La barba de dos o tres días y bebe un vino rosado que desde el fondo del establecimiento aparece gris: el lector sabe que los colores son luz y sombra y son como son al través del resol que entra por la puerta. A cada sorbo deposita la copa de estimables y, lo que es peor, enoculturales dimensiones sobre la barra y se restriega la boca con una servilleta de las que forman una pequeña pila justo a su izquierda. La barba de esos dos o tres días, gris o blanca, deshace la servilleta que se le va acumulando como un tegumento descolorido sobre el fondo, podemos suponer, de rosada piel. Al otro lado, a su derecha, los restos arrugados forman un estimable rebañito de ovejas blancas que acabarán apriscadas en el cenicero.
El discurso interno, la fábula o el drama de gran estilo sometidos a unos dientes apretados y a un ceño cavilante, es ocupación del bebedor, pero ocupación que se asoma a sombras de palabras que sus labios musitan entre paño y paño, o tal vez tras cierto número de sorbos. La mira concentrada en algún lugar de los vagos estantes de licores, en el espejo posterior, en su rostro hirsuto interrumpido por las opacas botellas y los opacos líquidos. Se trata de una historia sin sonido, de perdida furia, contada por un hombre como todos que con la furia perdió su público, entonces fiel.
La tarde ha comenzado hace tiempo, pero esa tarde como todas data de hace mucho años, de tiempos que fueron mejores, de juventud y del vino fresco y barato del verano en las tabernas. Es cuestión de seguir mientras la tarde siga, en su versión de verano o en su restricción de invierno, con sus licores y con los líquidos inertes de entretiempo. Epifanía preternurtural de gestos que reaparecen en el maelstrom de su soliloquio, brotes de antiguas hazañas que asoman por un instante y hacen mutis sólo por desdén al soldado tan glorioso que las convoca.
Tal vez está llamado a elaborar una teoría sobre cómo aprendemos lo que creemos saber, una melodía en que el contrapunto nos recuerda el sí y el no de que están hechos cada uno de nuestros pasos en los espejos de la tarde, o tal vez se propone a sí mismo como arquetipo del bebedor aburrido, que perdió a sus compadres esa misma tarde de verano, pero hace ya unos cuantos años, o en una tarde de cruel y desorientado abril, o tal vez se postula como la idea que nos muestra las pálidas sombras que somos, las infantiles imágenes que corean su libaciones de bar en bar.
El discurso interno, la fábula o el drama de gran estilo sometidos a unos dientes apretados y a un ceño cavilante, es ocupación del bebedor, pero ocupación que se asoma a sombras de palabras que sus labios musitan entre paño y paño, o tal vez tras cierto número de sorbos. La mira concentrada en algún lugar de los vagos estantes de licores, en el espejo posterior, en su rostro hirsuto interrumpido por las opacas botellas y los opacos líquidos. Se trata de una historia sin sonido, de perdida furia, contada por un hombre como todos que con la furia perdió su público, entonces fiel.
La tarde ha comenzado hace tiempo, pero esa tarde como todas data de hace mucho años, de tiempos que fueron mejores, de juventud y del vino fresco y barato del verano en las tabernas. Es cuestión de seguir mientras la tarde siga, en su versión de verano o en su restricción de invierno, con sus licores y con los líquidos inertes de entretiempo. Epifanía preternurtural de gestos que reaparecen en el maelstrom de su soliloquio, brotes de antiguas hazañas que asoman por un instante y hacen mutis sólo por desdén al soldado tan glorioso que las convoca.
Tal vez está llamado a elaborar una teoría sobre cómo aprendemos lo que creemos saber, una melodía en que el contrapunto nos recuerda el sí y el no de que están hechos cada uno de nuestros pasos en los espejos de la tarde, o tal vez se propone a sí mismo como arquetipo del bebedor aburrido, que perdió a sus compadres esa misma tarde de verano, pero hace ya unos cuantos años, o en una tarde de cruel y desorientado abril, o tal vez se postula como la idea que nos muestra las pálidas sombras que somos, las infantiles imágenes que corean su libaciones de bar en bar.
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