Los martes por la tarde toma un café mientras espera que su hija pequeña salga de clase. Siempre en el mismo establecimiento, iluminado por las atroces gestas de EuroSport, al que sólo acude en la tarde de los martes. Hoy, que es martes, a esa hora tocaba fútbol australiano: el estadio no permitía cámaras en posiciones muy elevadas y las perspectivas eran agradable o curiosamente raseadas, lo que -dicho sea de paso- tampoco despertaba un ardiente interés entre los parroquianos y las parroquianas, y lo que -dicho sea también de paso- no era lo que le pasaba a la pelota en sus trayectorias habituales.
Los intercambios entre los jugadores le han parecido extraordinariamente suaves para lo que era su idea de este deporte, esto es, la memoria que guardaba de alguna otra ocasión, no necesariamente de algún otro martes. Es posible también que las tomas lejanas disimulasen de algún modo la contundencia de los contactos. Además, estaba a medias entretenido con unos folios que suele llevar consigo los martes para acabar de leerlos en dos o tres meses de martes. Entre los folios y el fútbol antipodal le ha ido ganando un sopor indigno del café con leche fría (“café con leche con leche fría”, ha corregido el camarero).
Diez minutos antes del final de la clase ha dejado el establecimiento y ha pasado del bochorno interior al bochorno exterior y suavemente implacable, como si quisiera acabar con todos los transeúntes y con todos los practicantes de deportes de contacto.
Los intercambios entre los jugadores le han parecido extraordinariamente suaves para lo que era su idea de este deporte, esto es, la memoria que guardaba de alguna otra ocasión, no necesariamente de algún otro martes. Es posible también que las tomas lejanas disimulasen de algún modo la contundencia de los contactos. Además, estaba a medias entretenido con unos folios que suele llevar consigo los martes para acabar de leerlos en dos o tres meses de martes. Entre los folios y el fútbol antipodal le ha ido ganando un sopor indigno del café con leche fría (“café con leche con leche fría”, ha corregido el camarero).
Diez minutos antes del final de la clase ha dejado el establecimiento y ha pasado del bochorno interior al bochorno exterior y suavemente implacable, como si quisiera acabar con todos los transeúntes y con todos los practicantes de deportes de contacto.
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