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jueves, octubre 27, 2022

Dietario laboral: el subdelegado

Anuncia a la profesora que tienen algo importante que comunicarle, pero que lo hará el subdelegado al final de la clase.

Decide ella entonces que sea el mismo delegado quien comente la diapositiva que justo entonces está proyectando y que, sobre la pared, dibuja a una colección de espectros que oscilan entre lo oscuro, lo borroso y las sombras de un gracioso que se interpone por un momento.

Al silencio de él, opone ella un "bien, qué me dices" y él le repite que será el subdelegado el que proceda. Soluciona ella el equívoco, pero nadie sabe que en esa subdelegación hay algo ya de precisa perífrasis, a lo que nada de interés añade la palabra "soldados" que él pronuncia, ni la pregunta "¿soldados de qué clase?" que formula ella.



effuso agmine abire


Dios sabe por qué él recibe exactamente a las once menos cuarto su dosis de inspiración y es capaz de ensartar cuatro adjetivos en una oración no demasido alejada de la gramática y avecindada en terrenos próximos a la retórica de las escuelas. Ella se da por satisfecha y se anima a una breve lección un tanto incongruente en que los alumnos oyen algo acerca de suciedad y de luz y de que el cuadro fue más grande de lo que es ahora, lo cual provoca una asombrosa reacción al unísono, la del "oooooh" que festeja lo grande como desviación infantil de lo sublime, que se dice como si este no fuera sino una versión artificiosa de aquel.

Estamos en el curso 1975-76, que avanza por un febrero desangelado como por un río sin orillas y sin perros al sol. El 14 de setiembre anterior, a Franco le quedaba por presidir algún que otro Consejo de Ministros y a Alejandro Rodríguez de Valcárcel algunas sesiones de las Cortes y un Consejo de Regencia, y ese mismo día, según la mayoría de las fuentes o el anterior según otras, Wilhelmus de Rijk la emprendió a cuchilladas con los arcabuceros, con su capitán y con el del tambor. En febrero de 1976 faltaban unos dos meses para que de Rijk se suicidase.

"¿Qué era eso tan importante que tenías que decirme", pero ya todos habían salido del aula, aún en penumbra, cortando el haz del proyector, más bien dorado y polvoriento, y el más pálido que se asomaba por la puerta.

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