Lluvia, tormenta, los meteoros del amago. Su anunciación y su presentación en el templo, pero lo cierto es que hay veces que no llegan y nos quedamos esperando a la lluvia con ojos como protegidos en cuévanos en la tormenta.
La naturaleza, de la cual se habla mucho en los colegios (“Mañana, vamos a salir a la Naturaleza”, por ejemplo), presume desde los tiempos de Giorgione de unas epifanías estupendas, tipo Júpiter, con rayos, aunque más bien lejanos, casi perdidos en el horizonte, en un magnífico gris de las nubes entre las colinas, tan eléctrico ese gris que vira al morado como el rayo o puede que más. Aunque igual la naturaleza no es eso tampoco. Mi problema no es del reconocer a Dios si se me presenta, que algunos filósofos siguen dando la matraca con el inconfeso afán y mártir de poner su nombre a una paradoja que sea una paronomasia. Mi problema es reconocer a la Naturaleza si eso que digo es un rayo o es unas gotas de lluvia sobre una rama que muestra al sol tras la lluvia sus estandartes y sus líquenes.
También es posible que Dios y Natura sean lo que se dice amagos, pero amagos absolutos, sin genitivo. El amago mismo (“Amago, y me dejaste con gemido”), en plan zen como de nada, un risueño amago (naturalmente con los muslos de Silvana Mangano en que ahora pensarían nuestros más veteranos convecinos), el amago, magst du?, formans, como si todo el universo (que tampoco lo he visto nunca) fuera un ahí nos hemos quedado sin saber qué y con ventanas a la calle.
P.S.: Un neoplatónico sirio desarrolló allá por el siglo IV la hipótesis hipotipótica de que dos son los mundos de las ideas, y totalmente inconmensurables pero ligados por una caprichosa comunicación. Uno podía ser el amago de otro, pero sería mejor considerar que lo fuera de sí mismo: "Turbado se marchó, tal vez dudoso / amagos y azucenas emanando."
La naturaleza, de la cual se habla mucho en los colegios (“Mañana, vamos a salir a la Naturaleza”, por ejemplo), presume desde los tiempos de Giorgione de unas epifanías estupendas, tipo Júpiter, con rayos, aunque más bien lejanos, casi perdidos en el horizonte, en un magnífico gris de las nubes entre las colinas, tan eléctrico ese gris que vira al morado como el rayo o puede que más. Aunque igual la naturaleza no es eso tampoco. Mi problema no es del reconocer a Dios si se me presenta, que algunos filósofos siguen dando la matraca con el inconfeso afán y mártir de poner su nombre a una paradoja que sea una paronomasia. Mi problema es reconocer a la Naturaleza si eso que digo es un rayo o es unas gotas de lluvia sobre una rama que muestra al sol tras la lluvia sus estandartes y sus líquenes.
También es posible que Dios y Natura sean lo que se dice amagos, pero amagos absolutos, sin genitivo. El amago mismo (“Amago, y me dejaste con gemido”), en plan zen como de nada, un risueño amago (naturalmente con los muslos de Silvana Mangano en que ahora pensarían nuestros más veteranos convecinos), el amago, magst du?, formans, como si todo el universo (que tampoco lo he visto nunca) fuera un ahí nos hemos quedado sin saber qué y con ventanas a la calle.
P.S.: Un neoplatónico sirio desarrolló allá por el siglo IV la hipótesis hipotipótica de que dos son los mundos de las ideas, y totalmente inconmensurables pero ligados por una caprichosa comunicación. Uno podía ser el amago de otro, pero sería mejor considerar que lo fuera de sí mismo: "Turbado se marchó, tal vez dudoso / amagos y azucenas emanando."
Véase Erdera.
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