Algunos clásicos pueden ser razonablemente magros volúmenes (un libro de bolsillo puede ser grueso si el bolsillo es capaz o es mera forma de hablar) y aparecer también en ediciones suntuarias y con su aquel de búsqueda de lo colosal y lo tirando a ciclópeo.
Por tal cosa, la Poética de Aristóteles puede aparecer en esta nómina. No puede aparecer, por ejemplo, la edición trilingüe de Valentín García-Yebra en Gredos, pero sí la de Antonio López Eire en Istmo. La exigüidad del texto permite que dentro de un número pequeño de páginas y contando con fuentes tipográficas tendentes a la garrapatea, quepan prólogo, notas y texto en griego y en español más un epílogo de James M. Murphy, como es el caso.
risum teneatis
Umberto Eco a su modo y Richard Janko al suyo amenazaron esta economía editorial con sus más o menos fabulosos segundos libros perdidos y encontrados en algún templo del saber o de la infamia. Mejor así, imaginemos a Averroes preguntándose qué es un vodevil y dejándose vencer por un desentendimiento impaciente.
Cuando Aristóteles da ejemplos, el lector puede tener la sensación de que se mueve en la vecindad de lo que se llamarían trucos del oficio, del oficio de poeta en este caso, trucos que no son dones del dios ni de los entusiasmos recreativos. Cabe considerar, y más que muy seriamente, la posibilidad de que la esencia de todo arte se halle precisamente allí, en lo pequeño, en la artesanía de las horas y de los años, que la poesía sea más católica y más exacta que la historia porque los trucos del historiador se someten a una gramática de menores volatines y, aun así, a veces alza este el vuelo, no siempre porque lo que hay sea algo de tan reconocido prestigio como lo que debería haber. Por eso, el mayor fallo de las epopeyas y de las tragedias es la falta de unidad, que hay que saber alcanzar en medio de muchas cosas pequeñas, pero ni una más.
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