Entre cucharada y cucharada, la boca abierta y los ojos abiertos. Fisiológicamente, la única solución es levantarse e ir a los servicios o salir al parking como el que sale por algún propósito bien definido (“me he dejado las pastillas en el coche” o “no estaba seguro de si era zona azul”):
–Pero, hombre, el parking de la bodega no puede ser zona azul ¿has venido en tu coche?
–No, no. Ya vuelvo a la mesa, pero no creas que he dejado de atender.
Los ventanales en un día de niebla son de una homogeneidad intachable, pero el que tiene a su izquierda muestra una azotea donde se congregan pallets que alguien ha subido allí a falta de mejor lugar. A estas alturas de la comida no recibe ni codazos y es ignorado –piensa él– con la desconsoladora gentileza de la indiferencia. Una brisa de tenue felicidad matiza las desazones líricas de los intelectuales circundantes.
Paradoja de los regulares éxitos profesionales y artísticos que el Estado de las Autonomías ha propiciado y el tono postulante de las intervenciones. O tal vez no haya nada de eso. Todos conocen bien su negocio, los peajes y las necesidades que conlleva. Los clérigos, además, siempre han sabido pedir. Ahora bien, también podrán decir con razón que están dando ideas y, por tanto, el intercambio puede considerarse incluso desfavorable para ellos, pero la cultura es de la subvención y no del mercado, no se crea, oiga.
Por un momento, nuestro hombre espera ver surgir la disensión o la polémica, pero todas las posiciones se dejan abrazar fácilmente. La sacerdotisa es un buen ejemplo de la fase superior del cinismo, a fin de cuentas estamos en el mismo barco, las fuerzas de la cultura son más sublimes que la madre que las parió y todo es cultura. Ergo, todo es sublime. No sé lo que he dicho, pero unos somos más sublimes que otros.
Los elegidos son felices y el estado es tan grande que hasta se diría que les obliga a manifestarse dulcemente anarquistas, lo que está bien mientras las ubres del estado se hallen a tiro. Qué más se puede pedir si, como queda consignado, somos sublimes, ya lo dijo la señora, y superiores. Nacimos tocados por la gracia que todo perdona, faltas de ortografía incluidas. La autonomía del arte es formulación engañosa: el artista será autonómico o no será. Por lo menos, vosotros, peña, que luego vendrá el do ut des; no, no hablo de ese dar, aunque entre adultos se admite si es consentido.
Es el turno de los sentidos agradecimientos al compás de las digestiones tonificadas por el aguardiente y luego por el frío hasta el coche. Es que hay que ver, los viñedos también son cultura, aunque no sé yo si lo de hoy ha sido dieta mediterránea, que es tan plural, por otra parte.
No hay problema con nuestro sujeto, las despedidas y las sobremesas no son lo suyo. Dónde va a ir en la vida en este plan, se le podrá seguir diciendo, pero cuando uno no vale, no vale y se acabó la historia. Los comensales sublimes se van a digerir sublimes a otra parte. Los hombres de las ideas sublimes engordan felices. Como los esclavos del vasco ése, recuerda alguien, mira que tenemos referencias, somos más cultos que los de Saber y ganar y El precio justo juntos. La gran hermana asciende por los aires, apoteosis, apoptosis, revelación, la literatura moderna es libre, ya se sabe, aunque los cadáveres canten lo suyo. Los sacerdotisos exeunt.
En un segundo, creyó ver todo eso, o creyó ver la cifra de todo eso, pero el miedo pudo más que la curiosidad y nuestro hombre declinó la invitación. El pobre.
–Pero, hombre, el parking de la bodega no puede ser zona azul ¿has venido en tu coche?
–No, no. Ya vuelvo a la mesa, pero no creas que he dejado de atender.
Los ventanales en un día de niebla son de una homogeneidad intachable, pero el que tiene a su izquierda muestra una azotea donde se congregan pallets que alguien ha subido allí a falta de mejor lugar. A estas alturas de la comida no recibe ni codazos y es ignorado –piensa él– con la desconsoladora gentileza de la indiferencia. Una brisa de tenue felicidad matiza las desazones líricas de los intelectuales circundantes.
Paradoja de los regulares éxitos profesionales y artísticos que el Estado de las Autonomías ha propiciado y el tono postulante de las intervenciones. O tal vez no haya nada de eso. Todos conocen bien su negocio, los peajes y las necesidades que conlleva. Los clérigos, además, siempre han sabido pedir. Ahora bien, también podrán decir con razón que están dando ideas y, por tanto, el intercambio puede considerarse incluso desfavorable para ellos, pero la cultura es de la subvención y no del mercado, no se crea, oiga.
Por un momento, nuestro hombre espera ver surgir la disensión o la polémica, pero todas las posiciones se dejan abrazar fácilmente. La sacerdotisa es un buen ejemplo de la fase superior del cinismo, a fin de cuentas estamos en el mismo barco, las fuerzas de la cultura son más sublimes que la madre que las parió y todo es cultura. Ergo, todo es sublime. No sé lo que he dicho, pero unos somos más sublimes que otros.
Los elegidos son felices y el estado es tan grande que hasta se diría que les obliga a manifestarse dulcemente anarquistas, lo que está bien mientras las ubres del estado se hallen a tiro. Qué más se puede pedir si, como queda consignado, somos sublimes, ya lo dijo la señora, y superiores. Nacimos tocados por la gracia que todo perdona, faltas de ortografía incluidas. La autonomía del arte es formulación engañosa: el artista será autonómico o no será. Por lo menos, vosotros, peña, que luego vendrá el do ut des; no, no hablo de ese dar, aunque entre adultos se admite si es consentido.
Es el turno de los sentidos agradecimientos al compás de las digestiones tonificadas por el aguardiente y luego por el frío hasta el coche. Es que hay que ver, los viñedos también son cultura, aunque no sé yo si lo de hoy ha sido dieta mediterránea, que es tan plural, por otra parte.
No hay problema con nuestro sujeto, las despedidas y las sobremesas no son lo suyo. Dónde va a ir en la vida en este plan, se le podrá seguir diciendo, pero cuando uno no vale, no vale y se acabó la historia. Los comensales sublimes se van a digerir sublimes a otra parte. Los hombres de las ideas sublimes engordan felices. Como los esclavos del vasco ése, recuerda alguien, mira que tenemos referencias, somos más cultos que los de Saber y ganar y El precio justo juntos. La gran hermana asciende por los aires, apoteosis, apoptosis, revelación, la literatura moderna es libre, ya se sabe, aunque los cadáveres canten lo suyo. Los sacerdotisos exeunt.
En un segundo, creyó ver todo eso, o creyó ver la cifra de todo eso, pero el miedo pudo más que la curiosidad y nuestro hombre declinó la invitación. El pobre.
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