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viernes, octubre 21, 2022

Dietario laboral: Paseos

Algunos meses después de su muerte, sin que sepamos por qué, se comenzaron a contar historias ambiguas, situaciones de cuya razón un día supimos sin que ahora ya guardemos memoria.

Recordamos una tarde cuando nos lo cruzamos por el monte, más por el nuestro que por el suyo, solo y  a deshoras. Obligado por el paraje de enebros y aulagas, nos hizo saber del motivo de su andanza, suavemente verosímil. Ahora que recordamos el encuentro, hemos olvidado sus palabras y, para colmo de complicaciones, sí que nos regresa o imaginamos un tono un sí es no es dudoso, ambiguo, irregular; una cadencia, ahora que (en este momento preciso del retorno, los tres juntos) camina cuesta abajo, como la de quien ha concluido una tarea que se impuso en un momento de imprevisión.



per fenestram in aenigmate


Queremos que el amigo muerto aparezca ante todos lo que se llama una figura realmente atractiva, interesante, de volumetría y claroscuros que escapen o que se hundan en el papel, con recovecos que pidan a gritos algún prosista que se columpie en la hipotaxis. Y ese deseo se prolonga hacia nuestras postrimerías, de las que poco sabemos, hacia nuestra mínima fortuna crítica, que se dice.

En el otoño, la tierra y el cielo nos recubren como si habitásemos en el interior de una cúpula aplastada, de platillo apuntemos en primera aproximación, pero que tras las nubes esconde insospechadas alternancias de lo cóncavo y lo convexo, lenticular e infinita. En el estrecho horizonte encontraremos al amigo, esperamos que elocuente, pero con cierta propensión al misterio.

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