Yo fui lector sobre todo en los años de mi adolescencia y primera juventud. Ingenuo y crédulo, era capaz de aceptar como indiscutibles los logros que la trompetería anunciaba en las aulas o en la prensa. Paradoja de tener buenos profesores de literatura, pues así escuchábamos a un oráculo funcional que nos comunicaba unos arcanos no demasiado alejados de los habituales sancta sanctorum de las disciplinas más trabajosas y más aptas para la cohetería y la exclusión de los no iniciados, menesterosos ajenos a los cultos más prestigiosos en su siempre difícil equilibrio entre el secreto y la admiración pública.
Aquellos eran tiempos en que se hablaba bastante de, pare decirlo pronto y mal, la novela experimental, en referencia -me quedo en España- a autores como los Goytisolos o Benet, tal vez García Hortelano. No faltará quien corrija esta nómina extensional o intensionalmente, pero aseguro que hubo un tiempo en que por escritores de ese tipo de literatura se les tenía. De los cenáculos de provincias llegaban noticias acerca de la exigencia que autores venidos de las América suponían y, como era de suponer, no faltaba la esperanza de algún nuevo paraíso científico al que unos pocos y exquisitos representantes de la humanidad entera -rústicos también- accediéramos para después enviar una delegación de nosotros mismos a los retablos y las hornacinas de la fama. No pasaba algo muy distinto en la época con una pretendida ciencia de la literatura o de lo que hiciera falta, siempre dispuesta en extenderse en gráficos, diagramas y aspavientos generalizados.
lupus est homo lupo, non lupus, quom qualis sit non novit
Reparo esta mañana en un libro de Alfonso Grosso. Como a otros, América les hizo virar de algún matiz del realismo social a una escritura que en este caso alguno se animó a describir, a favor de alguna brisa sevillana, como barroca. El lector recordará de aquellos años que eran muy de brisas a favor y así hasta nos llegaron curiosidades como La parábola del náufrago de Delibes, quien en 1969 pareció entregarse a la experimentación de segunda residencia.
Cuando uno escribe algo como lo que se acaba de leer, puede pensar que su resumen está a la altura, no sin bajeza, de los habituales inventarios, pero puede también estar seguro de que la falsedad histórica y crítica ha permeado con su inevitable inevitabilidad la breve noticia, que lo nuevo se disuelve hacia un tiempo pasado y se extiende también a lo ancho hacia otros autores que no hacen gala tan fácilmente de sus juegos.
Por lo que se refiere a Grosso, campeón de una prosa sin descanso y que aúna períodos que nos dejan sin resuello con las argucias propias de las vanguardias y los flanqueos, lo cierto es que nos hemos olvidado de él, pero la suerte de los Goytisolo o incluso de Benet no es muy distinta. Habent sua fata mythistoriae. El verano es época propicia a la épica lectora, a los planes de gran estilo que nos permitirán releer incluso lo que no leímos nunca, pero agosto nos mece en el abandono de los sudokus y su vocación inconclusa. En agosto, parece que nos movemos en la Cuba que retrató el mismo Grosso cuando le dio por ahí o que sobrevolamos Marruecos y entonces va y anochece.
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