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sábado, junio 24, 2006

Contaminación por las palabras

No importa el nombre que se da a las cosas, algunos dicen. O quizá ese nombre nos revela en qué se está pensando. O lo que es peor, ¿puede acaso el nombre, si no determinar el curso de lo nombrado, contribuir a una peor inteligencia de lo que se tiene entre manos y con resultados perversos?
O lo sabemos todos todo y preferimos el eufemismo. O acaso queremos amansar a un enemigo al que llamamos como llamamos a nuestros amigos.
Pero las mentiras sobre las que se asientan las naciones, aun si necesarias, como algunos se atreven a declarar, han de soportar su purga, pues no otra es la sentencia del tiempo. Esa purga nos aporta quizá relatos más exactos en su particularidad, pero más probablemente enhebrados en otra mentira novedosa.
Y si eso es así, es que esas mentiras no se enfrentan a una verdad, que si no memoria, razón le acabará por faltar –eso habremos cambiado –. Y si la historia es esta sucesión de mentiras necesarias que pierden funcionalidad al cabo, algunas historias, por lo triste, están hechas de mentiras particularmente torpes y sólo útiles para algunos y para propósitos inconfesables, por más que bien sabidos. Sólo esperemos que delante tengan un escepticismo que no carezca de alguna buena voluntad.

Juan Schneider Valderrama, Los años oscuros y sin patria y otras prosas gnómicas, gnomónicas y vergonzosas, Aljibe Ediciones, Madrid, 1986

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