He recibido por correo electrónico un documento con chistes, males y viejos, sobre un candidato a alcalde. La firma del remitente aparecía completa en el mensaje, lo que puede interpretarse como un rasgo de gallardía o nobleza: no esconde la mano. Las interpretaciones pueden ser generosas.. El documento llevaba también firma, aunque podría ser una falsa atribución. Como, en fin, es posible que la utilización de la cuenta del primero haya sido contra su voluntad, parece aconsejable dejarle en el anonimato.
El candidato a alcalde aparece en los chistes –a veces junto a compañeros suyos de partido- como un vago y un imbécil -entre vagos e imbéciles que no le superan en esto con serlo mucho- y el mecanismo básico de los chistes es el de la hipérbole.
Supongamos que nuestro candidato es tan vago y tan tonto como se dice que es. Dudaríamos entonces de que los chistes lo fueran, de que tuvieran gracia. No tanto porque serían una mofa intolerable (más por lo que se refiere a lo bobo que por lo que se refiere a lo vago), sino porque las situaciones descritas no son realistas. Es decir, podríamos sostener de alguien que es muy vago y entonces deberíamos disponer de un repertorio de anécdotas aceptablemente veraces al respecto, algunas incluso graciosas. Pero tales anécdotas deberían situarse en el reino de lo verosímil. El exceso, cuanto más excesivo, más habría de justificarse. Además, siempre podría irse más allá a la hora de subrayar los vicios, muy adentro del reino de la ficción hecha calumnia.
Así, nuestro hombre –concluimos- nunca protagonizó esos relatos que son los chistes; sin embargo, quien los cuenta o promueve le sitúa como muy capaz de llegar a extremos increíbles. le considera como muy cercano al más disparatado arquetipo de la pereza o de la imbecilidad.
La que nos afecta en este caso -si alguna- es una verosimilitud no de narraciones sino de arquetipos; de tipos, por decirlo más simplemente. A favor de las pasiones de narrador y narratarios, un individuo al que se odia es un individuo al que le conviene, desde el juicio de aquéllos, la cercanía a un tipo o arquetipo literalmente absurdo. Y es este arquetipo extremado el que aparece en una historia. No cuesta demasiado trabajo inferir que la verosimilitud depende, por seguir hablando en geométrico, de las pasiones de cada cuál: El odio o el desdén, como el amor o la admiración exagerada nos llevan a la hipérbole en línea recta.
Por otro lado, recordemos que la verosimilitud no es intuitivamente equivalente a la probabilidad elevada, al menos cuando se comparan las de dos relatos. Al juzgar la verosimilitud nos apoyamos en la completitud, en la exhaustividad descriptiva de los personajes y esta exhaustividad, cuanto más exhaustiva, más improbables los hace.
En el caso de relatos como los protagonizados por nuestro candidato y que nuestro corresponsal parece distribuir, la hipérbole añade improbabilidad, no necesariamente inverosimilitud. Ahora bien, es preciso recalcar que la verosimilitud de los calumniosos sucedidos presentados por los chistecitos de marras es previa a los relatos. Su verosimilitud, como hemos dicho, es la de la cercanía entre individuo y arquetipo. Por lo que, negada la verdad a los sucedidos, sólo queda el insulto y esto es algo que nos muestra cuáles son las pasiones implicadas y a las que se aludía más arriba.
El candidato a alcalde aparece en los chistes –a veces junto a compañeros suyos de partido- como un vago y un imbécil -entre vagos e imbéciles que no le superan en esto con serlo mucho- y el mecanismo básico de los chistes es el de la hipérbole.
Supongamos que nuestro candidato es tan vago y tan tonto como se dice que es. Dudaríamos entonces de que los chistes lo fueran, de que tuvieran gracia. No tanto porque serían una mofa intolerable (más por lo que se refiere a lo bobo que por lo que se refiere a lo vago), sino porque las situaciones descritas no son realistas. Es decir, podríamos sostener de alguien que es muy vago y entonces deberíamos disponer de un repertorio de anécdotas aceptablemente veraces al respecto, algunas incluso graciosas. Pero tales anécdotas deberían situarse en el reino de lo verosímil. El exceso, cuanto más excesivo, más habría de justificarse. Además, siempre podría irse más allá a la hora de subrayar los vicios, muy adentro del reino de la ficción hecha calumnia.
Así, nuestro hombre –concluimos- nunca protagonizó esos relatos que son los chistes; sin embargo, quien los cuenta o promueve le sitúa como muy capaz de llegar a extremos increíbles. le considera como muy cercano al más disparatado arquetipo de la pereza o de la imbecilidad.
La que nos afecta en este caso -si alguna- es una verosimilitud no de narraciones sino de arquetipos; de tipos, por decirlo más simplemente. A favor de las pasiones de narrador y narratarios, un individuo al que se odia es un individuo al que le conviene, desde el juicio de aquéllos, la cercanía a un tipo o arquetipo literalmente absurdo. Y es este arquetipo extremado el que aparece en una historia. No cuesta demasiado trabajo inferir que la verosimilitud depende, por seguir hablando en geométrico, de las pasiones de cada cuál: El odio o el desdén, como el amor o la admiración exagerada nos llevan a la hipérbole en línea recta.
Por otro lado, recordemos que la verosimilitud no es intuitivamente equivalente a la probabilidad elevada, al menos cuando se comparan las de dos relatos. Al juzgar la verosimilitud nos apoyamos en la completitud, en la exhaustividad descriptiva de los personajes y esta exhaustividad, cuanto más exhaustiva, más improbables los hace.
En el caso de relatos como los protagonizados por nuestro candidato y que nuestro corresponsal parece distribuir, la hipérbole añade improbabilidad, no necesariamente inverosimilitud. Ahora bien, es preciso recalcar que la verosimilitud de los calumniosos sucedidos presentados por los chistecitos de marras es previa a los relatos. Su verosimilitud, como hemos dicho, es la de la cercanía entre individuo y arquetipo. Por lo que, negada la verdad a los sucedidos, sólo queda el insulto y esto es algo que nos muestra cuáles son las pasiones implicadas y a las que se aludía más arriba.
1 comentario:
Apúntate una. Lástima que (siguiendo yo el ejemplo ahora) sus detractores no vayan a leer esto porque son analfabetos o que, si lo leen, no lo entiendan porque son analfabetos funcionales.
Como se ve, es fácil insultar. Lo difícil es razonar como tú.
Felicidades.
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