Vistas de página en total

lunes, enero 23, 2006

Una historia asimétrica

Llevábamos ya un buen par de minutos en silencio, lo cual para una reunión de siete individuos particularmente locuaces era mucho. Si seis de nosotros, y puede que los siete, contásemos ahora esto, y yo mismo lo estoy haciendo, coindiríamos en que era natural que quien rompiese ese silencio fuera Recarte:
-No es ésa la única historia de fantasmas o lo que sea que sucede en un hotel, como todos sabéis. Lo que quizá ignoráis es que estas historias afectan especialmente (es un hecho demostrado) a las encargadas de la ropa de cama. No, no es que los fantasmas precisen sábanas, ni tampoco es la historia de un parapsicólogo inglés redundantemente excéntrico que sostiene que los fantasmas proceden de, ¡jum!, el semen derramado.
Todos pensamos en la vieja broma de que Recarte no solía medir sus palabras excepto cuando hablaba de licores, ya fueran estos destilados o procedentes directamente de una operación de prensado. Supongo que estas ocurrencias de un mal gusto al que éramos totalmente inmunes han de recordarse a efectos notariales, pero quiero pensar que sirven también como refutación del inglés loco.
-Mi historia de fantasmas ocurrió en una pensión de Vitoria en abril de 1974, pero nada que ver con sábanas ni mujeres de la limpieza. Habíamos ido allí a que el San Viator nos diera la paliza acostumbrada en el Torneo del Sector y el Frente de Juventudes o quien se encargase de estas cosas nos distribuyó entre un par de pensiones.
-Por ese camino me temo que las hipótesis del inglés pueden parecer razonables.
-La verdad es que estuvimos cuatro noches y en todas ellas asistimos a trajines extraños de gente que entraba y salía. A ver si me entendéis, cabrones, era claro que se trataba de individuos que se dedicaban a cualquier cosa menos al comercio carnal. Se trataba de voces sólo de varones, serias, hoscas pero indiscernibles, acompañadas de ruidos, portazos, algún grito, todo menos cadenas arrastradas. Estábamos seguros de que hablaban en español, pero (y lo comentamos después algunos de nosotros) puedo asegurar que no nos llegaba ni una sola palabra discernible.
-Si eran ruidosos, no serían clandestinos.
-O clandestinos españoles, de comedia. De los que dejan vaciarse un saco de subfusiles en el patio de una estación de RENFE.
-Eso, Recarte, es la famosa leyenda urbana del terrorista que le cuenta su vida al primero que pasa con la acreditación que proporciona la exhibición del arsenal.
-Si yo os contara..., pero sigo con la pensión. Yo creo que estábamos todos en un estado peculiar, no asustados, pero bordeando alguna falla psicológica, a punto de coger el autobús y volver a nuestras casas.
-Ya, y la falla hizo que ese año, por fin, ganaseis a los vitorianos.
-No, desde luego que no, pero una vez derrotados, la cuarta y última noche casi vimos a los fantasmas. Sigo con la historia. Mi compañero de habitación y yo no lo hablamos, pero por un raro acuerdo no cerramos del todo la puerta. Desde su cama, él tenía un mejor ángulo de visión que yo, pero no era cuestión de hacer cambios al respecto.
-Y llegaron los fantasmas.
-Veréis, al rato mi compañero se levantó y vi que cerraba la puerta. No me atreví a pedirle que la dejara abierta (el raro acuerdo debió de ser sólo una figuración de éste que os habla) y supuse que entonces empezaría la fiesta, cuando ya los visitantes podían estar bien seguros de no ser vistos. Nada sucedió. Nada hasta que mi compañero se levantó otra vez y salió. Oí la puerta y el pestillo del cuarto de baño al fondo del pasillo, pero bastante cerca de nuestra habitación. En ese momento empezó todo, ruidos y voces, un follón intenso que cesó en cuestión de segundos. Mi compañero volvió, encendí la luz y le pregunté qué había visto. Ni visto ni oído nada. Era yo el único testigo o el único alucinado. De los compañeros de otras habitaciones, que sí habían oído todo las noches anteriores, qué podíamos decir. Ya les preguntaríamos. Esa fue la única vez que mi compañero y yo no padecimos la visita juntos.
-Perdona, pero además de que otras explicaciones están disponibles, esto recuerda mucho a una broma de tus compañeros de la que tú hubieras sido la selecta víctima.
-Es muy posible, tal como lo he contado, pero debieron reírse a mis espaldas y además de nada porque yo no mostré, os lo aseguro, ninguna emoción más allá de las que todos parecían sentir.
-Tu caso es, perdona otra vez, bastante débil. El sonido es menos fiable, incluso para lo falso o para la apariencia, que la vista. Quiero decir que creo como espejismo un espejismo visual, pero el sonido no nos da ni para eso. No hay caso.
Recarte pareció acceder súbitamente a un estado superior, se transfiguró podría decirse sin que faltásemos gravemente a la verdad de su rostro.
-Antes he dicho que casi los vi, pero no es así.
-¿Entonces?
-Los vi, pero fue muchos años después, cuando trabajaba en el periódico. Ya sabéis que me pasé dos años ordenando el archivo fotográfico. Casi todo era material inédito. Debo confesar que no prestaba a casi nada demasiada atención, así que mi clasificación era aproximativa y consistía sobre todo en un serie de cajones de sastre con etiquetas variadas. No sé por qué me fijé en particular en un sobre datado en 1969, pero allí estaba. El piso era perfectamente reconocible, los muebles y otros detalles incontestables. No me constó trabajo unir las fotos a la noticia. A fin de cuentas, la historia del periódico estaba encuadernada en aquél mismo sótano. Se había producido una redada policial y una de las personas que había en el piso había muerto al tirarse, se dijo, por el patio de luces.
-Recarte, has acabado de estropear tu historia. Ya era bastante inconsistente, como para añadirle los detalles de un archivero enloquecido y con los ojos rojos. Suma ya todas las circunstancias agravantes. Te iba a suspender hasta Jiménez del Oso, q.e.p.d.
-No lo negaría si no es por un detalle.
-¿Sí?¿Cuál?
-Muy simple. Ésta es la primera vez que la cuento.
-¿Y? ¿Qué verdad sacas tú de ahí?¿Que has sido muy honrado hasta ahora? Igual es la última vez también.
-Es posible, pero lo decía por otra cosa. Hasta ahora no la había contado porque me faltaba el elemento de convicción y creedme si os digo que sólo lo he conocido esta misma mañana.
-Esto empieza a prorrogarse peligrosamente.
-Sí, pero esta historia, reconoced que no la he puesto en labios de nadie. Me pasó a mí y hasta ahora podía yo pensar, pues soy tan escéptico como vosotros, que todo era una componenda de mi imaginación y mi memoria.
-¿Qué ha pasado esta mañana?
- Mi compañero de habitación. He sabido de él más de treinta años después. La vida no le ha sonreído. Al parecer se dedicó a negocios más bien turbios y, en los últimos años, se convirtió en un delincuente. Murió ayer, al intentar huir de la policía. En una pensión de mala muerte, estrellado en el patio de luces como una simple prenda de ropa que ha caído. Es curioso, lo había visto desde el primer momento.

No hay comentarios: