Los carnés de baile, al igual que otras armas arrojadizas, contribuyen sin duda a los capítulos más fabulosos de la mayoría de las biografías y las carreras políticas.
Lo que distingue a estos carnés es que no se borra a nadie formalmente, ninguna inscripción en principio ha de cancelarse, pero la función de la goma de borrar la realizan las nuevas afiliaciones o los nuevos apuntes, en el mismo o en distintos carnés.
La teoría a desarrollar es la siguiente: Tenemos modelos solares en que lo que importa es un solo carné de baile, el de la figura análoga al Rey Sol. Todos bailan alrededor de un astro sin que otras danzas menores tengan relevancia frente a ésta.
Y tenemos modelos cumulares en que cada componente tiene un carné con lo que, en consecuencia, para hacerse cargo de la situación hay que mirar cómo andan las inscripciones en varios de ellos, si no en todos.
Sirva de ilustración de éste modelo la conocida novela A Severed Head; sírvase también el lector establecer la analogía con un vodevil casi cualquiera. Por lo que hace al primer modelo, piense el lector en The Flight from the Enchanter o, más directamente, en Party im Blitz (1).
Problema grave es que alguien se crea el titular del único carné de baile importante sin darse cuenta de que en el cúmulo acabará colisionando con quien menos lo piensa. Por tanto, es necesario saber si estamos hablando de un sistema planetario o de un cúmulo abierto, desordenado y de vocación montaraz.
Vamos, pues, al segundo modelo, y esbocemos las condiciones de estabilidad según la composición de los respectivos carnés de baile. Que quien tengo apuntados me tengan apuntado a mí es condición necesaria para que la fiesta prosiga dentro de los cauces previstos, pero no lo es suficiente como veremos. Si nadie quiere bailar con quien quiere bailar con él, no bailará nadie, pero paradójicamente los conflictos no serán tan graves como cuando de una situación de coincidencia se introduzca un cambio que desbarate todo. Digamos que A quiere bailar con alfa y viceversa, que B quiere bailar con beta y gamma, y éstos lo mismo y están además dispuestos a compartir, por decirlo en el dialecto de la novela romántico-sexual, a B, aunque también es probable que beta y gama acaben siendo aficionados al cine de José Luis Borau. Todo parece funcionar, aunque hay que gente que no baila todo el rato. Supongamos además que prefieren la descrita a un buen número de las otras situaciones posibles.
Si A y beta deciden bailar una pieza o unas cuantas, veremos que los afectados no son pocos. Todos los demás se encontrarían con una situación diferente, tal vez indeseada, pero sólo se han producido dos mínimas anotaciones en sólo dos carnés de baile.
Pongamos que A está bailando con beta. Alfa ha perdido algo. Sabemos que B quiere bailar con gamma pero ha perdido la disponibilidad de beta. Alfa puede querer bailar con B o no. En cualquier caso, aumenta la probabilidad de que alguien se cargue el tocadiscos.
Disculpe el lector esta gallofa de alfas y betas, pero observe que A no ha manifestado ni su negativa a bailar con alfa ni la imposición de que B pierda uno de sus turnos o se conforme con gamma. En este mercado en que compradores y bienes son unos y los mismos, no queda claro que una pequeña desviación sea recuperable, lo que hace que grandes efectos se correspondan con responsabilidades subjetivas nimias, al menos si de lo que estamos hablando es de un guateque. Pero quédese aquí la gallofa, / que lo dicho ya es bastante.
De los modelos a las historias va mucho y es tentador pasar de los unos a las otras sin avisar. Las historias han de ser más complejas que los modelos, que no pueden complicarse sin dejar de ser modelos. No obstante, los relatos tienden por pereza a referirse a situaciones solares o, en todo caso, declaradamente transitivas y por eso relativamente simples.
Este carácter simplificador de los relatos es un serio problema científico, pero no es el único problema, sobre todo si pensamos en los que atañen a los bailarines y no sólo a los cronistas. Se da el conocido caso de quien cree que baila con quien quiere, pero a un son que siempre le tocan otros. Hay quien se cree director de la banda, pero porque ésta sólo toca lo que le piden desde el tendido. El títere se cree el rey del baile cuando mira su carné, pero no sabe quién se lo ha rellenado o, en el peor de los casos, le da igual el vals que la sardana. O sea, que le han regalado el carné en una tómbola.
(1) El lector que no atienda a la referencia literaria, buena analogía pero impertinente, puede pensar en un blog: los comentarios que se centran radialmente en torno al texto del titular del blog dan paso a un intercambio libre pero estructurado espontáneamente entre los comentadores. El autor imagina que los titulares de blogs con alta participación no podrán dejar de preguntarse de vez en cuando que hacen ellos allí ante la dinámica autónoma y difícilmente predecible de los mensajes.
Lo que distingue a estos carnés es que no se borra a nadie formalmente, ninguna inscripción en principio ha de cancelarse, pero la función de la goma de borrar la realizan las nuevas afiliaciones o los nuevos apuntes, en el mismo o en distintos carnés.
La teoría a desarrollar es la siguiente: Tenemos modelos solares en que lo que importa es un solo carné de baile, el de la figura análoga al Rey Sol. Todos bailan alrededor de un astro sin que otras danzas menores tengan relevancia frente a ésta.
Y tenemos modelos cumulares en que cada componente tiene un carné con lo que, en consecuencia, para hacerse cargo de la situación hay que mirar cómo andan las inscripciones en varios de ellos, si no en todos.
Sirva de ilustración de éste modelo la conocida novela A Severed Head; sírvase también el lector establecer la analogía con un vodevil casi cualquiera. Por lo que hace al primer modelo, piense el lector en The Flight from the Enchanter o, más directamente, en Party im Blitz (1).
Problema grave es que alguien se crea el titular del único carné de baile importante sin darse cuenta de que en el cúmulo acabará colisionando con quien menos lo piensa. Por tanto, es necesario saber si estamos hablando de un sistema planetario o de un cúmulo abierto, desordenado y de vocación montaraz.
Vamos, pues, al segundo modelo, y esbocemos las condiciones de estabilidad según la composición de los respectivos carnés de baile. Que quien tengo apuntados me tengan apuntado a mí es condición necesaria para que la fiesta prosiga dentro de los cauces previstos, pero no lo es suficiente como veremos. Si nadie quiere bailar con quien quiere bailar con él, no bailará nadie, pero paradójicamente los conflictos no serán tan graves como cuando de una situación de coincidencia se introduzca un cambio que desbarate todo. Digamos que A quiere bailar con alfa y viceversa, que B quiere bailar con beta y gamma, y éstos lo mismo y están además dispuestos a compartir, por decirlo en el dialecto de la novela romántico-sexual, a B, aunque también es probable que beta y gama acaben siendo aficionados al cine de José Luis Borau. Todo parece funcionar, aunque hay que gente que no baila todo el rato. Supongamos además que prefieren la descrita a un buen número de las otras situaciones posibles.
Si A y beta deciden bailar una pieza o unas cuantas, veremos que los afectados no son pocos. Todos los demás se encontrarían con una situación diferente, tal vez indeseada, pero sólo se han producido dos mínimas anotaciones en sólo dos carnés de baile.
Pongamos que A está bailando con beta. Alfa ha perdido algo. Sabemos que B quiere bailar con gamma pero ha perdido la disponibilidad de beta. Alfa puede querer bailar con B o no. En cualquier caso, aumenta la probabilidad de que alguien se cargue el tocadiscos.
Disculpe el lector esta gallofa de alfas y betas, pero observe que A no ha manifestado ni su negativa a bailar con alfa ni la imposición de que B pierda uno de sus turnos o se conforme con gamma. En este mercado en que compradores y bienes son unos y los mismos, no queda claro que una pequeña desviación sea recuperable, lo que hace que grandes efectos se correspondan con responsabilidades subjetivas nimias, al menos si de lo que estamos hablando es de un guateque. Pero quédese aquí la gallofa, / que lo dicho ya es bastante.
De los modelos a las historias va mucho y es tentador pasar de los unos a las otras sin avisar. Las historias han de ser más complejas que los modelos, que no pueden complicarse sin dejar de ser modelos. No obstante, los relatos tienden por pereza a referirse a situaciones solares o, en todo caso, declaradamente transitivas y por eso relativamente simples.
Este carácter simplificador de los relatos es un serio problema científico, pero no es el único problema, sobre todo si pensamos en los que atañen a los bailarines y no sólo a los cronistas. Se da el conocido caso de quien cree que baila con quien quiere, pero a un son que siempre le tocan otros. Hay quien se cree director de la banda, pero porque ésta sólo toca lo que le piden desde el tendido. El títere se cree el rey del baile cuando mira su carné, pero no sabe quién se lo ha rellenado o, en el peor de los casos, le da igual el vals que la sardana. O sea, que le han regalado el carné en una tómbola.
(1) El lector que no atienda a la referencia literaria, buena analogía pero impertinente, puede pensar en un blog: los comentarios que se centran radialmente en torno al texto del titular del blog dan paso a un intercambio libre pero estructurado espontáneamente entre los comentadores. El autor imagina que los titulares de blogs con alta participación no podrán dejar de preguntarse de vez en cuando que hacen ellos allí ante la dinámica autónoma y difícilmente predecible de los mensajes.
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