El arte al igual que casi todo lo demás avanza a lomos de una confusión, o de una identificación genial pero problemática: el arte aplasta la oposición entre general y particular de tal manera que se nos da a través de la relación entre todos y partes atributivos. Si se suma a ello las peculiares relaciones entre estos todos y estas partes (las histéresis de la operación que junta las partes, se presume, para obtener el todo) ya casi hemos completado una filosofía del arte.
Vamos a poner un ejemplo muy sencillo. El retrato de un filósofo de ojos azules y cabellera leonina. ¿Es la filosofía, el idealismo trascendental o un personaje de alguna opereta si entramos en consideraciones acerca de su atuendo? El asunto es que el retrato en cuestión nos puede interesar por pintoresco, por nuestra curiosidad o por su significado relativo a vaya a saber uno qué objeto de nuestro interés. O puede ser arte. La prueba del arte es pura sintaxis lógica: las disyunciones implícita y explícita de la interrogación anterior no son ya disyunciones, no lo son exclusivas desde luego, o son ya “yes” copulativos. Ahora, pensándolo, esto también pasa si no es arte. O sea, que con el arte, a lo bestia.
Vamos a poner un ejemplo muy sencillo. El retrato de un filósofo de ojos azules y cabellera leonina. ¿Es la filosofía, el idealismo trascendental o un personaje de alguna opereta si entramos en consideraciones acerca de su atuendo? El asunto es que el retrato en cuestión nos puede interesar por pintoresco, por nuestra curiosidad o por su significado relativo a vaya a saber uno qué objeto de nuestro interés. O puede ser arte. La prueba del arte es pura sintaxis lógica: las disyunciones implícita y explícita de la interrogación anterior no son ya disyunciones, no lo son exclusivas desde luego, o son ya “yes” copulativos. Ahora, pensándolo, esto también pasa si no es arte. O sea, que con el arte, a lo bestia.
(Para una teoría de la imitación. Tercer apunte)
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