toca lo que le piden desde el tendido. El títere se cree el rey del baile cuando mira su carné, pero no sabe quién se lo ha rellenado o, en el peor de los casos, le da igual el vals que la sardana. O sea, que le han regalado el carné en una tómbola.

(1) El lector que no atienda a la referencia literaria, buena analogía pero impertinente, puede pensar en un blog: los comentarios que se centran radialmente en torno al texto del titular del blog dan paso a un intercambio libre pero estructurado espontáneamente entre los comentadores. El autor imagina que los titulares de blogs con alta participación no podrán dejar de preguntarse de vez en cuando que hacen ellos allí ante la dinámica autónoma y difícilmente predecible de los mensajes.

lunes, enero 23, 2006

Una historia asimétrica

Llevábamos ya un buen par de minutos en silencio, lo cual para una reunión de siete individuos particularmente locuaces era mucho. Si seis de nosotros, y puede que los siete, contásemos ahora esto, y yo mismo lo estoy haciendo, coindiríamos en que era natural que quien rompiese ese silencio fuera Recarte:
-No es ésa la única historia de fantasmas o lo que sea que sucede en un hotel, como todos sabéis. Lo que quizá ignoráis es que estas historias afectan especialmente (es un hecho demostrado) a las encargadas de la ropa de cama. No, no es que los fantasmas precisen sábanas, ni tampoco es la historia de un parapsicólogo inglés redundantemente excéntrico que sostiene que los fantasmas proceden de, ¡jum!, el semen derramado.
Todos pensamos en la vieja broma de que Recarte no solía medir sus palabras excepto cuando hablaba de licores, ya fueran estos destilados o procedentes directamente de una operación de prensado. Supongo que estas ocurrencias de un mal gusto al que éramos totalmente inmunes han de recordarse a efectos notariales, pero quiero pensar que sirven también como refutación del inglés loco.
-Mi historia de fantasmas ocurrió en una pensión de Vitoria en abril de 1974, pero nada que ver con sábanas ni mujeres de la limpieza. Habíamos ido allí a que el San Viator nos diera la paliza acostumbrada en el Torneo del Sector y el Frente de Juventudes o quien se encargase de estas cosas nos distribuyó entre un par de pensiones.
-Por ese camino me temo que las hipótesis del inglés pueden parecer razonables.
-La verdad es que estuvimos cuatro noches y en todas ellas asistimos a trajines extraños de gente que entraba y salía. A ver si me entendéis, cabrones, era claro que se trataba de individuos que se dedicaban a cualquier cosa menos al comercio carnal. Se trataba de voces sólo de varones, serias, hoscas pero indiscernibles, acompañadas de ruidos, portazos, algún grito, todo menos cadenas arrastradas. Estábamos seguros de que hablaban en español, pero (y lo comentamos después algunos de nosotros) puedo asegurar que no nos llegaba ni una sola palabra discernible.
-Si eran ruidosos, no serían clandestinos.
-O clandestinos españoles, de comedia. De los que dejan vaciarse un saco de subfusiles en el patio de una estación de RENFE.
-Eso, Recarte, es la famosa leyenda urbana del terrorista que le cuenta su vida al primero que pasa con la acreditación que proporciona la exhibición del arsenal.
-Si yo os contara..., pero sigo con la pensión. Yo creo que estábamos todos en un estado peculiar, no asustados, pero bordeando alguna falla psicológica, a punto de coger el autobús y volver a nuestras casas.
-Ya, y la falla hizo que ese año, por fin, ganaseis a los vitorianos.
-No, desde luego que no, pero una vez derrotados, la cuarta y última noche casi vimos a los fantasmas. Sigo con la historia. Mi compañero de habitación y yo no lo hablamos, pero por un raro acuerdo no cerramos del todo la puerta. Desde su cama, él tenía un mejor ángulo de visión que yo, pero no era cuestión de hacer cambios al respecto.
-Y llegaron los fantasmas.
-Veréis, al rato mi compañero se levantó y vi que cerraba la puerta. No me atreví a pedirle que la dejara abierta (el raro acuerdo debió de ser sólo una figuración de éste que os habla) y supuse que entonces empezaría la fiesta, cuando ya los visitantes podían estar bien seguros de no ser vistos. Nada sucedió. Nada hasta que mi compañero se levantó otra vez y salió. Oí la puerta y el pestillo del cuarto de baño al fondo del pasillo, pero bastante cerca de nuestra habitación. En ese momento empezó todo, ruidos y voces, un follón intenso que cesó en cuestión de segundos. Mi compañero volvió, encendí la luz y le pregunté qué había visto. Ni visto ni oído nada. Era yo el único testigo o el único alucinado. De los compañeros de otras habitaciones, que sí habían oído todo las noches anteriores, qué podíamos decir. Ya les preguntaríamos. Esa fue la única vez que mi compañero y yo no padecimos la visita juntos.
-Perdona, pero además de que otras explicaciones están disponibles, esto recuerda mucho a una broma de tus compañeros de la que tú hubieras sido la selecta víctima.
-Es muy posible, tal como lo he contado, pero debieron reírse a mis espaldas y además de nada porque yo no mostré, os lo aseguro, ninguna emoción más allá de las que todos parecían sentir.
-Tu caso es, perdona otra vez, bastante débil. El sonido es menos fiable, incluso para lo falso o para la apariencia, que la vista. Quiero decir que creo como espejismo un espejismo visual, pero el sonido no nos da ni para eso. No hay caso.
Recarte pareció acceder súbitamente a un estado superior, se transfiguró podría decirse sin que faltásemos gravemente a la verdad de su rostro.
-Antes he dicho que casi los vi, pero no es así.
-¿Entonces?
-Los vi, pero fue muchos años después, cuando trabajaba en el periódico. Ya sabéis que me pasé dos años ordenando el archivo fotográfico. Casi todo era material inédito. Debo confesar que no prestaba a casi nada demasiada atención, así que mi clasificación era aproximativa y consistía sobre todo en un serie de cajones de sastre con etiquetas variadas. No sé por qué me fijé en particular en un sobre datado en 1969, pero allí estaba. El piso era perfectamente reconocible, los muebles y otros detalles incontestables. No me constó trabajo unir las fotos a la noticia. A fin de cuentas, la historia del periódico estaba encuadernada en aquél mismo sótano. Se había producido una redada policial y una de las personas que había en el piso había muerto al tirarse, se dijo, por el patio de luces.
-Recarte, has acabado de estropear tu historia. Ya era bastante inconsistente, como para añadirle los detalles de un archivero enloquecido y con los ojos rojos. Suma ya todas las circunstancias agravantes. Te iba a suspender hasta Jiménez del Oso, q.e.p.d.
-No lo negaría si no es por un detalle.
-¿Sí?¿Cuál?
-Muy simple. Ésta es la primera vez que la cuento.
-¿Y? ¿Qué verdad sacas tú de ahí?¿Que has sido muy honrado hasta ahora? Igual es la última vez también.
-Es posible, pero lo decía por otra cosa. Hasta ahora no la había contado porque me faltaba el elemento de convicción y creedme si os digo que sólo lo he conocido esta misma mañana.
-Esto empieza a prorrogarse peligrosamente.
-Sí, pero esta historia, reconoced que no la he puesto en labios de nadie. Me pasó a mí y hasta ahora podía yo pensar, pues soy tan escéptico como vosotros, que todo era una componenda de mi imaginación y mi memoria.
-¿Qué ha pasado esta mañana?
- Mi compañero de habitación. He sabido de él más de treinta años después. La vida no le ha sonreído. Al parecer se dedicó a negocios más bien turbios y, en los últimos años, se convirtió en un delincuente. Murió ayer, al intentar huir de la policía. En una pensión de mala muerte, estrellado en el patio de luces como una simple prenda de ropa que ha caído. Es curioso, lo había visto desde el primer momento.

domingo, enero 22, 2006

J.J.

Faces and small faces, shadows, pero antes debe hacer una confesión de carácter deportivo. Ya cuando habla con el librero se dice que dentro se aclarará cuál de ellos es. El librero busca en la solapa la foto adulta, guiado sin duda por alguna artesanía fisiognómica, pero ninguno de los dos advierte que allí mismo se soluciona el pequeño enigma. Él, sin embargo, antes de descubrir la nota sobre la fotografía de portada, y ya había leído el primer capítulo, llega a una conclusión que a la postre se demuestra correcta, esto es, coincidente con la aclaración.
Pero antes había tenido tiempo para extender el campo de las posibilidades, adjudicar a cada uno de los jugadores la biografía que le estaba esperando tan sólo al autor, de adjudicársela, entiéndase, en el vacío, porque él desconoce esa vida. Cada una de esas caras da forma a las páginas que le esperan a él, se dice. Sin embargo, la identificación, su epifanía efectuada en un intermedio de la lectura, le ha producido un grado de certeza digno de la teoría de la medida. Los demás rostros y la gabardina desaparecen de la historia que él todavía no conoce y no conocerá, desde luego, nunca. Camisas y camisetas, el entrenador eterno. En cambio, ha tenido que leer la nota para reconocer que se trata de baloncesto. Hasta entonces había sido fútbol, cuando balón, cancha, zapatillas y hasta el número de niños dejaban ver claramente que su horizonte no se limitaba al culto de San Telmo.
O sea, que acudimos al libro con las ideas ya escritas: aquí está de delgado futbolista, por ejemplo un lateral como Escalza para sustituir al modelo Sáez. Pero no, era él, eso ya lo sabíamos, y a partir de ahora debemos de pensar en un alero sector camisas y botones y no camiseta. O sea que leer no es añadir, sino más bien borrar. Ven, autor, suprime nuestro prejuicio. Todo conocimiento no es sino olvido.
Seguimos leyendo. Seguiremos borrando las sombras que no corresponden, o sea, seguimos aprendiendo.

sábado, enero 21, 2006

G.C.

El tabaco y su estética, sector exótico:

Si es en el hombre un vicio el de fumar,
en la mujer es gracia particular
y con un cigarrito ¡válgame Dios!
cada mujer chilena vale por dos.

Pero que la zarzuela estime así el tabaco, no debe preocuparnos tanto como otras virtutes dormitiuae:

Una morena y una rubia,
hijas del pueblo de Madrid,
me dan el opio con tal gracia
que no las puedo resistir.
Caigo en sus brazos ya dormido,
y cuando llego a despertar,
siento un placer inexplicable
y un delicioso bienestar.

Ergo, si abre botica en Chile, una chilena fumadora le ahorra, ceteris paribus, una Casta o una Susana a don Hilarión, con lo que Julián puede dedicar sus energías a, por ejemplo, instalarse por su cuenta.
No conviene, no obstante, exagerar las posibilidades que la emigración abre a sus personajes. El de la zarzuela es género traidor y vaya uno a sabe el precio que el tabaco alcanza en los Andes. Si, por su lado, los sobrinos del Capitán Grant se hubieran quedado en su casa, es posible que tropezaran con sus primos, de natural sedentario y tranquilos en su orfandad. ¿O ésta era otra historia?
En cualquier caso, y por evitar problemas llenaremos la botella que Grant confió a las aguas de algún bálsamo eficaz, por lo menos hasta que descubramos de nuestro amigo Hilarión que a dicho preparado:
Hoy la ciencia lo registra
como muy perjudicial.
O nos echemos a cruzar en barca el Estrecho de Magallanes:
Si esta noche no me muero
es que no me muero ya.
Pobre Julián.

viernes, enero 20, 2006

Tránsito

Recordó que alguien, tal vez Peter Handke, relataba cómo se sentó a comer lo que pudo encontrar en el frigorífico al descubrir a su madre muerta. Es lo que tiene el hambre. Puede visitarnos de repente. Nos cruzamos con un conocido que hace tiempo que no vemos justo cuando va a a la funeraria con el certificado de defunción en la mano.
Él no había abierto el minibar. Lo que había hecho (y no podemos ofrecer mejor explicación que la que puede tener una visita inesperada) era conectarse a internet con su portátil, pero no mediante la terminal que el hotel ofrecía gratuitamente. Estaba usando por primera vez la tarjeta PCMCIA que le habían vendido y que le parecía un apéndice extraño, algo así como un ordenador del ordenador. Por un lado, es cierto que eso le daba cierta sensación de seguridad. Por otro, nada le prohibía conectarse a internet mientras su esposa yacía muerta en su cama, pero mejor así. En una ciudad extraña, pensó que hasta era razonable argüir que buscaba servicios médicos o funerarios de esa manera. El duermevela le facilitaba la aceptación de absurdos evidentes: "¿y por qué no llamó a recepción?" "¿No se le ocurrió telefonear?"
Todo había empezado con el sobresaltado despertar de un sueño al que había llegado después de una cena copiosa. El sueño le había llevado por cementerios y por un guión relativamente amenazador, sutilmente angustioso: quienes acudían a entierros, como él mismo en el sueño, eran perseguidos por unos conspiradores que pretendían, al parecer, que permaneciesen ya por siempre en el recinto. Él contemplaba los desastres y restos ajenos desde una distancia que se acortaba y que hacía peligrar su puesto de observador. Durante algún tiempo, ya despierto en el calor excesivo de la habitación, estuvo ocupado por las imágenes del sueño, pero entonces se dio cuenta de que a su lado, en otra cama individual pero pegada a la suya, su mujer no respiraba. Encendió la luz, hizo comprobaciones y fueron concluyentes. No había ninguna señal de golpe o herida. La expresión era relajada; una muerte dulce que, sin duda, había advertido misteriosamente en su sueño.
Como apagó la luz, casi vuelve a caer dormido, pero al poco se levantó y encendió el ordenador. Ha de reparar el lector en que existen varios procedimientos para que este relato acabe sustituyendo una verosimilitud escasa por autorreferencia: Él soñó que soñaba, él escribió esta historia, él estaba escribiendo esta historia, él leía o escribía un blog. Sin embargo, no hizo nada de esto, ni siquiera consultó su correo, algo que desestimó desde un vago interés en no dejar huellas, como si la culpa fuera una condición predeterminada y ajena a las propias responsabilidades. Su navegación recorrió parajes que desconocía y rápidamente adquirió una apreciable consistencia onírica, lo que no parece improbable. Pasó algún tiempo. De cuando en cuando recordaba al cadáver detrás de él, quizá iluminado por la pantalla del ordenador, pero entonces era cuando saltaba de página en página con más furia, como el que escapa.
Notó la mano de ella sobre su hombro, sin que hubiera oído sus pasos ni el ruido de las sabanas: "¿Qué haces? ¿Estás desvelado?" Él acarició su mano y la retuvo sobre el hombro. No contestó ni dejó de mirar la página en la que estaba entonces, aunque pareció por un instante que iniciaría el movimiento que le llevaría a levantarse, primero, y a volver a la cama.
Varias páginas después, tras el azar de los enlaces, unas fotografías le hablaron de un viaje que fue feliz hacía ya muchos años. Se lo señaló a ella con el plácido reconocimiento de la memoria compartida. "¿Recuerdas?" Entonces sí que tornó su rostro y vio cómo ella asintía muda. Ya por siempre.

jueves, enero 19, 2006

El blandiblú

Lee el escrito (con peaje o sin peaje en Almendrón) del historiador Juan Sisinio Pérez Garzón en el diario El país. Se frota, según refieren, los ojos, aunque los cronistas pueden disentir a la hora de recoger o expresar reacciones más bien primarias. Cada párrafo supera al anterior. El infinito existe. Sólo se trata de seguir leyendo o de urgirle a don Juan Sisinio a que siga escribiendo.
La tesis más poderosa de las presentadas, si bien implícita, es que España es irrompible. Ni importa que “toda historia esté llena de contingencias” (extremo que por cierto se conocería públicamente gracias a que “los historiadores podríamos apoyarlo [“el valor de las soluciones federales”, cree entender nuestro lector] con una pedagogía de la pluralidad …”), ni que exista el derecho a la diferencia (“tanto entre individuos como entre colectivos sociales”). La mutabilidad perfecta, la del todo fluye a través de Heráclito, no impide postular la existencia de dos géneros de entidades más bien peculiares. Primero, las entidades únicas en su especie, pero inmutables por incapaces de diferenciarse de sí mismas, en su ser, en sus accidentes y en sus concomitancias, así caigan meteoritos a mansalva, y que son los sujetos de los derechos a la diferencia colectiva. Después, en segundo lugar, tenemos las entidades de género elástico que pueden ser cualquier cosa y sobre todo seguirán siendo lo que son, así que se les cambie cualquier cosa, esto es, a decir verdad, no son más que un nombre, no existen.
Porque si algo puede ser cualquier cosa, lo único que registramos es una conducta, la emisión de un flatus vocis, que, por otra parte, más bien tiende a evitarse y que es una emisión de fines tranquilizadores o aplacadores según la audiencia.
Los cronistas venían registrando también la perplejidad del lector ante el gremio de los historiadores que se entretienen en la filosofía. Lo que les tentaba no eran las amenidades y dulzuras del postmodernismo, sino más aún poder decir cualquier cosa, al modo de los filósofos, porque el modo de los filósofos es la mimesis rococó (le vino a las mentes el belletrismo de la filosofía contemporánea que entretenía sus ocios cuando no optaba por los juegos de naipes), pero no el cuchillo del carnicero de Platón.
Por su parte, el lector anotó el descubrimiento de la España migmática, pero lo borró en seguida. No era que de ahí pudiera salir cualquier cosa. Se puso lógico entonces. Teníamos la categoría universal a la que todo conviene. La variable de las variables, el trazo que lo es todo porque no es trazo y la tinta es simpática, al que las perfecciones se le derraman porque nada se le puede negar. España aguanta carros y carretas en su contingencia de perfecta plastilina. Ateo, concluyó que si España es cualquier cosa, España no existe porque no hay cosas tales que puedan ser cualquier cosa. No consta ninguna conclusión en torno a la inconsecuencia de tantos federales y confederados que mantienen España, que tienen a España mantenida. Se alejó pensando que silbaba Yankee Doodle, pero era Dixie (dixit).

miércoles, enero 18, 2006

Dos apuntes metodológicos

El idiota
Ya saben: un veranillo, el tren que llega, el día remolón o tímido, niebla. Viajeros que vienen de lejos. En tercera, paisanos. No se puede negar que la condición de idiota avisa. Hasta para el idiota, al menos a partir de cierta edad, nada se parece menos a su condición que un terremoto, proverbialmente sorpresivo, subitáneo, previamente inadvertido siempre.
En efecto, el acceso de idiotez no es algo que no se le anuncie a su protagonista, pero es la misma condición de idiota la que impide tomar medidas eficaces contra el ataque, y es ese conocimiento previo el que multiplicará después las sensaciones contradictorias asociadas a la idiotez, la conciencia ciclotímica del idiota, el rigodón de su monólogo interior, if any.
Del idiota, se contrastan etimología y etiología en su relativa rareza estadística. Una biocenosis de idiotas sería una biocenosis sin idiotas. Por otro lado, el idiota está perfectamente dotado para la teorización sobre la idiotez, o eso cree al menos. Más temprano que tarde comprueba la inanidad de su teoría, tan íntimamente sentida.

We are the one egg men (1)
Hay dos momentos en la vida de un hombre que no se deben confundir. Aquél en el que suena la advertencia de que dos huevos son demasiado. Y aquél otro en que no pude concebirse a sí mismo cenando, si huevos fritos, más de uno.
La renuncia juvenil es una retirada que se permite el lujo de la fanfarria y la épica. Existe literatura al respecto, muchas veces escrita por hombres y protagonizada por mujeres. La edad (y no hace falta literatura para comprobarlo) descubre la verdadera naturaleza del renunciar, un acomodo a nuestros límites, una elegía descolorida a un traje vacío.
(1) Así acaba la cena / Con yogur, y no whisky.

martes, enero 17, 2006

Sobre la impronta meteorológica en los recuerdos

Las transiciones meteorológicas no violentas son procesos de difícil preservación en la memoria. Por alguna razón, y tal vez falsamente, enmarcamos el recuerdo de alguna situación o acontecimiento en un día de sol, o nublado, o frío, o lluvioso. A la circunstancia le corresponde la luz adecuada en la memoria, aunque quizá las sombras sobre un muro o sobre el suelo no sean objetos predilectos del recuerdo. Si podemos recordar el preparativo o el alboroto inicial de una tormenta, nos resulta, en cambio, difícil mantener la memoria de un empeoramiento progresivo o de un cambio de estación. El día previo a la borrasca es un día por sí mismo, no ese día que anuncia otro régimen diurno.
Reparamos, tal vez falsamente, en ello y nos disponemos a salir a la calle, a ir a alguna cita que nos obliga y ya percibimos el cielo de ese día con un matiz ambiguo que tiempo después, más que desdibujarse, se fijará de un modo indeleble y unívoco en algún lugar del que no podremos escapar.
Cuando aquella mañana… Los interiores, las estancias perfectamente clausuradas, nos mueven a lanzar una apuesta sobre los meteoros de ese día. Cuando aún no había descorrido las cortinas, subido las persianas, pensó que… Y si nos quedamos en casa, no por eso nuestra memoria se librará de un astro funesto o amable.
La historia que le afecta a nuestro hombre es trivial. No tuvo el dramatismo de un teléfono temprano, de una llamada intempestiva. O sí lo tuvo, pero da igual. El drama ya no es suyo. No sabe si los cuadros que quizá hayan de revivir en su memoria o en lo que quede de ella, quién sabe, son de un día o de dos. Recuerda una mañana de sol y de anuncio de calor. La luz sobre unos objetos esparcidos y seguramente irrelevantes. Pero hemos de contarla sin más, sin hipotecas o sesgos que la desvirtúen.
Comenzó con sus llamadas telefónicas. No obtuvo respuesta. Realmente, no puede decirse que lo hubiera pensado. Ni siquiera cuando tuvo la escopeta en las manos. Y tampoco cuando abrió la puerta de su casa. No demasiado tarde, a decir verdad. Quizá la idea era demasiado poderosa como para tener que reparar en ella, pero no podemos decirlo porque ese testimonio no es concluyente. Cuando el fresco de la mañana, monte arriba, tras dejar la vaguada por la que iba el camino, fue sustituido por un calor aún amable, primaveral, entonces quizá pensó en ello. O en la mecánica precisa del asunto. En algún detalle fútil. Con desapego o descuido, como se fijó algo después en el vecino que marchaba paralelo a él, más arriba en la ladera, también armado y que pareció emprender al poco una trayectoria divergente, más hacia arriba, hasta desaparecer en la parte alta de la panza del monte. Quizá no fuese solo –su compañía oculta a favor del desnivel y de alguna mancha de monte bajo–, pero no vio a nadie más
Él, por su lado, descendió. Al poco tropezó con un murete de piedra que se extendía unos cientos de metros. Lo siguió según el curso previo de su marcha, hasta que se vio obligado a saltarlo, justo cuando doblaba en ele hacia la derecha. Pero no lo pasó, había llegado allí donde semiderruido se convertía en un mojón del camino que simplemente invitaba a proseguir la marcha. Por primera vez pensó en el día, o pensó en él ese día, con el Sol ya alto, en su frente y en el sudor que ya abundante resbalaba por su sién, apoyado en su escopeta –desmayo galán o final de partida–, junto a una zarza, al lado de un pequeño avellano. Miró a un lado y a otro. Aquel cielo azul, su recuerdo eterno.

lunes, enero 16, 2006

Boys’ Night Out

El chiste es evidentemente sobre alguien que quiere hacer amigos. Los ve partiéndose de risa cuando uno tras otro van cantando números: El tres, el cincuenta y siete, el ciento dos. Se le informa de que, como conocen ya todos los chistes, los tienen numerados de manera que, en lugar de relatarlos en toda su extensión, se limitan a recordarlos mediante un número que se les ha adjudicado previamente. La situación puede recordar la diaria de un grupo de commuters de clase media, un tópico del American Way of Life visible sobre todo en after-comedias de los sesenta. La intervención del recién llegado, pongamos que el dieciséis, es claramente censurada. Se le informa de que no se trata de que el chiste dieciséis sea malo, sino de lo mal que lo ha contado.
Este chiste puede tener su propio número. Ahora bien, como es un chiste que “menciona” otros chistes, podemos convenir que debe incluir los números de éstos en el suyo propio. Como nuestro chiste, uno de la familia de chistes que contienen otros chistes, puede convertirse en otro simplemente por cambiar alguno de esos chistes internos, acabará por ser “representado” por un montón de números. De otra manera, el mismo chiste básico se desplegará en una infinidad de chistes cada uno con su número propio. No importará que el chiste siga siendo básicamente el mismo. Si nos comprometemos con la enumeración de los chistes, no podremos remediar fácilmente que esto acabe siendo así.
No tema, sin embargo, el lector que se le intente aquí hacer tropezar con alguna rareza numérica torpemente aliñada o con una paradoja de gran estilo. No vamos por ahí. Nos interesa más bien fijarnos en las posibilidades de éxito de la sustitución del relato por la mención al relato y ver si de ahí nos resulta una mínima y pequeña paradoja, una rareza común. Por eso, quede para otro día insistir en los chistes que contienen otros chistes que contienen, etc. o en otras maneras de multiplicar el número de los chistes, o en poner números a sus mecanismos, retóricas o dobles sentidos…
Más arriba entrecomillamos un “menciona”, usado y no mencionado, porque lo que se hace en nuestro cuento es sustituir el relato de un chiste por algo que nos parece su mención, y las menciones se hacen, bien o mal, pero no se narran, bien o mal, como los chistes y por más que éstos puedan contener una mención o muchas. Sin embargo, si tomamos la palabra a los protagonistas de nuestro chiste, los números que se cantan unos a otros son narraciones sujetas a un arte más o menos desarrollado. Más simplemente, para empezar convendrá ir encadenando adecuadamente unos chistes con otros según sea el turno de cada uno de los chistosos concurrentes.
Pero, ¿podríamos cifrar expresiones como “el chiste que contaste antes” o “el chiste que contó tu primo”? No podríamos dar su número porque eso sería contar el chiste otra vez. De hecho, nuestro chiste contenedor sería una galería de chistes que obligaría a contar mal un posiblemente buen chiste. Además alusiones y menciones serían de vez en cuando más largas que los propios relatos (al menos para números bajos).
No nos andaremos tampoco con prosodias. Imaginemos el caso de un chistoso que suelta un doscientos cincuenta… para, según lo que compruebe del efecto que ha causado, añadirle un “ … y siete”, o un “mil ochocientas sesenta…”. El chistoso incompetente podría remitirse a un chiste siempre más lejano, amparado en que a ese lejano chiste le convendrá el ser contado con dudosa gracia en su primera y ya exagerada parte. Remitimos al lector al inacabable chiste del premio de fin de curso que amenizó tantas transiciones de la infancia a la pubertad y le animamos a que le busque un número adecuado, a él y a todas sus extensiones, aquéllas que se producían según el alumno se iba matriculando en postgrados, doctorados y oposiciones de variado matiz y pelaje.
En fin, las complicaciones crecerían, pero lo dejamos aquí, no sin prometer que la investigación continuará.

domingo, enero 15, 2006

Merge

En un artículo reciente se detiene Francesc de Carreras en el nombre de un conocido partido político: PSC (PSC-PSOE). Podemos confiar en lo que las siglas revelen de la naturaleza del invento o, al contrario, enfrentarnos al Cratilo que todos llevamos dentro.
No puede negarse, sin embargo, que procedimientos como el que dio origen a siglas tan barrocas no pueden escaparse por lo menos a la figuración que sus promotores quieran haberse hecho del proceso del que surgió la cosa (La cosa), el partido mismo.
En algunas teorías lingüísticas se define una operación llamada Merge. De dos elementos se obtiene un tercero y se razona que la manera más económica de que esta operación tenga que ver con las operaciones mentales (valga el oxímoron) es que el resultado de la misma se identifique con uno de los dos operandos. Al menos de algún modo, porque el resultado contendrá también internamente, encapsuladamente o entre paréntesis, digámoslo así, los dos operandos de los que partimos. Si juntamos come con patatas, se obtiene un come patatas. Este es un come y no un patatas: Podemos ponerle un sujeto y completar la frase, pero no podemos combinarlo con otro verbo. Sin embargo, nuestro come patatas contiene el verbo independiente y contiene no las patatas comestibles sino el objeto lingüístico patatas. Más o menos. Disculpe el lector por explicaciones tan esquemáticas y poco prometedoras, que dejan la estructura y número de los operandos en la indeterminación, que no discuten sus diferencias con otras operaciones de connotación tan política como la llamada unificación sin ir más lejos, pero déjenos señalar que PSC(PSC-PSOE) bien puede antojársenos representar la unión de un PSC y un PSOE de la cuál se ha obtenido precisamente un PSC.
La fagocitación, que es traidora a veces, nos habla de asimetrías que ocultan otras asimetrías de signo inverso, revanchas dialécticas ahora intestinas. Se conocen también algunos casos en que una parte sólo quiere desaparecer en el prestigio de quien va a engullirla sin creerse del todo su buena suerte. Si alguien quiere vivir dentro de un paréntesis, allá él.
Hoy, por lo visto y oído, toca Deep Impact en alguna televisión. Suerte de domingos, spleen con explode. Casi antes que la operación Merge recomendaríamos la operación Collide.

sábado, enero 14, 2006

Quizás quiso decir:

Así, que se entretiene vd. comprobando las correcciones que Google hace a las cadenas de búsqueda que le propone. Este primer ejemplo que me trae es curioso. Mire, a “fantasía cataléptica” (191) le sale con “fantasía catalítica” (370), lo cual es ciertamente fantástico, aunque propio quizá, se me ocurre, de la España de los sesenta, de los inviernos en inmuebles sin calefacción central. O quizá lo pudiéramos recrear como la fantasía de un químico acelerado. Entiéndame que todo esto es por decir algo, esto es, por unir a esta segunda cadena un rácimo de ocurrencias encadenadas, ya me conoce.
En cualquier caso, supongo que se toma con el estoicismo debido estas sugerencias de Google, que pueden ser hasta, como dice la gente, creativas. Tómese a bien también éstas mías.
Hoy mismo, precisamente, me decía yo que disculparse por un insulto era una operación parecida: Más que un “no quise yo decir” se trata de sustituir unas palabras por otras.
Pero también podemos comprender de idéntica o análoga manera el disfraz tenue, pretendidamente marcado por el ingenio y que se quiere engañoso, con que se viste a algunos insultos.
El silogismo, en su caso, o una simple proporción que se establece entre tres o cuatro términos, nos pide sustituir una cadena por otra. Parecerá que es una figura de pensamiento, pero ese razonamiento está ya recogido en el diccionario de Google, aquí a favor de las datos de frecuencia con que cuenta. Sólo tenemos sintaxis. Cambiamos unas palabras por otras con un automatismo digno un perro cartesiano.
Al mismo tiempo, se me ocurre (y ya que estamos en ésas) que el autor del insulto sufre tal vez la fantasía de la fantasía cataléptica. En el sentido (ya sabe que en este país Ortega nos autorizó a malinterpretar a los estoicos) de que piensa aprehender así a unos enemigos que ha de distinguir con su cruzada de escritorzuelo. O quizá en el sentido orteguiano, son esos enemigos de su pequeña patria los que le tienen a él bien aherrojado. En su pasividad, se representa a sí mismo activo. No, no me pregunte si he ido al cine últimamente. La última vez fue cuando el cine no se había inventado. Ya sabe, si llevamos las cosas al límite se convierten en otra cosa. En fin, esperaré otras nuevas curiosidades con gusto. Y déles recuerdos a sus compañeros de mi parte. Utilice la cadena que mejor le parezca.

viernes, enero 13, 2006

Going Italian

–Miren, nos habían llamado muchas cosas, pero nunca nos habían llamado italianos. Ya saben, esas imágenes de guerra disueltas en una diplomacia de pan y mortadela o canciones napolitanas. Supongo que estamos ante un punto de inflexión genuino en nuestra historia. Adiós a la furia y a las armas. Todo dependerá del eco y la amplificación de unas palabras que de momento no van muy lejos y aún no han rebasado las murallas de la noble doctrina de los caracteres nacionales. Observen también que hemos cerrado filas en torno a esto. Así que debemos a este hombre el único consenso de los últimos tiempos. Ahí lo tienen: unidad e identidad a la vez, si supieramos lo que es una cosa y otra, pero ya verán que alguien lo dice. Y si no, al tiempo.
Como siempre, al poco de comenzar sus intervenciones, que indefectiblemente seguían a un silencio drolático –pamplinesco, perplejo, gutural silencio–, oscurecía. De pronto llegaba la noche y nuestro pequeño rincón se convertía en un teatro inquietante y sopitaño, animado por la voz pirrónica de nuestro mentor.
–Pero también es cierto que nada engaña más que una drôle de guerre o un sucedáneo. Para que vean todo lo que he leído, pondré aquí también la palabra Ersatz, pero a lo que iba (1). La clave está en que ese engaño se dobló con el sinsentido de los propósitos declarados de nuestra participación. ¿Cómo entiendo ahora el acuerdo a que me refería antes si procede de un mar de desacuerdos? Una de dos, o somos muy machos y nos han tocado el último refugio –vean por cierto que el machismo es cosas de un grupo de machos y nunca de uno solo–, o todos sabíamos ya que no hay nada peor que un mal aliado. También es cierto que cambiar de aliado a mitad de la función es, como diría un amigo mío japonés, muy macaroni.
Calló. Por un momento pensamos que continuaría, pero no hubo manera de sacarle de su mutismo. Por no abrir la boca, esa noche ni siquiera siguió bebiendo.
(1) Registremos que en este momento algunos de los meritorios comenzaron a gritar con el consabido jolgorio erudito expresiones como "Sitzkrieg" y "phony war". Incluso alguien se permitió, con notable falta de puntería, decir "Battle of the Bulge".

jueves, enero 12, 2006

Coma con ella

Entre cucharada y cucharada, la boca abierta y los ojos abiertos. Fisiológicamente, la única solución es levantarse e ir a los servicios o salir al parking como el que sale por algún propósito bien definido (“me he dejado las pastillas en el coche” o “no estaba seguro de si era zona azul”):
–Pero, hombre, el parking de la bodega no puede ser zona azul ¿has venido en tu coche?
–No, no. Ya vuelvo a la mesa, pero no creas que he dejado de atender.
Los ventanales en un día de niebla son de una homogeneidad intachable, pero el que tiene a su izquierda muestra una azotea donde se congregan pallets que alguien ha subido allí a falta de mejor lugar. A estas alturas de la comida no recibe ni codazos y es ignorado –piensa él– con la desconsoladora gentileza de la indiferencia. Una brisa de tenue felicidad matiza las desazones líricas de los intelectuales circundantes.
Paradoja de los regulares éxitos profesionales y artísticos que el Estado de las Autonomías ha propiciado y el tono postulante de las intervenciones. O tal vez no haya nada de eso. Todos conocen bien su negocio, los peajes y las necesidades que conlleva. Los clérigos, además, siempre han sabido pedir. Ahora bien, también podrán decir con razón que están dando ideas y, por tanto, el intercambio puede considerarse incluso desfavorable para ellos, pero la cultura es de la subvención y no del mercado, no se crea, oiga.
Por un momento, nuestro hombre espera ver surgir la disensión o la polémica, pero todas las posiciones se dejan abrazar fácilmente. La sacerdotisa es un buen ejemplo de la fase superior del cinismo, a fin de cuentas estamos en el mismo barco, las fuerzas de la cultura son más sublimes que la madre que las parió y todo es cultura. Ergo, todo es sublime. No sé lo que he dicho, pero unos somos más sublimes que otros.
Los elegidos son felices y el estado es tan grande que hasta se diría que les obliga a manifestarse dulcemente anarquistas, lo que está bien mientras las ubres del estado se hallen a tiro. Qué más se puede pedir si, como queda consignado, somos sublimes, ya lo dijo la señora, y superiores. Nacimos tocados por la gracia que todo perdona, faltas de ortografía incluidas. La autonomía del arte es formulación engañosa: el artista será autonómico o no será. Por lo menos, vosotros, peña, que luego vendrá el do ut des; no, no hablo de ese dar, aunque entre adultos se admite si es consentido.
Es el turno de los sentidos agradecimientos al compás de las digestiones tonificadas por el aguardiente y luego por el frío hasta el coche. Es que hay que ver, los viñedos también son cultura, aunque no sé yo si lo de hoy ha sido dieta mediterránea, que es tan plural, por otra parte.
No hay problema con nuestro sujeto, las despedidas y las sobremesas no son lo suyo. Dónde va a ir en la vida en este plan, se le podrá seguir diciendo, pero cuando uno no vale, no vale y se acabó la historia. Los comensales sublimes se van a digerir sublimes a otra parte. Los hombres de las ideas sublimes engordan felices. Como los esclavos del vasco ése, recuerda alguien, mira que tenemos referencias, somos más cultos que los de Saber y ganar y El precio justo juntos. La gran hermana asciende por los aires, apoteosis, apoptosis, revelación, la literatura moderna es libre, ya se sabe, aunque los cadáveres canten lo suyo. Los sacerdotisos exeunt.
En un segundo, creyó ver todo eso, o creyó ver la cifra de todo eso, pero el miedo pudo más que la curiosidad y nuestro hombre declinó la invitación. El pobre.

miércoles, enero 11, 2006

Aleatorio

Entramos en la sala difícilmente repleta. Llegamos tarde:
"Dando por descontadas todas las estrategias que lindan con la superstición y que alivian nuestro encuentro con un azar singularizado, focal, las ceremonias de esa terapéutica y la eficacia socializadora del azar socializado, olvidando ahora nuestras disonancias, así diremos, cognitivas en lo que hace a determinadas situaciones analizables desde la teoría de la probabilidad y que los psicólogos se complacen en denunciar, apartando igualmente las ocasiones en que el experimentador introduce en su cuestionario el término “probable” sin mayores cauciones, fijaremos también nuestra atención en aquellas capacidades favorables y que nos informan (¿informaron a nuestros ancestros cazadores?) del camino a seguir, y que se reducen en esencia a saber distinguir entre el caso único y la multiplicidad de casos, que no es lo mismo que saber distinguir entre muchos y pocos. Entre los pocos y los suficientemente muchos casos.”
Nos ausentamos. Junto a recepción un monitor de televisión apenas nos sorprende. Programación: el azar se organiza en una cascada que crea algunas ilusiones mientras el jugador erige el perenne discurso terapéutico, se cura en la salud del dado que aún no acaba de rodar. Pero él sabe bien que ésa es su única partida y decide de un modo bien diferente a cómo lo haría de jugar una vez y luego otras más. Por decirlo al modo clásico, distingue esperanza matemática de valor moral.
En la segunda sala, Blaise Pascal canturrea: “Se vive solamente una vez y hay que aprender a jugar y a perder”, pero es posible que oyéramos mal la última palabra. Quizá se trate de un impostor, nunca se sabe. Volvemos con nuestro conferenciante primero. Desde el umbral:
“El término se ha de aplicar al conjunto completo, no a un caso individual. Por evitarlo, diría que podemos plantearnos la repetición del caso individual, pero no se puede pensar en la repetición del conjunto.”
Nos quedamos sin saber de qué término está hablando, pues acudimos a la tercera sala, voz más lejana, pero insistente: “Y, en fin, como dijo el poeta, «la memoria disminuye, pero el olvido nos ahoga». No dejaremos de citar a Pacheco, modelo de concisión, espejo, abismo, respuesta, puede que grandes peces”
La transcripción del cronista sentado a nuestro lado y la tinta duele, el blanco papel, etc. Edad cansada para el alumno que no es mozo.
Huimos. Una voz nos reclama: aceptamos el cargo de bedel que ofrece. El río de nuestros cuidados lo siente el mundo por estorbo. Las salas vacías y los ceniceros tristes. No necesito atender.

martes, enero 10, 2006

The Manchurian Candidate

Noam Chomsky ha recibido, entre las muchas, abundantes críticas que subrayan aspectos paradójicos o contradictorios de su empresa: argumentos que destacan la contradicción que se da entre el programa explícito de su lingüística y su teoría del lenguaje y la supuestamente verdadera naturaleza de éstas. Un caso típico de esta crítica la habrá encontrado el lector en el ensayo a propósito que George Steiner incluyó hace ya tanto en Extraterritorial.
Steiner se apoya en una reseña de Yorick (of most excellent talent) Wilks, no demasiado bien referenciada por aquél (se va a andar un Premio Príncipe de Asturias con pijadas). El caso viene a ser que Chomsky opone, en la lectura steineriana, un mecanicismo a otro, que fue ése de Skinner y sus entretenidas ratas.
Wilks quizá más técnicamente, Steiner más papiroflécticamente (se puede leer en la cama con el libro tó torcido), parecen descubrir una continuidad en lo que quiso ser una revolución. Puede sospecharse, no obstante, que el planteamiento no se da a la escala adecuada, pero aun así es posible que la distancia entre Chomsky y la lingüística anterior no se dibuje donde se piensa que se da.
Todo lo anterior es otra historia, salvo en un punto que es el siguiente: al psicologizar el lenguaje del lingüista, uno tiene la impresión de que hablar consiste, más o menos, en que uno se propone decir algo, deja entonces a un módulo especializado la tarea de montar la frase y, acabado el trabajo, este módulo da sus resultados y otra instancia toma el control.
Naturalmente, todo esto es más que una simpleza, es una falsedad, pero el problema es que sean los lingüistas los que se crean sus metáforas. Que se las crea el público es irrelevante.
El argumento de The Manchurian Candidate (Condon, Frankenheimer, Demme) nos habla de un procedimiento de toma de control, pero de la conducta de un sujeto. Nada, ningún componente, en él es separable cuando se encamina hacia la comisión de una nueva felonía o cuando vuelve del trabajo. En ese sentido, apenas la memoria permite a Raymond Shaw el regreso hacia una multiplicidad, la constatación del apoderamiento: el vacío se rellena de un modo que refuta a toda la psicología de la Academia de Ciencias de la URSS, lo que no está mal y tampoco es difícil, pese a toda la mitología al respecto (1).
Quizá lo que cambia entre los cincuenta y después es un nuevo despiezamiento del sujeto. El mecanismo de la gramática chomskiana es ajeno a las operaciones retóricas o a la conducta lingüística. Richard Condon se interesaba por lo que podría llegar a hacer alguien, cualquiera. Chomsky no habla de lo que hace nadie, sino de los mecanismos a los que estamos sujetos, a los que están sujetas, desde dentro, nuestras acciones, mecanismos que no nos limitan, sino que son la garantía de potencias tan sublimes como la creatividad. Mejor, para evitar la logorrea humanista y decir la verdad de las cosas (como diría un amigo del otro, de what there is): ese mecanismo sustituye a las acciones de los sujetos, la sintaxis ya no requiere la presencia de gentes que hablen.
Y esto es seguramente tan así, que el otro Chomsky, más conocido y más leído, no puede sino seguir hablando de aquellos asuntos, de los individuos controlados y de los discursos atados en corto. Es una suerte de irónico mecanismo de compensación. Ahora bien, nadie sabe lo que puede un mecanismo, porque los mecanismos, como se sabe, han acabado por descubrirse poco mecanicos e imprevisibles, y un hasta impulsivos.
Por lo que hace a la cuestión de fondo, ha de recomendarse el estudio de los diálogos entre los personajes que interpretan Sinatra y Janet Leigh en la versión de 1962, o su lectura en la novela. Literalmente, no se ha sabido nunca si se trataba de un prometedor ejemplo de uso creativo del lenguaje o una pautada ceremonia estímulo-reacción celebrada quizá por la psicóloga que no es y que el público pide a gritos que asesore a La Voz o quizá por una agente comunista (que, por cierto, seguiría durmiente al final de la película, interpretación ésta a lo Invasion of the Body Snatchers con el cambio de género que supone. Se deja al lector considerar bajo esta perspectiva el final de Master and Commander y el hecho de que los transgénicos de la película de Siegel y el relato de Finney (y de sus secuelas vegetativas) no fueran sino iPods(2)).
(1) Sin olvidar a los chinos, que acuñaron la expresión "lavado de cerebro", la cual expresión nos abstenemos de transcribir (no es "nao lin piao"): ni vamos a consultar el histórico de las publicaciones y protocolos del partido, ni vamos a abandonar la hipótesis de que el lavado acababa siendo a palo limpio si lo aconsejaban las circunstancias o las inercias ("Cien años atrás, la voz del liberalismo británico describía el hombre chino como «una raza inferior de los dóciles orientales»", Noam Chomsky, Proceso contra Skinner).
(2) Este final es esperanzador para vainas y vampiros; la esperanza no es exclusivamente humana. La retórica con la que concluye Steiner es del todo similar: "A mi criterio, el hombre es un animal más extraño y diverso de lo que piensa Chomsky. Y la torre de Nimrod [sic] todavía está en ruinas." O sea, que decimos que Chomsky cree que nos tiene controlados, pero resulta que nos hemos fugado. ¡Vaya vaina!

lunes, enero 09, 2006

The Shadow Line

–En el garigolo –y no puedo recordar si era la primera vez que oía esa palabra, allá a mediados de los ochenta, o sea, hace ya mucho–, en ese reducto donde todos deseábamos pasar el mayor tiempo posible, desde el comandante hasta nosotros, aunque sabe Dios que sólo lo conseguía el soldado que nos preparaba los almuerzos, uno oía muchas cosas. Sobre todo oía a quienes, si no fuera por aquellos meses, no habríamos tratado nunca. Se equivoca quien afirme que todos ellos, los profesionales, eran iguales. Incluso en esos años que habían servido para que Serra se propusiera aligerar al ejercito de coroneles y sólo consiguió aligerarlo de tenientes, los había de todas clases y, podría decirse, de todas condiciones.
La luz decaía, aunque su voz se mantenía firme. Parecía demasiado consciente de que su memoria traicionaba algo más que una reunión de gentes condenadas a una rutina envenenada. Por otro lado, no parecía que nadie pudiera reabrir una conversación extinguida ya hacía tiempo.
–El alcohol, y sobre todo a eso de las once de la mañana, era cosa de algún teniente viejo, viejo como los veía yo entonces; no sé ahora. Pero decía que los había de muchas clases. Incluso políticamente... No, no me importa conceder que todos ellos –aunque esto no es verdad– fueran de lo que damos en llamar extrema derecha. Aun ahí las diferencias se dan y son muy importantes. Estaba, por ejemplo, el capitán Z., que nos parecía un miembro del Opus Dei, pero que con seguridad no lo era. Les puedo citar algunas opiniones y frases suyas (o de otro, pero que él había hecho suyas) que me resultan todavía reveladoras. Traducían unas ideas o una posición propia, que quizá sobrevaloro porque así disculpo aquel tiempo de ocio culpable y pereza. ¿Qué quieren que les diga?
Habíamos encendido las luces y alguien se estaba ocupando de saquear el refrigerador, menos convencido seguramente del deber de la atención para quien, tras meses o cursos de silencio, emprende un relato que, sabemos, difícilmente nos moverá de la común indiferencia (1).
–Un día, y no recuerdo a cuento de qué venía –aunque probablemente tenía que ver con el ascenso de algún compañero digamos que de armas– nos dijo que se sentía joven, pero que algo ya le hacía fruncir el ceño. Eso dijo. Utilizó, si quieren, una expresión un tanto desajustada, pero qué le vamos a hacer. Se detuvo el capitán –y es preciso hacer notar que ni el comandante ni los otros dos capitanes del batallón estaban presentes– seguramente porque quería comprobar con qué fidelidad seguíamos su intervención. Nos miró, uno por uno, a todos nosotros y añadió lejanamente conspirador que cuando a uno le ascienden a comandante, algo se quiebra. Se sabe que ha pasado lo mejor. Que hay que ascender, pero que la consiguiente alegría está irremediablemente velada por una sombra que se asoma al rostro de manera peligrosa.
–Se ponía una venda antes de la herida.
–Posiblemente, si tal cosa tuviera sentido, que lo dudo. Era un hombre en la treintena, tal vez avanzada. Ni para aquellos años ni para éstos era viejo, evidentemente; ni lo será aún, ya haya abandonado o no la fiel infantería. No me consta que alguien replicara que peor sería el paso de los años sin la recompensa del ascenso. Por otro lado, uno tiene la sensación de que incluso esos hombres cuya vida se ha pautado con tanta rigidez no carecen de recursos para, lo diré así, sentirse rejuvenecer.
Ahora la pausa la hizo él. Pudo antojársenos que era intencional esa pausa, mimética de aquélla que nos acababa de referir, pero nadie dijo nada.
–Por ejemplo, un general a punto de pasar a la reserva, ¿no está especialmente dispuesto para darse un gusto al cuerpo y decir lo que quiere decir? ¿no andará buscando uno de aquellos arrestos con que se castigaba la petición del primero de una promoción, según es fama? Señores, esto último es psicología y, por tanto, algo inane. Estudien, en cambio, cómo las preferencias de un sujeto encuentran marco y sentido en un ambiente que ya nadie sabe de qué está hecho.
Tímidamente, alargó el brazo. Solicitaba una de las botellas de cerveza que todavía quedaban en nuestro garigolo.
(1) Pese a lo cual, no es este relato una expresión de piedad.

domingo, enero 08, 2006

Armagedón Pérez

–Un día de inexistencia sólo curada por el retorno del fútbol o más bien de la liga –sostiene solemne en la penuria de la tarde, las reuniones ya disueltas–, esa divinidad real de la recurrencia, del volver a empezar, el eterno retorno hecho cuerpo en el campeonato que ocupa el año hasta el solsticio de San Juan.
–Más o menos, aunque sin pasarse –hastiado, no excesivamente ilusionado ante la opción monsergática de su interlocutor, subraya amable el que le queda más cercano y, por ello, se siente más expuesto.
Mientras tanto, los otros se aburren con Armageddon de Michel Bay. Ellos y sus compañeros descuidan, sin embargo, las aventuras de los hombres en calzones, lo que no significa que se entusiasmen con los acorazados analfabetos semiespaciales.
Entre bostezos, una voz proclama:
–Una especie capaz de producir esta película no merece esfuerzo alguno.
Fracasa la voz, pues no conoce esfuerzo alguno de réplica o matiz. Y hay que decir que hemos transcrito una versión edulcorada del pretendido aforismo.
El asteroide todavía sigue allí, picudo, inverosímil y escasamente acrecional, cero en conducta. No perdamos la esperanza. Es posible que Bruce Willis fracase, pero hemos de temer (arruinemos la película) que triunfe con sacrificio personal incluido.
El argumento –entendido como un proceso que elige una posibilidad y elimina otras cuantas– nos lo representamos como un recorrido de la raíz a una hoja de un árbol que va creciendo según vemos la película.
Alguno dirá que las opciones eliminadas son recuperables en algunos géneros y que (esta película es un ejemplo) también sucede que se utiliza como recurso menos subnormal la recuperación de posibilidades que parecieron descartadas a ciertas alturas de la historia, que se exhibieron a la hora de su fingido abortamiento.
Que los dibujitos de la realidad sean más complicados dependerá del plano en el que se dibuje, pero cedamos la palabra al primero de nuestros balompédicos amigos:
–No hablaré de la pelota, de la táctica, de los movimientos. Me centraré en el relato del campeonato, en el discurso sobre las alternativas de los periodistas deportivos, en el volver a empezar del relato. No tenemos una hormiga que recorre un árbol. Casi todos los puntos del árbol son el comienzo de un nuevo árbol que contiene los árboles de todas las historias, del descenso a la UEFA. La Liga de Campeones preside todo, sublime y no sé si apolínea o, más bien, dionisiaca.
Desean otros oídos que Willis fracase y que el asteroide acierte con el erudito. El Alma del Cosmos debe de estar desayunándose porque no se prevé que ningún asteroide dé su justo pago a nadie de los presentes, según sentencia de la programación.
Los jugos gástricos siguen orbitando, insomnes, reconcentrados y rumiantes, como si dudaran entre fútbol y asteroide y la noche anuncia ya nuevas visitas al frigorífico.

sábado, enero 07, 2006

Metaphors we die of

Muy simplemente. él se levanta platónico y dice: "Vale, metáforas, pero así Dios y el Demiurgo".
Pero, por lo que hace al primero ¿Cuáles son sus dominios familiares (sic)?¿Cómo idea las realidades complicadas si para Él (flexione cada cuál a su gusto) no hay nada complicado ni mediato? Tate, se dice. Antes de volverme a la cama, ya habré acabado con la ciencia cognitiva. Descendemos ahora por la escala, dejamos atrás y arriba humano y ángel y nos paramos, por caso, en la ameba. Para ésta el paramecio es una pseudozapatilla de su pseudópodo. Vale y tate, más refutada todavía. La realidad es ante estas monsergas como un piedra para mi zapato, Boswell, a saber, tirando a tenaz y dura.
Después de la siesta piensa que el truco, puesto que no es cuestión de plantearse cómo se escoba la génesis, es fijarse en la potencia de las operaciones de transyección o como se llamen (una metáfora del haz de flechas, Apolo a hostias con los aqueos). Como sirve lo mismo para un roto que para un descosido, la ciencia cognitiva se desinfla a soplidos bastante desordenados.
Se toma un café con leche y se eterniza dándole vueltas a la cuchara. Si conocíamos el azucarillo y el líquido, ¿dónde anda ahora cada uno ("This realm unknown which with delight / some forgers ready are to map", Jones, Rolls on Royce, ll. 53421-53422) de los componentes?
De ahí que el truco sea siempre apuntarse a la metáfora de una técnica prestigiosa (aplicación, función, ...) y suponer que se utiliza una de ellas con todo lo que hay que echarle. La metáfora global de su ciencia parte del hacer ajeno. En lugar de rigor, morro.
Se va a la cama muy tranquilo.

viernes, enero 06, 2006

Noche doce

De todos los milagros, el que más le ha hecho pensar y aún le hace pensar es el milagro anual de los Reyes Magos (recogió esta descripción individual en Gustavo Bueno; como Premio Nadal, es o deja de ser una descripción individual según se mire).
Es también el más pedagógico de los milagros, piensa, pues un examen ya superficial de la fenomenología epifania o epifanesca nos hace ver, en el teatrillo de la infancia, cómo el interés es capaz de sostener, hasta en el teatro de nuestra conciencia, la mecánica más imposible.
Pero no hablaremos de conciencias, falsas o más falsas, ni de demografía (extended la buena nueva y aumentad la dificultad objetiva del milagro de los Reyes Magos por todas las tierras y a todas las gentes). Nos limitaremos a glosar la siguiente constatación con denominación de origen Google, no sin observar previamente que los resultados se resumen a la lengua castellana o española:
"Reyes Magos": 1.120.000 resultados.
"Papá Noel" : 2.130.000 resultados.
"Los reyes son los padres": 9.330 resultados.
"Reyes", "padres": 1.820.000 resultados.
Y compárese sobre todo el tercer renglón con lo siguiente:
"Los reyes no son los padres": 150 resultados.
"Los reyes magos no son los padres": 83 resultados.
"Los reyes magos sí son los padres": 4 resultados.
¿Qué deberíamos decidir al respecto? ¿Qué decidiría él enfrentado a estos datos? Nos limitaremos a apuntar la metodología que él debería seguir. Naturalmente, "él" no es miembro del consejo editor de Social Text, pero eso no le califica inmediatamente como persona responsable. Esperamos, con todo, que antes de decidir cualquier cosa, dedique unos cuantos minutos a evaluar qué datos debería recopilar al objeto de estimar la probabilidad de que se añada el adverbio "no" alegremente a una afirmación para proceder en consecuencia, y ello tras las correspondientes estimaciones de la probabilidad de que se den otros enunciados o cadenas más básicos. ¿Cómo podríamos soportar que lo probable expresase lo falso? ¿Pero qué universo es éste? Como por esta línea podría acabar publicando un artículo en Social Text (traduciéndolo todo a gravedades cuánticas y gluones logocéntricos, sin excluir alguna brana fálica sin circun(aquí el círculo se refiere a Sd)cidar; cf. logoi spermatikoi), esperamos también que descarte esta opción y simplemente tenga un hijo. Podrá mirar a todas las cifras antes recogidas con ojos que no imaginó.

jueves, enero 05, 2006

N.B.

Capgras I es del 3 de enero.
Capgras II es del 4 de enero.
Problemas NPI, 2ª parte es del 5 de enero.

martes, enero 03, 2006

Problemas NPI, 2ª parte

Le habla de la costumbre de reservar sus moscosos para los eneros. El DRAE no recoge, al menos en su 22ª edición este término (aunque sí "mosqueo"); Google encuentra 1.070.000 páginas con moscosos de lo más diverso, es de suponer. No lo recoge y eso que es una hermosa manera de ahuecar el año, de reservarse el ocio para un mañana sin límite, allá borrosa todavía la jubilación, moscoso o mosqueo (éste sí está en el DRAE).
Recoger hormiga los moscosos para enero; los del próximo año, para el próximo enero, ad infinitum. Ante el vértigo, le sugiere aprovechar los días de la función pública para leer los libros que él le prestaría, que ahora tiene abandonados sobre la mesa y que pasa a enumerar:
Eric Sven Ristad, The Language Complexity Game (nada que ver afortunadamente con el personaje que aparecerá más abajo);
Carles Lalueza Fox, Genes de Neandertal;
Colectivo Todoazen, El año que tampoco hicimos la revolución;
Jacques Bouveresse, Filosofía, mitología y pseudociencia;
Dionisio Ridruejo, Materiales para una biografía.
– ¿Eso es todo, se admira irónico el funcionario?
– Añade También murió Manceñido de Ramón Carnicer. Tú, como yo, sólo alcanzamos la edición de Reno, pero encontré la de Barral y la compré.
– Eso es un golpe bajo de aroma vagamente universitario. Supongo que nuestras excursiones a Jaca eran ya otra época. Pero, ¿por dónde empiezo?
– Yo comenzaría por recomendarte los que no debes leer. Desde luego, no excluiría al santo laico que he mencionado. Otro título es claramente profesional, de un profesional raro, bien es cierto. Y el que yo no habría leído nunca es el de Bouveresse, a no ser, claro, que se hubiese titulado, por ejemplo, Dos vieneses en apuros.
– O El dúo de la OPEP, ya puestos. ¿No será como el libro de McGuinness?
Solemne y sorprendido, un punto desplazado, replica: Pues no sé qué decirte, pero Bouveresse nos recuerda que "Lo que Wittgenstein no reconoce al psicoanálisis, como tampoco, a la teoría de conjuntos es, nada menos, que su ontología".
– Y, claro, no seguiste leyendo.
– A decir verdad, mi ignorancia del psicoanálisis es tan infinita como lo es mi desconocimiento de la teoría de conjuntos, por no hablar de su ontología.
– Pues yo, no sabría decir. Ahora bien, sin ir más lejos, he sabido de buena tinta que Google da 41.400 entradas a "set theory" y "Wittgenstein".
– Y si añades "Freud", 588, siempre en la búsqueda avanzada.
– ¡Qué pobreza ontológica!
– En cambio, Internet puede ofrecernos algún entretenimiento menos vienés.
– Sí, pero incluso en ese caso, podría hacerse una lectura en plan psicopatología de los alfabetos cotidianos.
N.J., por favor.
– Yo no perdono, ya ves, a Berlanga que ponga "austrohúngaro" en las películas, en lugar de "Wittgenstein".
–¡Arre, Ludwig!¡Arre, Wittgenstein!"
– Eso es casi de Chumy Chúmez: "El otro día llevé de excursión a Heidegger y montaba fatal".
– Sería la yegua muerta de Kaputt.
– Ya estamos.

Capgras II

Concibe un plan magnífico, extraordinario, digno de unas vacaciones. Cae en sus manos Costas Extrañas de J. M. Coetzee y jura que leerá las obras de las que el escritor habla en los 23 ensayos más la introducción de que consta el libro. Unas pocas ya las conoce y eso supone un descuento muy bienvenido, pues es fácil confundir el paso atrás para tomar impulso con el abandono.
Ha empezado por el ensayo número 11, el de Dostoievski. Ponerse manos a la obra exige un horario riguroso aunque sin cuadricular el tiempo disponible; leer epilépticamente, cabría decir. Pero la lectura tiene sus ritmos y lo que recuerda de Dostoievski es desalentador. Los nombres rusos siempre le han parecido que dificultan la vida. Las casas rusas de las novelas o le han hecho pensar en adaptaciones televisivas más bien precarias o le han recordado el domicilio de un anciano pariente que bordea el síndrome de Diógenes. En el mejor de los casos, las casas rusas le han hecho pensar en monasterios rusos.
¿Y si una lectura prolongada le hace ver Karamazovs asomando por las esquinas o estudiantes asesinos por las escaleras? No leer a Dostoievski sería un caso de samozaschita bez oruzhiia. Ahora bien, la curiosa ocurrencia, la hipótesis, posee una estructura peculiar, que pasamos a valorar.
Llegar a la conclusión de que nos rodea el elenco de una compañía de actores más bien limitada, cada uno con una multiplicidad de papeles, vigilante siempre el director de que hayan sido bien repartidos para esquivar coincidencias en la escena, es una hermosa ficción que sigue al juego de los parecidos (nos hemos deslizado más bien hacia el síndrome de Fregoli, o.b., pero seguimos adelante).
El juego de los parecidos se suele comenzar con el caso elemental de los parientes; pero en seguida se pasa a encontrar parecidos entre personas de las que cualquier parentesco pueda darse por excluido. Se suele comenzar con parecidos objetivables y se acaba, en un proceso de autosugestión, por disolver, como se disuelven en cera derretida ciertos rostros, la fisiognomía y la fisonomía de todo cristiano.
La hipótesis (pseudo)racional es que el catálogo de rasgos y su combinatoria son finitos, como limitada es la gestualidad humana básica. A partir de cierto umbral, estamos engañados por el vértigo del juego y sólo quedan hipótesis de la misma pelambre que ésta. Además tenemos las explicaciones que surgen automáticamente en casos patológicos (Capgras en Google nos da 69.000 entradas; 167 en lengua rusa), pero dejamos este asunto, no sin reconocer que ignoramos cuál es la distancia genética entre una y otra familia de hipótesis, las sanas y las psicopatológicas. Estructuralmente, solo hay una y la misma familia, distancia cero: "que no siempre habrá de negar cordura/ la verdad que locura nos alcanza".
Supongamos que los escritores que frecuentamos han sido sustituidos por literariamente hábiles sustitutos; o que, digamos, Cees Noteboom, el mero Borges, W. G. Sebald y Vázquez Figueroa sean o hayan sido el mismo autor secreto, inmortal y enloquecido; escribiente en una lingua franca inmediatamente traducible a distintos idiomas europeos y con poco esfuerzo más al malayo o al otomí. Incansable condenado a la escritura, sujeto a una anatomía que su oficio deformó en un pasado seguramente prehomérico, ciego.
A Cees Noteboom le dedica Coetzee o su doble otro ensayo (el que hace el número 6). Sus 12 páginas acaban con El desvío a Santiago. Noteboom se hace preguntas sobre España (por ejemplo, sobre la despoblación que supone de Castilla). Coetzee se repite la pregunta e incurre en tópicos que no perdonaríamos en, por ejemplo, el escritor nacido en Sudafrica J. M. Coetzee, por no hablar del neerlandés Noteboom. Uno imita a la naturaleza, y el segundo imita al primero. La naturaleza le copia a éste último; luego le sale al paso a Cees Noteboom.
El lector pasaba por allí. Los inmortaliza, como al escritor insomne, en un grabado que moscas españolas, las moscas de un mesón o los tábanos de las caballerizas, ensuciarán muchos años después, ayer mismo.

Capgras I

Él cree comprar La lengua del Tercer Reich de Víctor Klemperer por tercera vez. La edición de Minúscula. Duda entre la segunda y la tercera, pero su librero le dice que con ésa van tres.
De un hipotético primer o segundo ejemplar no sabe qué fue. Sí recuerda o sabe que uno lo tiene extraviado, que es un conocimiento paradójico, cercano a un problema NPI. Informado acerca de la categoría de los problemas NPI, se ignora cómo interpretaría estas siglas. Que compre repetidamente el libro de Klemperer no garantiza una lectura provechosa. Ignoramos, por otro lado, si estas siglas encuentran una correspondencia en el "universo de discurso" de los fantoches asesinos y no estamos en condiciones de recorrerlo a través de la lectura de Klemperer.
Es posible incluso que una lectura descuidada nos ponga algo borgianos. "Deutsches Requiem" o algo así: no encontramos especial rareza en los inventos lexicográficos de aquella época y aquél lugar. ¿Dónde está, Patton, tu victoria? –La evitaremos cuidadosamente, la lectura, no la victoria, que descubrió como fantoches y asesinos a aquellos ladrones enamorados del procedimiento administrativo.
Evitaremos las sospechas. Él sospechó que su destino estaba sellado (como hablamos de dos que de vez en cuando se sospechan uno, sospechamos que seguimos borgianos. Constataremos que el problema se da cuando uno sospecha que el otro no sospecha lo mismo que él), ligado al del otro con que tantos destinos había iniciado. Si cumplía un sueño, era un sueño que había sido compartido. En su sueño, se permitía (se le permitía) incurrir en este lenguaje que aquí reproducimos a falta de mejores recursos, en esta retórica más de Disneylandia que de Núremberg. En sus claras, volvía a él, pero su indulgencia era más que pasajera, merecedora apenas de consignación en estos protocolos.
Si le oía decir al otro en este sueño de los teatros que había cumplido uno, no podía sino verse a sí mismo en una soledad nunca sospechada. Ese sueño que fue el mío, que me construyó, que me ronda nocturno...
No importa lo logrado si descubrimos no haber estado allí, en el territorio del complementario imaginado, en el abandonado sueño, en el sueño del sueño abandonado, en la claudicación imaginaria de una empresa imaginaria, nuestros hechos convertidos en poco menos que humo. Nos sorprendemos minusvalorando las obras que han ido esculpiendo nuestro pequeño nombre (aunque el suyo ya no fuese exactamente pequeño, tanto daba), nos reducimos a definir nuestra antiguo orgullo como una reacción pueril.
"El sueño descabalgado, incólume, acude fantama incesante. En tu noche rondo tu sueño. Descanso no busques, eres mi obra." O algo así, las obstinadas apariciones de los teatros en sus discursos más verdaderos y, al tiempo, más falsos. (Los que hemos de destruir, contemplaciones fuera, valga este paréntesis indulgente con el género de la auto-ayuda.)
Las pesadillas hechas del lenguaje que convierte infierno y paraíso en ensueños diurnos. Doblar una esquina de ese lenguaje y vernos en esa promesa que creímos tenaz de culminación y ventura. Seguir caminando alcanzados por nuestra propia sospecha. 12:25

lunes, enero 02, 2006

El salto de Fibonacci

¿Cuánto se cita en lugares no habituales la sucesión de Fibonacci? Hace algún tiempo, seguramente nada: el hábito se extiende como se multiplican los conejos del cercado famoso, o al menos de forma igualmente sorprendente para aquéllos "coming over the Garmisch-Partenkirchen". Ahora sabemos cómo se extiende o se ha extendido la cantinela del 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, y así crece, al igual que tantos otros motivos "científicos" y con mayor o menor rigor o contrariamente frivolidad, en no pocos dominios del saber y la ignorancia.
Hemos aprendido acerca de la ubicuidad de estos números, por no hablar de la razón áurea a la que converge el cociente de dos términos consecutivos según ascendemos por la sucesión. Ghyka (58.800 resultados en Google, sobre la mesa los libros de la editorial Poseidón) y Uriagereka (30.300, ver Visor y Pretextos) nos hablan de ella y de ellos en dominios diversos. El lector puede visitar tantas páginas sobre el particular (1.720.000 en una búsqueda sencilla, de la bolsa a la botánica, pasando por la prosodia), que es ocioso mencionar una.
Cuando se explica el asunto de los conejos de Fibonacci, se destaca su inmortalidad y la necesidad que comparten con otros semovientes de un tiempo para madurar (sexualmente, aunque este adverbio no se suele expresar). Podrían evitarse ambos supuestos dejando que los conejos tuvieran sólo dos camadas y que vinieran al mundo ya emparejados y listos para su tarea. Obtendríamos los mismos números, ahora referidos a la nueva generación y no al total: podemos imaginar que los bisabuelos se abstienen de procrear; y podemos calcular el total conejero, que en este caso sería el doble de la sucesión habitual si los viejos dejan hastiados este mundo (correcciones y gazapos a "comments") y algunos más si siguen dando la tabarra. A algunos menos les puede recordar esta situación a lo que pasa con los números de Fibonacci que se obtienen más allá del horizonte de los conejos. Hablamos ahora de lo que no son números, aunque no sabemos de qué se trata.
Y según se miran unas y otras situaciones, se comprueba cómo, aritmética aparte, en todo esto ronda la idea de identidad. Entre las dos estirpes de conejos la diferencia consiste en que hemos sustituido a los ancestros por los conejos recién nacidos en lo que hace al período reproductivo siguiente. Los conejos jóvenes del segundo experimento igualan en número a padres y abuelos, al total del primer experimento, y nos da igual qué pasa con su actividad sexual a efectos de números.
Pero nada cambia. Los inmortales conejos, por inmortales, o los limitadamente fecundos sólo nos recuerdan que las cosas se acaban. Por eso, la gente que se dedica a estas cosas (a los números, no a lo de los conejos), se acaba olvidando de éstos y se concentra sólo en aquéllos.
Y si no, sólo queda la little life (la de "Winter kept us warm, covering/Earth in forgetful snow, feeding/A little life with dried tubers."), porque las exponenciales bacterias o los raudos conejos sólo nos acaban por sugerir malthusianas penas:
Sin Viagra de la edad sentí mi espada,
sin cónejo, gazapo ni despojo
que no fuese recuerdo de la muerte. 15:o5

domingo, enero 01, 2006

Paramnesia

Wieder ein Glück ist erlebt.

En español: "Me alegra el día". No recuerdo la película en que uno de los personajes decía esta frase.

[aprenderé a incluir enlaces (de mis propósitos al comenzar el año)]

Terra incognita

Los dos especulares, desconocidos, paisajes: el que dejamos y el que ahora hollamos. Un país del que nunca supimos y el que nos permite alguna paradoja vana: perseveremos en nuestro ser, a ver si algo cambia. Pero uno ya sabe que nunca funciona nada de esto. La inane reflexión del ocio se sustituirá por el continuo de los días. Dos caras para perder todas las apuestas.
Así habló en Logroño, no sé quién carajo.
Más modestamente, hemos rendido culto al señor Google esta misma mañana y éste nos ha confesado que con "Ianua" se obtienen unos 166.000 resultados. "Janua" aporta (aporta, claro) nada menos que 489.000, arriba o abajo.
Ianua: un país y otro. Dentro y fuera. Se fuma o no. El que no sale por la puerta, ése sí que se va al otro barrio... hastío cierto. 11:20