El niño no deja de jugar a la pelota, pero le gusta que aquel hombre le pregunte si es buen futbolista o si prefiere el frontón. El niño piensa que el hombre no le había visto nunca porque él, el niño, no sabe quién es.
Quizá el hombre intenta una pregunta sobre si el niño va a seguir jugando o si va a dejar de jugar. No suele subir al pueblo y ha dado la vuelta a la iglesia porque no puede esperar en la puerta al otro coche, que por alguna razón se retrasa. El niño, animado por el interés del adulto, un interés que ha interpretado mal, vuelve a dar patadas a la pelota. La pelota rebota en el frontis, que es el muro norte del templo, una vez y otra. El hombre pudiera querer decirle otra cosa, pero se da la vuelta. Se vuelve con sus pantalones, sus zapatos negros, su americana y su camisa blanca. Resignado, desairado por los últimos días o los últimos meses más que por el niño. Quizá eso es lo que siente, haber sido víctima de un desprecio íntimo y al tiempo público. Su único traje y no lleva cinturón. Ahora su casa en la carretera no abrirá la puerta pese al cartel de Coca Cola. Como tampoco en los últimos meses. Sigue nublado, se adivina alguna gota sobre el cemento. Ahora apresura el paso y deja la plaza. El coche negro está por fin a la puerta de la iglesia.
Tomado de José Antonio Pérez Gómez, Mis cosas del pueblo, Valladolid, Castilla Plena, 1968.
Quizá el hombre intenta una pregunta sobre si el niño va a seguir jugando o si va a dejar de jugar. No suele subir al pueblo y ha dado la vuelta a la iglesia porque no puede esperar en la puerta al otro coche, que por alguna razón se retrasa. El niño, animado por el interés del adulto, un interés que ha interpretado mal, vuelve a dar patadas a la pelota. La pelota rebota en el frontis, que es el muro norte del templo, una vez y otra. El hombre pudiera querer decirle otra cosa, pero se da la vuelta. Se vuelve con sus pantalones, sus zapatos negros, su americana y su camisa blanca. Resignado, desairado por los últimos días o los últimos meses más que por el niño. Quizá eso es lo que siente, haber sido víctima de un desprecio íntimo y al tiempo público. Su único traje y no lleva cinturón. Ahora su casa en la carretera no abrirá la puerta pese al cartel de Coca Cola. Como tampoco en los últimos meses. Sigue nublado, se adivina alguna gota sobre el cemento. Ahora apresura el paso y deja la plaza. El coche negro está por fin a la puerta de la iglesia.
Tomado de José Antonio Pérez Gómez, Mis cosas del pueblo, Valladolid, Castilla Plena, 1968.
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