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viernes, octubre 07, 2022

Dietario laboral: The Man who was September 4th, 1752

"Vestido iba de azafrán al caer de la tarde". Esto que se pretendía un verso alejandrino no es por poco el único recuerdo que nos queda, junto con su nombre y alguna que otra cosa más (que luego veremos) de Mateo Gómez Juárez.

Si una promoción universitaria de una titulación dada en una cierta universidad consiste en un grupo de individuos que han permanecido juntos dedicados a los mismos esfuerzos durante unos cuantos años, (un núcleo más una cubierta un tanto más inconstante) a ella, a la promoción, han de agregarse algunos planetoides misteriosos que aparecen un día y se van otro y lo hacen del todo, hasta el punto de que los que quedan dudan de la episódica presencia, de las intervenciones escasas y más o menos memorables de aquellos. Y, sin embargo, la paradoja está servida porque la promoción lo es por los aditamentos volátiles, sus agregados, incomprensibles por fugaces, que precisamente recuerdan la levedad de las partes frente a la sólida pujanza a la que no falta un aliño o un no sé qué de trascendencia del todo.



Quod de Gadibus improbus magister


Gómez Juárez acudió a clase durante menos de un trimestre en el segundo curso. Se presentaba como "antipoeta" y lucía unas gafas que nos parecían bastante anticuadas y que, como era de esperar, estando a lo que estábamos, su portador llamaba "antiparras".

Había cursado primero en otra universidad, aunque nunca dijo dónde o, mejor, se esforzó en proporcionar suficientes indicaciones equívocas para que no se pudiera saber ni su origen ni sus pasadas andanzas a ciencia ni cierta ni aproximada.

La última noche que lo vimos fue un jueves en que, por alguna razón, un grupo de estudiantes varones estábamos bebiendo una cantidad de vino más adecuada para otro día de la semana. No recuerdo por qué y tampoco recuerdo por qué acabamos en un establecimiento público dedicado a los llamados bailes de salón, una novedad entonces después de unos años de relativo eclipse. Diría que se llamaba La Azalea, si bien esto puede ser una contaminación de otro recuerdo, o de otro jueves.

Quizá no sea preciso señalar que casi todos nosotros éramos absolutos imperitos en el arte cultivado por los clientes de aquella sala más bien melancólica, pese a su reciente apertura y el éxito de público del que, al parecer, gozaba. Ello no nos privó del ejercicio de la danza, una danza bárbara, de burros incongruentes, que rápidamente pasó a espantar a las señoras, a excitar a los caballeros hacia una vindicación honrosa que resultaba lógicamente imposible ante patanes y borrachos, y a encender todas las alarmas que la superioridad pudiera haber previsto.

La cosa no fue a más, esto a es, no llegó a la intervención de los camareros y demás personal de la empresa porque a uno del grupo le dio por girar sobre sí mismo sosteniendo los muslos de un Gómez Juárez casi horizontal sobre los suyos, cuadríceps sobre cuadríceps podríamos decir en una inverosímil aportación a la literatura queer, de modo que el conjunto alcanzó tal velocidad que los muslos se separaron y la fuerza que unía los dos componentes principales del mismo y que debían procurar fundamentalmente los brazos del giróvago vertical no bastó a evitar que nuestro condiscípulo accidental saliera disparado hacia la barandilla que separaba la pista de baile de los veladores donde se alternaban los cubalibres de coñac con los pipermines.

Ahí se interrumpió todo, incluidas nuestras notabilísimas curdas. Escapamos a la carrera del local, no sin aprovechar el desbarajuste general para no abonar las consumiciones realizadas, y dejamos a Gómez Juárez donde nos indicó. No parecía especialmente afectado ni visiblemente herido o contusionado. Eran las once y media de la noche. Nunca le volvimos a ver.


NOTA: Conservo una reliquia de Gómez Juárez, una servilleta de La Azalea, donde no pone "La Azalea", que entonces estaría más seguro de la veracidad dicho nombre y sí figuran unas corcheas o semicorcheas en tinta azul. En ese trozo de papel, algo antes de que comenzáramos a bailar, había escrito su teléfono y el verso que he citado. Nunca marqué esas cifras.

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