El puritanismo es una plaza donde desembocan muchas avenidas de apariencia ancha y descansada; no se llega exclusivamente por la virtud, o por las virtudes aparentes, a esa hoguera helada de las vanidades candentes.
A nosotros nos llegará el puritanismo por el bulevar de la consabida crítica de los tabúes, del mito del sexo libre y consentido, y de las otras zarandajas que hemos conocido. El valor contradictorio del cuerpo es un subrayado de un viejo dicho: noli me tangere.
A nosotros nos llegará el puritanismo por el bulevar de la consabida crítica de los tabúes, del mito del sexo libre y consentido, y de las otras zarandajas que hemos conocido. El valor contradictorio del cuerpo es un subrayado de un viejo dicho: noli me tangere.
Los delitos sexuales deben ser grandes, para que los delincuentes lleven grandes penas (o, en su defecto, notabilísimos epítetos y otros reportajes periodísticos), para que las víctimas sean muy víctimas; para que algunos gremios medren. Pero nótese que el riesgo es que no se repriman tanto las conductas delictivas –y así desaparezcan, lo cual es una utopía anantropológica– como las conductas que no sean capaces de separar el sexo de todo lo demás. El mensaje es: sexo todo, pero fuera de la vida. Sólo en el parque temático señalado.
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