El idiota
Ya saben: un veranillo, el tren que llega, el día remolón o tímido, niebla. Viajeros que vienen de lejos. En tercera, paisanos. No se puede negar que la condición de idiota avisa. Hasta para el idiota, al menos a partir de cierta edad, nada se parece menos a su condición que un terremoto, proverbialmente sorpresivo, subitáneo, previamente inadvertido siempre.
En efecto, el acceso de idiotez no es algo que no se le anuncie a su protagonista, pero es la misma condición de idiota la que impide tomar medidas eficaces contra el ataque, y es ese conocimiento previo el que multiplicará después las sensaciones contradictorias asociadas a la idiotez, la conciencia ciclotímica del idiota, el rigodón de su monólogo interior, if any.
Del idiota, se contrastan etimología y etiología en su relativa rareza estadística. Una biocenosis de idiotas sería una biocenosis sin idiotas. Por otro lado, el idiota está perfectamente dotado para la teorización sobre la idiotez, o eso cree al menos. Más temprano que tarde comprueba la inanidad de su teoría, tan íntimamente sentida.
We are the one egg men (1)
We are the one egg men (1)
Hay dos momentos en la vida de un hombre que no se deben confundir. Aquél en el que suena la advertencia de que dos huevos son demasiado. Y aquél otro en que no pude concebirse a sí mismo cenando, si huevos fritos, más de uno.
La renuncia juvenil es una retirada que se permite el lujo de la fanfarria y la épica. Existe literatura al respecto, muchas veces escrita por hombres y protagonizada por mujeres. La edad (y no hace falta literatura para comprobarlo) descubre la verdadera naturaleza del renunciar, un acomodo a nuestros límites, una elegía descolorida a un traje vacío.
(1) Así acaba la cena / Con yogur, y no whisky.
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