De las pálidas verdades se sospecha que no dejan, con tan sólo un ligero rascado, residuo de verdad alguno. Como las pálidas verdades toman color por totalización en su variante metafísica, la denuncia, algo que trasnochada -no por su ausencia, sino por su ubicuidad creciente, que ya es oxímoron- , de “gran relato” cobra cuerpo en boca y pluma de los que se ganan el sustento con el hilvanado de palabras y otros sofismas.
Así pues, como las cosas están difíciles y hay que hacer todo sencillo, es mejor disolver todo el grumo de pálida verdad en la vasija etiquetada del mito: que nada quede, sólo está el saber del intelectual que denuncia la ciencia ajena.
Esto tiene su lado gremial: su gremio (escritores, filósofos según dicen, etc.) tiene las claves de todo y sólo ellos tienen la verdad de su pirronismo siempre paradójico, por decir lo menos. En buena consecuencia, el resto de los mortales no pueden esgrimir verdad alguna, salvo la verdad práctica y eclipsada de que son ellos los que están manteniendo aquella nube de parásitos.
Así pues, como las cosas están difíciles y hay que hacer todo sencillo, es mejor disolver todo el grumo de pálida verdad en la vasija etiquetada del mito: que nada quede, sólo está el saber del intelectual que denuncia la ciencia ajena.
Esto tiene su lado gremial: su gremio (escritores, filósofos según dicen, etc.) tiene las claves de todo y sólo ellos tienen la verdad de su pirronismo siempre paradójico, por decir lo menos. En buena consecuencia, el resto de los mortales no pueden esgrimir verdad alguna, salvo la verdad práctica y eclipsada de que son ellos los que están manteniendo aquella nube de parásitos.
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