No me correspondió ya pasar a la enciclopedia, Álvarez u otra, sino a cuatro libros de texto, tres de ellos de título bastante razonable: algo así como Matemáticas, Religión y Lengua española. El cuarto, volumen más grueso, se anunciaba con el misterioso conjuro de “Unidades didácticas globalizadas”. Si no me engañan mis informantes, las disciplinas acogidas a dicho volumen son las que ahora sufren maltrato terminológico bajo la denominación de “Conocimiento del medio”.
Cabe recalcar que no se entiende muy bien por qué no se nombran las disciplinas con justamente su nombre. Así: geografía, historia, ciencias naturales si no se quiere especificar que se trata de biología o geología; historia natural, si nos ponemos tradicionales y, por cierto, variamos un poco el sesgo o el enfoque de la materia.
Pero lo que, en mi ignorancia de aquellos años remotísimos o no tanto, no acertaba a descubrir a qué venía era la palabra “globalizadas”, la cual sumaba mucho prestigio al asunto, pues esa palabra no la oíamos, ni parecida, en ningún otro sitio. El prestigio del misterio, de las divinas palabras al alcance de cualquier pedagogo y de cualquier niño con botellín de leche a las diez y cuarto de la mañana.
Me he molestado en investigar los rudimentos de la ciencia – valga el malapropismo–que teoriza sobre las unidades didácticas globalizadas o sin globalizar y me sigue llamando mucho la atención una cosa. Unidad didáctica es algo que supera a lección, de modo parecido o análogo, aunque no idéntico, a como ingeniero técnico supera a perito (eran los mismos años) y que fueran globalizadas sin duda se refería a una colosal diferencia específica con respecto a las que no hubieran experimentado el proceso de globalización que a aquéllas se les suponía. Bien, entre unidad didáctica y lección o similares podrá existir una relación metonímica y podrá existir alguien que quiera complicar las cosas. Por tanto, ciertamente lo que teníamos allí eran unidades didácticas globalizadas, aunque la metonimia se hacía reversible al volver a aplicar el término a un libro, y sin perjuicio de que una palabra como lección ya se edifica sobre unos cuantos cruces metonímicos: lección como capítulo de libro frente a sesión en el aula con cierta unidad temática, etc.
Señalemos que el término era y es genérico en un sentido oblicuo o posterior y no sé muy bien si perpendicular u oblicuo a los contenidos del libro. Pues éste podía tratar, por ejemplo, de los invertebrados, pero no de la historia de Judith y Holofernes. Es decir, nuestras unidades didácticas globalizadas lo eran de unas disciplinas concretas y no de todas o de una mezcla o miscelánea de ellas sin orden ni concierto. Y nótese que no era término éste genérico sólo como ciencias naturales es genérico con respecto a biología, sino de un modo más aberrante o confuso.
Y aquí es donde veo yo las raíces del mal. En la hegemonía ya tipográficamente establecida de la perspectiva didáctica (1), hegemonía hasta el aplastamiento absoluto de la noticia sobre el qué, sobre el contenido del libro o de los libros. Como si el orden de una ciencia se hubiese de plegar a los designios de un mistagogo autorizado a darle la vuelta al derecho y al revés, como si todos los saberes se reedificasen con una arquitectura de gimoteantes vacuidades. La devaluación programada de todas las ciencias y las artes, su ubicación ancilar no aún en la realidad de la escuela, pero sí en la escuela soñada por algunos de esos mistagogos. Nadie puede decir que no estábamos sobre aviso.
Cabe recalcar que no se entiende muy bien por qué no se nombran las disciplinas con justamente su nombre. Así: geografía, historia, ciencias naturales si no se quiere especificar que se trata de biología o geología; historia natural, si nos ponemos tradicionales y, por cierto, variamos un poco el sesgo o el enfoque de la materia.
Pero lo que, en mi ignorancia de aquellos años remotísimos o no tanto, no acertaba a descubrir a qué venía era la palabra “globalizadas”, la cual sumaba mucho prestigio al asunto, pues esa palabra no la oíamos, ni parecida, en ningún otro sitio. El prestigio del misterio, de las divinas palabras al alcance de cualquier pedagogo y de cualquier niño con botellín de leche a las diez y cuarto de la mañana.
Me he molestado en investigar los rudimentos de la ciencia – valga el malapropismo–que teoriza sobre las unidades didácticas globalizadas o sin globalizar y me sigue llamando mucho la atención una cosa. Unidad didáctica es algo que supera a lección, de modo parecido o análogo, aunque no idéntico, a como ingeniero técnico supera a perito (eran los mismos años) y que fueran globalizadas sin duda se refería a una colosal diferencia específica con respecto a las que no hubieran experimentado el proceso de globalización que a aquéllas se les suponía. Bien, entre unidad didáctica y lección o similares podrá existir una relación metonímica y podrá existir alguien que quiera complicar las cosas. Por tanto, ciertamente lo que teníamos allí eran unidades didácticas globalizadas, aunque la metonimia se hacía reversible al volver a aplicar el término a un libro, y sin perjuicio de que una palabra como lección ya se edifica sobre unos cuantos cruces metonímicos: lección como capítulo de libro frente a sesión en el aula con cierta unidad temática, etc.
Señalemos que el término era y es genérico en un sentido oblicuo o posterior y no sé muy bien si perpendicular u oblicuo a los contenidos del libro. Pues éste podía tratar, por ejemplo, de los invertebrados, pero no de la historia de Judith y Holofernes. Es decir, nuestras unidades didácticas globalizadas lo eran de unas disciplinas concretas y no de todas o de una mezcla o miscelánea de ellas sin orden ni concierto. Y nótese que no era término éste genérico sólo como ciencias naturales es genérico con respecto a biología, sino de un modo más aberrante o confuso.
Y aquí es donde veo yo las raíces del mal. En la hegemonía ya tipográficamente establecida de la perspectiva didáctica (1), hegemonía hasta el aplastamiento absoluto de la noticia sobre el qué, sobre el contenido del libro o de los libros. Como si el orden de una ciencia se hubiese de plegar a los designios de un mistagogo autorizado a darle la vuelta al derecho y al revés, como si todos los saberes se reedificasen con una arquitectura de gimoteantes vacuidades. La devaluación programada de todas las ciencias y las artes, su ubicación ancilar no aún en la realidad de la escuela, pero sí en la escuela soñada por algunos de esos mistagogos. Nadie puede decir que no estábamos sobre aviso.
(1) Perspectiva falsa, por otro lado, pues además podía uno preguntarse por qué se globalizaba en unos casos sí y en otros no. La única asignatura verdaderamente globalizada era la religión, pues sus actividades escolares se complementaban e ilustraban y, ¡ay!, se vivenciaban (el ordenador no me corrige esta palabra y cedo a sus rigores) con toda la variedad de ceremonias que el culto católico ha sabido ofrecer a sus fieles practicantes.
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