La lluvia en el cine ha ido cambiando de significado y de intención, sobre todo de esto último y suponiendo que lo primero nombre algo. Porque si nombramos significados, ¿cómo iba “significado” a nombrar algo?
Sin embargo, aun siendo cierto que alguna mutación se ha producido (cuya dilucidación debe dejarse a los espíritus más filosóficos), el sentido constante de la lluvia ha sido siempre, creo yo, el del interior. La lluvia es siempre un interior. En el cine, los personajes están en la lluvia, dentro de la lluvia. Ya pensemos en Gene Kelly o en Andy García.
Vinieron las lluvias y el mundo de las lluvias es cerrado como una colonia en un satelita de Júpiter: Y con toda la carga de la paradoja ligera ya dejó entrever Louis Bromfield que el exterior, ya fuera rodeado de la más elemental arquitectura, era el de “la hora en que el aire detenía su curso, un aire impregnado de la pesada esencia desprendida por el estiércol de vaca y la madera ardiendo”.
En fin, que en el cine salimos al interior absoluto para mojarnos, para acabar calados hasta los huesos. Blanqueados como los huesos. De la vaca, del cementerio de elefantes, de su autopista. O mojados en el interior del fuego de la selva de las hormigas, que es otra lluvia minuciosa.
Sin embargo, aun siendo cierto que alguna mutación se ha producido (cuya dilucidación debe dejarse a los espíritus más filosóficos), el sentido constante de la lluvia ha sido siempre, creo yo, el del interior. La lluvia es siempre un interior. En el cine, los personajes están en la lluvia, dentro de la lluvia. Ya pensemos en Gene Kelly o en Andy García.
Vinieron las lluvias y el mundo de las lluvias es cerrado como una colonia en un satelita de Júpiter: Y con toda la carga de la paradoja ligera ya dejó entrever Louis Bromfield que el exterior, ya fuera rodeado de la más elemental arquitectura, era el de “la hora en que el aire detenía su curso, un aire impregnado de la pesada esencia desprendida por el estiércol de vaca y la madera ardiendo”.
En fin, que en el cine salimos al interior absoluto para mojarnos, para acabar calados hasta los huesos. Blanqueados como los huesos. De la vaca, del cementerio de elefantes, de su autopista. O mojados en el interior del fuego de la selva de las hormigas, que es otra lluvia minuciosa.
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