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domingo, octubre 30, 2022

Dietario laboral: descalabros

Las clases de eso que se dio en llamar educación física, siempre con sus dosis metafísica de "ánimo, tú puedes", prolongadas en los años adultos en prácticas más o menos insustanciales y a la moda, propiciaron un número no despreciable de descalabros, sucesos siempre inmediatamente seguidos por la risotada inevitable de la concurrencia, felices los sanos y salvos de no estar dando el espectáculo al que el pino, el potro, el plinto, el caballo, la mera colchoneta servían de indispensable tramoya.

Nótese que había una diferencia tremenda entre los descalabros debidos a la torpeza o a un azar desgraciado, que se daban cuando  se trataba de un volatín o pirivuelta, y las lesiones que podían darse en el desarrollo más o menos aguerrido de un deporte de contacto. Y ello de tal modo que, en general el descrédito que proporcionaban los primeros se transmutaba en una inequívoca marca de honor o de coraje en el segundo de nuestros supuestos.

El mayor descalabro de mi vida gimnástica tuvo lugar en casa de mis padres, yo tenía once años y estaba andando sobre las manos por el pasillo. Al entrar en la cocina, perdí el equilibrio y di con los pies en una olla con caparrones en pleno hervor. Me cayeron encima continente y contenido y las quemaduras fueron de cierta entidad. Desde entonces, he mirado esta práctica deambulatoria con cierta prevención: si la mesa es el suelo de las manos, no hagamos del piso una mesa.




ἢ στέφος ἢ θάνατον


Los deportes de equipo convencionales me han aportado la experiencia de varios esguinces y otras bagatelas escasamente traumáticas, pero recuerdo un día en el frontón, en que a un contrincante que había perdido el punto, le dio por lanzar la pala al aire, más o menos en una trayectoria horizontal y girando sobre un eje normal a sus caras mayores, caras perpendiculares a la cancha sobre la que estábamos plantados. Me pasó por delante de la cara, yo diría que a no demasiados centímetros. Digamos que a no demasiados decímetros.´

Situaciones de este tipo en que la torpeza de alguien no ha de redundar inmediatamente en su propio perjuicio pertenecen a una tercera categoría, que ha de separarse de las dos antedichas. El gracioso suele reaccionar en una sutil combinación de disculpa y sonrisa, perfecto sabedor de que la madera volante no le va a dar a él. El gesto, una de las modalidades de la reacción a la frustración, puede verse también como un rito por el que la torpeza con un instrumento o herramienta se convierte en exhibición de una habilidad relativa a ese mismo instrumento. Como quien se sacude de encima una carga biográfica. Como quien se la sacude.


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