Faces and small faces, shadows, pero antes debe hacer una confesión de carácter deportivo. Ya cuando habla con el librero se dice que dentro se aclarará cuál de ellos es. El librero busca en la solapa la foto adulta, guiado sin duda por alguna artesanía fisiognómica, pero ninguno de los dos advierte que allí mismo se soluciona el pequeño enigma. Él, sin embargo, antes de descubrir la nota sobre la fotografía de portada, y ya había leído el primer capítulo, llega a una conclusión que a la postre se demuestra correcta, esto es, coincidente con la aclaración.
Pero antes había tenido tiempo para extender el campo de las posibilidades, adjudicar a cada uno de los jugadores la biografía que le estaba esperando tan sólo al autor, de adjudicársela, entiéndase, en el vacío, porque él desconoce esa vida. Cada una de esas caras da forma a las páginas que le esperan a él, se dice. Sin embargo, la identificación, su epifanía efectuada en un intermedio de la lectura, le ha producido un grado de certeza digno de la teoría de la medida. Los demás rostros y la gabardina desaparecen de la historia que él todavía no conoce y no conocerá, desde luego, nunca. Camisas y camisetas, el entrenador eterno. En cambio, ha tenido que leer la nota para reconocer que se trata de baloncesto. Hasta entonces había sido fútbol, cuando balón, cancha, zapatillas y hasta el número de niños dejaban ver claramente que su horizonte no se limitaba al culto de San Telmo.
O sea, que acudimos al libro con las ideas ya escritas: aquí está de delgado futbolista, por ejemplo un lateral como Escalza para sustituir al modelo Sáez. Pero no, era él, eso ya lo sabíamos, y a partir de ahora debemos de pensar en un alero sector camisas y botones y no camiseta. O sea que leer no es añadir, sino más bien borrar. Ven, autor, suprime nuestro prejuicio. Todo conocimiento no es sino olvido.
Pero antes había tenido tiempo para extender el campo de las posibilidades, adjudicar a cada uno de los jugadores la biografía que le estaba esperando tan sólo al autor, de adjudicársela, entiéndase, en el vacío, porque él desconoce esa vida. Cada una de esas caras da forma a las páginas que le esperan a él, se dice. Sin embargo, la identificación, su epifanía efectuada en un intermedio de la lectura, le ha producido un grado de certeza digno de la teoría de la medida. Los demás rostros y la gabardina desaparecen de la historia que él todavía no conoce y no conocerá, desde luego, nunca. Camisas y camisetas, el entrenador eterno. En cambio, ha tenido que leer la nota para reconocer que se trata de baloncesto. Hasta entonces había sido fútbol, cuando balón, cancha, zapatillas y hasta el número de niños dejaban ver claramente que su horizonte no se limitaba al culto de San Telmo.
O sea, que acudimos al libro con las ideas ya escritas: aquí está de delgado futbolista, por ejemplo un lateral como Escalza para sustituir al modelo Sáez. Pero no, era él, eso ya lo sabíamos, y a partir de ahora debemos de pensar en un alero sector camisas y botones y no camiseta. O sea que leer no es añadir, sino más bien borrar. Ven, autor, suprime nuestro prejuicio. Todo conocimiento no es sino olvido.
Seguimos leyendo. Seguiremos borrando las sombras que no corresponden, o sea, seguimos aprendiendo.
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