Al principio pensó que aquellos jugadores desconocían las reglas o que, conociéndolas, habían optado por una variante heterodoxa. Pero pronto se dio cuenta de que todos, en aquel lugar y en otros, obraban del mismo modo. Buscó referencias y todas les daban la razón a los demás. Se la quitaban, no a su memoria, sino a él mismo, quien –por cierto- había sido un jugador de alguna relevancia.
En su casa no encontró sus antiguos libros sobre la materia. Nada en una primera visita a la biblioteca; acudió a la hemeroteca, pero ningún documento le devolvía a lo que aún creía la realidad, o por lo menos no lo hacía de manera explícita, contundente. No podía salir de allí con documento alguno que mostrar a todos sus tan lejanso congéneres, tras haber convencido al archivero en primer lugar.
Lo que es peor, se tropezó con alguna literatura confabulatoria que casi le hizo construir una barroca conspiración y casi le asegura su correlativa importancia personal. Estuvo, en fin, a punto de abandonar y dar por buenas las reglas nuevas: al fin y al cabo...
Sin embargo, en el último momento supo que la verdadera lección de todo el asunto no era una que alimentase alguna paranoia venial o mortal, que apuntase a la improbabilidad como único criterio de auténtica certeza, que arguyese el contrato como fundamento tácito o explícito de las reglas y las normas. La verdadera lección era que ahora él podía dar a conocer las antiguas reglas y convertirse en un innovador para siempre recordado de un juego tan popular y, hasta entonces, de tan rígido y tradicional reglamento.
Tomado de Juan Mari Arespacochaga Quesada, Mira tú por dónde, Santander, Ediciones del Séptimo Pereda, 2002.
En su casa no encontró sus antiguos libros sobre la materia. Nada en una primera visita a la biblioteca; acudió a la hemeroteca, pero ningún documento le devolvía a lo que aún creía la realidad, o por lo menos no lo hacía de manera explícita, contundente. No podía salir de allí con documento alguno que mostrar a todos sus tan lejanso congéneres, tras haber convencido al archivero en primer lugar.
Lo que es peor, se tropezó con alguna literatura confabulatoria que casi le hizo construir una barroca conspiración y casi le asegura su correlativa importancia personal. Estuvo, en fin, a punto de abandonar y dar por buenas las reglas nuevas: al fin y al cabo...
Sin embargo, en el último momento supo que la verdadera lección de todo el asunto no era una que alimentase alguna paranoia venial o mortal, que apuntase a la improbabilidad como único criterio de auténtica certeza, que arguyese el contrato como fundamento tácito o explícito de las reglas y las normas. La verdadera lección era que ahora él podía dar a conocer las antiguas reglas y convertirse en un innovador para siempre recordado de un juego tan popular y, hasta entonces, de tan rígido y tradicional reglamento.
Tomado de Juan Mari Arespacochaga Quesada, Mira tú por dónde, Santander, Ediciones del Séptimo Pereda, 2002.
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