Las siestas se clasifican según procedimientos que abusan generalmente de la sinestesia favorecida por la somnolencia y las exigencias sutiles o no tanto de la digestión. Hay siestas breves y efectivas (comentan algunos tratadistas), hay siestas que se prolongan y de las que cuesta salir; hay también siestas a tramos en las que los amodorramientos intensos y los despertares a medias se suceden a un ritmo tan lento que recuerdan a los llamados cánticos de las ballenas azules, o de algunas de sus primas hermanas.
Hay muchos otros tipos de siesta, desde la del pastor a la del escribiente, la que no se nota apenas y la que acumula la consistencia del pijama y el orinal, mejor o por lo menos más tradicional si éste es de barro.
Hay siestas interrumpidas por una guerra o por la noticia de un parto, las hay acompañadas de la incongruente música con que nos obsequia algún vecino y hay siestas en que soñamos que la motosierra del mismo vecino es alguna obra de Satie interpretada por un gaitero con un regusto extraño y espeso en la boca.
Tomado de Régulo Gómez Güemes, El derecho a la cereza, Madrid, Libros de los tres amantes, 2009.
Hay muchos otros tipos de siesta, desde la del pastor a la del escribiente, la que no se nota apenas y la que acumula la consistencia del pijama y el orinal, mejor o por lo menos más tradicional si éste es de barro.
Hay siestas interrumpidas por una guerra o por la noticia de un parto, las hay acompañadas de la incongruente música con que nos obsequia algún vecino y hay siestas en que soñamos que la motosierra del mismo vecino es alguna obra de Satie interpretada por un gaitero con un regusto extraño y espeso en la boca.
Tomado de Régulo Gómez Güemes, El derecho a la cereza, Madrid, Libros de los tres amantes, 2009.
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