El precio para no cerrar algo en falso es pretender dejar cerrado otro asunto y cerrarlo en falso. Para solucionar un problema, pretender que también se ha resuelto otro. Y su complemento dialéctico: recordar que no hay asuntos bien cerrados.
El precio es dejar enquistado y fermentando el segundo problema, vivir siempre con un enemigo interior que neguemos durante años para así dejar que siga con su zapa.
Es el reverso de la norma del emprendedor que decide no descansar nunca: "he venido a traer la inversión, no el ahorro". Ahora no se trata de seguir andando sin detenerse, sino sólo de ser deudor, deudor de una deuda que comprometa nuestra pervivencia. Buscarse un vampiro para que viva en casa.
Políticos que presumen de zanjar definitivamente los asuntos. Que los dejan para poder seguir presumiendo de haber acabado. No acabar de acabar. El retorno de los viejos motivos, de los mitos y los cadáveres que atestan los armarios. En particular, jugar con los diccionarios, algo que puede demostrarse más astuto que jugar con las narraciones.
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