Javier Cercas decide escribir para los niños (El país, il y a quelques semaines). Lo anuncia:
Ése es precisamente el problema: nadie sabe mejor que los historiadores -como lo sabe el propio Pradera [Javier]- que ese conocimiento [el de la historia de la España contemporánea en alguno de sus capítulos que no hará falta especificar] no ha llegado a la sociedad, permeándola y permitiendo en consecuencia instituir un relato consensuado de nuestro pasado inmediato que, como un mínimo común denominador, sin tergiversar la realidad histórica, sea aceptado por la mayoría de la sociedad. Para probar lo anterior bastaría con echar un vistazo a la avalancha de artículos y reportajes acogida por la prensa el pasado 20-N -y a más de un editorial-, pero es todavía más ilustrativo hacer lo propio con los libros de texto que se usan en las escuelas. A diferencia de lo que ocurre en Italia, Francia o Alemania, en España ese relato común no existe. Podría ser un relato muy sencillo, pero la realidad es que no existe [el relato de marras, la realidad ya sabemos que hace de todo menos existir].
Puesto que se trata de "instituir un relato consensuado", por otra parte ya dispuesto por los historiadores, el asunto de la verdad parece sortearse. Se trata de no “tergiversar la realidad histórica”, la cual nos resulta accesible gracias a la labor de los profesionales.
Cercas anuncia a continuación que escribirá para niños (o sea, como para niños) y lo hace:
Podría por ejemplo decirles a los niños: "Había una vez en España una República democrática mejorable, como todas, contra la que un militar llamado Franco dio un golpe de Estado. Como algunos ciudadanos no aceptaron el golpe y decidieron defender el Estado de derecho, hubo una guerra de tres años. La ganó Franco, quien impuso un régimen sin libertades, injusto e ilegítimo, que fue una prolongación de la guerra por otros medios y duró 40 años".
Cercas cae en la tentación de no escribir para adultos y nos presenta a un general perdido en su singular indefinido, venido vaya uno a saber de qué lejano país. Cuidado, Cercas, el general comienza siendo un ogro y puede acabar siendo un gigante (versión mini, desde luego) egoísta o cayendo tan simpático como un troll de dibujos animados, con los niños nunca se sabe.
“Algunos ciudadanos no aceptaron el golpe” en la medida de sus posibilidades, habría que pensar. Defendieron el vacío castillo del Estado de derecho sorprendidos en su buena fe de, por ejemplo, campesinos, posaderos y vendedores de queso, oficios todos ellos abundantemente representados en el género literario de referencia. La realidad, desde luego, se ha evaporado desde el “Había una vez” y no reaparece ni en el quiasmo final a cuenta de Von Clausewitz o de Rosa Montero, no lo sabemos bien.
La palinodia ya la ha cantado el propio Cercas hace pocos días. Quien con niños se acuesta, se levanta con unos cuantos publicistas de derechas, de centro o de izquierdas. La simpleza bordea la mentira y no la verdad. No por nada, sino por la confusión de categorías, no por la presencia de un error de hecho o una inexactitud. Los relatos no están fabricados sólo de verdades de hecho, aunque desmenuzados no contengan otro cosa.
¿No será precisamente que el relato que promete no puede ampararse en la ridiculez del lenguaje que utiliza y en la inepcia intelectual del parrafito? ¿Puede ampararse en alguno? Lo cierto es que la historia no nos va a proporcionar un relato independiente de quien narra y de quien paga la narración. Lo que podría uno preguntarse es sobre cuántas capas de falsa conciencia se han instalado las afiliaciones a unos relatos, a otros, o a otros. También podría uno preguntarse cómo los historiadores pueden evitar, si interesa, la cuestión de fondo acerca de la viabilidad de las sociedades políticas y los regímenes del pasado. ¿Era el general un aerolito que aterrizó un mal día o es la sinécdoque de algo así como la mitad de la sociedad política? ¿Mejor, lo sucedido fue consustancial a la “república mejorable” y a su desarrollo? Como la discusión irá por ahí y será tontamente metafísica, evítenla los historiadores. Ahora, si la evitan, su ciencia puede desplomarse porque se levanta sobre sillares que conforman cursos sobre los que plantean desviaciones (un golpe de estado) o rectificaciones (el mismo golpe de estado). Y, sin embargo, la solución es tan sencilla como el cuento de Cercas. Si no hay cursos patrones que seguir, si la contingencia se ha convertido en un expediente cancelador del curso que un académico desdeña, tampoco podremos borrar de nuestro presente los desvíos que para otros son regresos, no hay goma de borrar. Aunque quizá sí haya que borrar las identificaciones pueriles, las legitimaciones a la violeta y las subidas a la parra, y aquella España feliz que nunca hubo, si el endecasílabo north by northwest no ofende. Los manifiestamente mejorables somos nosotros, tan republicanos, tan franquistas, tan transitivos.
Ése es precisamente el problema: nadie sabe mejor que los historiadores -como lo sabe el propio Pradera [Javier]- que ese conocimiento [el de la historia de la España contemporánea en alguno de sus capítulos que no hará falta especificar] no ha llegado a la sociedad, permeándola y permitiendo en consecuencia instituir un relato consensuado de nuestro pasado inmediato que, como un mínimo común denominador, sin tergiversar la realidad histórica, sea aceptado por la mayoría de la sociedad. Para probar lo anterior bastaría con echar un vistazo a la avalancha de artículos y reportajes acogida por la prensa el pasado 20-N -y a más de un editorial-, pero es todavía más ilustrativo hacer lo propio con los libros de texto que se usan en las escuelas. A diferencia de lo que ocurre en Italia, Francia o Alemania, en España ese relato común no existe. Podría ser un relato muy sencillo, pero la realidad es que no existe [el relato de marras, la realidad ya sabemos que hace de todo menos existir].
Puesto que se trata de "instituir un relato consensuado", por otra parte ya dispuesto por los historiadores, el asunto de la verdad parece sortearse. Se trata de no “tergiversar la realidad histórica”, la cual nos resulta accesible gracias a la labor de los profesionales.
Cercas anuncia a continuación que escribirá para niños (o sea, como para niños) y lo hace:
Podría por ejemplo decirles a los niños: "Había una vez en España una República democrática mejorable, como todas, contra la que un militar llamado Franco dio un golpe de Estado. Como algunos ciudadanos no aceptaron el golpe y decidieron defender el Estado de derecho, hubo una guerra de tres años. La ganó Franco, quien impuso un régimen sin libertades, injusto e ilegítimo, que fue una prolongación de la guerra por otros medios y duró 40 años".
Cercas cae en la tentación de no escribir para adultos y nos presenta a un general perdido en su singular indefinido, venido vaya uno a saber de qué lejano país. Cuidado, Cercas, el general comienza siendo un ogro y puede acabar siendo un gigante (versión mini, desde luego) egoísta o cayendo tan simpático como un troll de dibujos animados, con los niños nunca se sabe.
“Algunos ciudadanos no aceptaron el golpe” en la medida de sus posibilidades, habría que pensar. Defendieron el vacío castillo del Estado de derecho sorprendidos en su buena fe de, por ejemplo, campesinos, posaderos y vendedores de queso, oficios todos ellos abundantemente representados en el género literario de referencia. La realidad, desde luego, se ha evaporado desde el “Había una vez” y no reaparece ni en el quiasmo final a cuenta de Von Clausewitz o de Rosa Montero, no lo sabemos bien.
La palinodia ya la ha cantado el propio Cercas hace pocos días. Quien con niños se acuesta, se levanta con unos cuantos publicistas de derechas, de centro o de izquierdas. La simpleza bordea la mentira y no la verdad. No por nada, sino por la confusión de categorías, no por la presencia de un error de hecho o una inexactitud. Los relatos no están fabricados sólo de verdades de hecho, aunque desmenuzados no contengan otro cosa.
¿No será precisamente que el relato que promete no puede ampararse en la ridiculez del lenguaje que utiliza y en la inepcia intelectual del parrafito? ¿Puede ampararse en alguno? Lo cierto es que la historia no nos va a proporcionar un relato independiente de quien narra y de quien paga la narración. Lo que podría uno preguntarse es sobre cuántas capas de falsa conciencia se han instalado las afiliaciones a unos relatos, a otros, o a otros. También podría uno preguntarse cómo los historiadores pueden evitar, si interesa, la cuestión de fondo acerca de la viabilidad de las sociedades políticas y los regímenes del pasado. ¿Era el general un aerolito que aterrizó un mal día o es la sinécdoque de algo así como la mitad de la sociedad política? ¿Mejor, lo sucedido fue consustancial a la “república mejorable” y a su desarrollo? Como la discusión irá por ahí y será tontamente metafísica, evítenla los historiadores. Ahora, si la evitan, su ciencia puede desplomarse porque se levanta sobre sillares que conforman cursos sobre los que plantean desviaciones (un golpe de estado) o rectificaciones (el mismo golpe de estado). Y, sin embargo, la solución es tan sencilla como el cuento de Cercas. Si no hay cursos patrones que seguir, si la contingencia se ha convertido en un expediente cancelador del curso que un académico desdeña, tampoco podremos borrar de nuestro presente los desvíos que para otros son regresos, no hay goma de borrar. Aunque quizá sí haya que borrar las identificaciones pueriles, las legitimaciones a la violeta y las subidas a la parra, y aquella España feliz que nunca hubo, si el endecasílabo north by northwest no ofende. Los manifiestamente mejorables somos nosotros, tan republicanos, tan franquistas, tan transitivos.
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