Encontró algunas ocupaciones singulares, únicas, inconmensurables, que propendían, por tanto, al sueño. Así se convirtió en un rey al que nadie se comparaba. No podía perder. Ni ganar. Y fue dejando de existir.
Tomado de Gustavo Grandmontagne, Las verdades del barbero, Madrid, La biblioteca del Gólgota, 1976.
Tomado de Gustavo Grandmontagne, Las verdades del barbero, Madrid, La biblioteca del Gólgota, 1976.
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