El avance de las columnas y su amenaza o su promesa. Las columnas como reliquia colonial en alguna guerra europea del siglo XX; el alucinado prestigio de la columna Durruti frente a las columnas de Mola. Flechas en un mapa que comprimía la dimensión temporal en la carta y sus colores. A la escala de continentes y grupos de ejército o de pueblos; a la escala de comarcas que tenientes puntean a paso de gasolinera. O flechas virtuales que jalonaban delirios arruinados.
Entre esos factores de prestigio de la columna no despreciaríamos del todo, a la altura de nuestra Guerra Civil, la memoria que pudiera habernos llegado de los frentes de la Primera Guerra Mundial. Las columnas, además de la épica exótica, de la estética móvil, de la aventura del movimiento, parecerían contradecir la crueldad inmóvil de la guerra de trincheras.
Esa guerra moderna de las posiciones excavadas era ya antigua, como se demostraría al poco en Polonia y otra vez en la Francia de la primavera de 1940.
Frente a ella aparecería la columna como metáfora de la velocidad (raudas las columnas motorizadas, pero no hay trincheras motorizadas), del auxilio, de la libertad de movimientos.
Que todo esto sea metáfora y que las columnas motorizadas de Guderian y Rommel tuvieran poco o nada que ver con las alpargatas cunctatorias de los de Durruti no impide que ambas contradijeran una versión fuertemente asentada y hacía pocas décadas de los horrores de la guerra. Era también la libertad como separación o alejamiento de los seis pies de tierra reglamentarios, o cinco si se era bajito.
Entre esos factores de prestigio de la columna no despreciaríamos del todo, a la altura de nuestra Guerra Civil, la memoria que pudiera habernos llegado de los frentes de la Primera Guerra Mundial. Las columnas, además de la épica exótica, de la estética móvil, de la aventura del movimiento, parecerían contradecir la crueldad inmóvil de la guerra de trincheras.
Esa guerra moderna de las posiciones excavadas era ya antigua, como se demostraría al poco en Polonia y otra vez en la Francia de la primavera de 1940.
Frente a ella aparecería la columna como metáfora de la velocidad (raudas las columnas motorizadas, pero no hay trincheras motorizadas), del auxilio, de la libertad de movimientos.
Que todo esto sea metáfora y que las columnas motorizadas de Guderian y Rommel tuvieran poco o nada que ver con las alpargatas cunctatorias de los de Durruti no impide que ambas contradijeran una versión fuertemente asentada y hacía pocas décadas de los horrores de la guerra. Era también la libertad como separación o alejamiento de los seis pies de tierra reglamentarios, o cinco si se era bajito.
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