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lunes, octubre 17, 2022

Dietario laboral: el hispanista

Todos los años, más tarde o más temprano, aparecía por nuestro rincón el hispanista, a medio camino entre el mercante de maravillas y el taumaturgo de mercancía dudosa con un poco de bululú. Esta figura a quien se encomendó la verdadera y discreta Formación del Espíritu Nacional (entiéndase que en cada uno de nosotros en su variante individual, porque el espíritu total, digamos, es de suponer que ya lo habían formado), la que ha predominado y se mantiene hasta nuestros días, formación que se caracteriza por la consigna siempre fielmente seguida de que mejor no leer y, si se lee, hacerlo con los ojos cerrados.

Como este espíritu nacional suele adquirir el formato de una narración que se quiere histórica, había que evitar que algún descuido menor la resquebraje. A tal evitación contribuía alegremente el hispanista, que ejercía un paternalismo en el que su elección académica bailaba agarrado con la indiscutida superioridad de su nación de origen, pues si su imperio había resistido más es porque el nuestro había sido solo un simulacro fallero o, en cualquier caso, peor que el suyo. Pero lo cierto es que esto era justamente la condición de posibilidad de esa elección académica que se encontraba en el minuto cero de sus repetidas visitas.

Sucede que la historia de un país es un objeto que se usa de una manera paradójica, y ello incluye a quien protesta de esencialismos y otras vainas como si él no lo hiciera. Constituido el marco narrativo general, se acabó la historia como interacción con restos y documentos que pudieran hacer tambalearse  a aquel. Si en España uno no comía, nadie comía y en todos los demás lugares tenían que poner sordina a los regüeldos. Este silogismo es de los que refuerzan el relato. No vaya usted a comparar hambres por si acaso. Hay que decir, con todo, que estos alegres refuerzos son más frecuentes entre filólogos, historiadores del arte, edgarallanpoes y cineastas checos de variado pelo, menos rigurosos y más eficaces, quizá de una eficacia más superficial, pero muy pregnantes, que dicen algunos.



amanuensis


El efecto es parecido al que alguien advirtió con la filosofía y su historia. ¿Cómo se compadece la filosofía con una historia de la filosofía que solo puede referirse a errores y, si no, solo puede negarse a sí misma como historia y convertirse en una teoría de la historia, dejando en consecuencia de ser historia?

Parecería que la Historia (la pongo ahora con mayúsculas, pero ya lo tenía que haber hecho antes más de una vez) solo puede escribirse desde el fin de la historia, un fin que determina el discurso como si verdaderamente lo fuese, ya exponga, y con toda su buena fe y hasta con su buen método, coartadas el historiador. En cualquiera de los casos, quien pretenda cambiar el marco general puede verse sometido al mismo remolino, y recibir palos parecidos. Su habilidad será proceder a una descarga de la sustancia que el discurso aceptado ha ido condensando y no pasarse de vueltas en la fabricación de otra.

El hispanista incluía en su fraseología elementos destacables. Por ejemplo, no diría "uno coma cinco", sino más bien "uno punto sinco"; o dirá "post preerasmista" y cosas aún más inquietantes. Después de decirlas, el hispanista marchaba a su hotel escoltado por una muestra representativa de la afición. Igual hasta echaba un polvo, moeurs de province.  


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