Leemos a Cíntora muy de paso al sorprender su libro en alguna estantería al fondo del pasillo. Parece ser que la racionalidad no tiene dónde sostenerse. Cita a Sexto Empírico: si no queremos que nos llamen dogmáticos, esto es, si no adoptamos previamente unas tesis que no se discuten, o incurrimos en circularidad o en regreso al infinito.
Κάμιλλος Σέξτος Ἐμπειρικός
Sin embargo, tal planteamiento oculta la hipótesis de que la racionalidad tiene que sostenerse en un absoluto que la envuelve. Queda claro que esa racionalidad es ya una hipóstasis. Se da además una curiosa retórica por la cual la racionalidad vendría a ser para algunos como un objeto de la intuición sensible: Vemos la racionalidad enterita en una conducta concreta, por ejemplo. La vemos y no hay por qué ir más allá. Es evidente. Pero si nos queda claro que esa conducta es racional, es porque la hemos explicado más allá de ella misma -hemos hablado de fines, quizá-, pero el ser racional de la conducta no exige la prolongación de la demostración de la racionalidad de esos fines. La racionalidad es inmanente a un círculo de operaciones que, además de los fines del sujeto, dibujan los suyos propios: sus resultados son un fin que nos asegura su ser racional.
Me levanto de siesta tan poblada de fantasmagorías y me llego al bar a buena hora. Una tríada algo desesperada me invita a completar el grupo de la partida, a lo que manifiesto mi preocupación por la posición de Cíntora, que les señalo me traía ya de casa. Se produce un amago de tumulto que se serena asintóticamente hacia un inquietante equilibrio de opiniones contradictorias.
La partida se desarrolla al principio de un modo funcionarial. Los jugadores bajo la severa vigilancia de algún espectador umarell (estas cosas las trae Bolonia) no nos alejamos de una inexpresividad muy lograda. Tras un dos a cero, parece acercarse el empate y se diría que planea la sombra de la zaragozana sobre el rincón que ocupa nuestra mesa. Hay uno que advierte: "es mejor dejar ganar al principio. Luego es más fácil". Yo pensaba que se trataba solo de que las remontadas son siempre especialmente memorables.
El caso es que el mus es un juego que, como otros, ha capado el infinito potencial de cada partida, pero el de la serie de partidas que pueden jugar cuatro jugadores solo lo refrena la muerte de uno de ellos. Perdido en estas consideraciones, sigo atendiendo al círculo de voces que giran en torno al tapete, aguardando tal vez un terminante: hor dago.
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