En mi niñez Stock de coque no quería decir nada, era un nombre propio. Designaba, en consecuencia, una totalidad indiscutible, marmórea, granítica y de noche pizarrosa. Igual me hubiera sonado el Kohle an Bord de la foto o, pongamos por caso, Ikatz stocka, por poner una lengua donde no se hablase en el título demasiado falsa y analíticamente de los tiburones del Mar Rojo y, ya inmersos, de las Islas Brothers, como sucede en la mayoría de las traducciones.
Kehren Schulze und Schultze wieder zu dir?
En este álbum de 1958 son, al final, los americanos quienes ponen orden dos años después de la crisis de Suez. Esta aparición de los americanos como nuevos hegemones (tan agotados ya los británicos de Tintín en el país del oro negro) no ahoga, sin embargo, el motor de la historia, un motor balzaquiano, como es fama y según proceso bien estudiado por los eruditos, el de las reapariciones de antiguos personajes, recurso eficazmente secundado por otro mecanismo aún más potente, el de no cerrar definitivamente las cuentas, que ya las dejará abiertas la muerte del autor y un millón de tazas de café negro como la antracita.
En cuanto a la intervención del héroe, su intervención irreversible en la historia, su ruptura de la pequeña catástrofe burguesa, tal cosa se argumenta mediante una estupenda retórica, la de refugiarse en el ojo del huracán, lo que se comprueba en la versión alemana que he encontrado por casa, en un diálogo propio de un curso de idiomas: -Wohin? Nach Khemed, zum Beispiel! -Prima! Khemed! Sehr gut!, intercambio que algún escoliasta catalogará como otra referencia a Patmos (Wo aber Gefahr ist, wächst / Das Rettende auch...) después de la registrada en El tesoro de Rackham el Rojo.
De todas maneras, quizá Hölderlin estuviera pensando justamente en esta aventura de Tintín. De otro modo formulado, si no buscasen algunos el peligro porque solo el peligro paga, no habría historia, no habría héroe, qué sería de los lectores y de la revelación final de los tiempos, página 62 como siempre, a saber que todo acaba en una comedia incluso más atroz, más caótica, más juvenilmente intranquilos los mayores, que el escándalo de los días alterados, de las afueras de Occidente como un entremés triste donde una escondida armonía que algún guionista ocioso postuló, devuelve a los viejos, pacientes y tiránicos emires a su tienda, a su percha, a los traficantes de armas de toda la vida.
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