Arboricultura, silvicultura, manicura, erigís ídolos más perennes que los parásitos. Pivotes y puntos de apoyos para las palancas más insospechadas. Árboles que no dejan ver la batalla y batallas con las que se sortean las verdaderas guerras. Sólo hay una verdad: Sanchinarro no es el Paseo del Prado. Pero la farándula es la farándula, los editorialistas son lo editorialistas y Javier Marías no se encuentra en vías de extinción.
Por lo que al contenido urbanístico y arquitectónico del asunto hace, es significativo que ni siquiera la parte racional de la discusión se le mantenga cercana y que las líneas del enfrentamiento sean las que dividen el terreno entre los que piensan que deben existir proyectos que rediseñen un trozo de la ciudad y los conservadores que niegan o refutan que un arquitecto o un alcalde deban tener esa facultad, que -para algunos prudentemente- desconfían de la virtudes de un cambio a gran escala (como si no se hicieran tantos y tan grandes), o que se refugian en ideas obscuras y peligrosas como las de identidad, imagen de la ciudad, participación y otras aún más sombrías. El contenido del proyecto y la realidad presente de Madrid son sólo piezas que engatillan diversos componentes ideológicos que se ponen en juego y que encuentran su correlato objetivo en discursos tan vidriosos como el de la vida secreta de las plantas de la que parece hablar Carmen Cervera o en actividades tan artísticas como las tamborradas ecologistas
Sin embargo, son los árboles -esos árboles dichosos por apenas sensitivos, que morirán, como han de acabar también hasta los protones- los cebadores de una dinámica que añade nuevas capas de confusión. Los árboles y los personajes que amplifican, para desdibujar luego, los límites del conflicto son los elementos distorsionadores que atraen la atención de todos y que dan los motivos de más lucimiento a nuestro profesionalísimo gremio periodístico.
Tomémonos el postre y olvidemos por un momento este país donde las confrontaciones, las contradicciones, los conflictos se envuelven de otros conflictos, que siguen otras líneas, que enfrentan a otras partes, que a veces suman a su capacidad gravitatoria un pintoresquismo esencial. Pero no queremos hacer pensar que detrás de la careta pintoresca se hallan fieras luchas que personifican principios de alcance universal. El secreto tras el velo no es un odio o una enemistad originados por una conmoción de gran alcance, sino más bien por la nimiedad y la anécdota enquistada, como en El duelo de Conrad, despreciable como la divinidad en la cámara más secreta del templo y que resulta ser un perro o un gato, como lo que le decía Oxenstierna a su hijo. Algo cercano a la nada. Eso de tan inmensa capacidad movilizadora. Como el postre, que es algo antes y después que nada.
Por lo que al contenido urbanístico y arquitectónico del asunto hace, es significativo que ni siquiera la parte racional de la discusión se le mantenga cercana y que las líneas del enfrentamiento sean las que dividen el terreno entre los que piensan que deben existir proyectos que rediseñen un trozo de la ciudad y los conservadores que niegan o refutan que un arquitecto o un alcalde deban tener esa facultad, que -para algunos prudentemente- desconfían de la virtudes de un cambio a gran escala (como si no se hicieran tantos y tan grandes), o que se refugian en ideas obscuras y peligrosas como las de identidad, imagen de la ciudad, participación y otras aún más sombrías. El contenido del proyecto y la realidad presente de Madrid son sólo piezas que engatillan diversos componentes ideológicos que se ponen en juego y que encuentran su correlato objetivo en discursos tan vidriosos como el de la vida secreta de las plantas de la que parece hablar Carmen Cervera o en actividades tan artísticas como las tamborradas ecologistas
Sin embargo, son los árboles -esos árboles dichosos por apenas sensitivos, que morirán, como han de acabar también hasta los protones- los cebadores de una dinámica que añade nuevas capas de confusión. Los árboles y los personajes que amplifican, para desdibujar luego, los límites del conflicto son los elementos distorsionadores que atraen la atención de todos y que dan los motivos de más lucimiento a nuestro profesionalísimo gremio periodístico.
Tomémonos el postre y olvidemos por un momento este país donde las confrontaciones, las contradicciones, los conflictos se envuelven de otros conflictos, que siguen otras líneas, que enfrentan a otras partes, que a veces suman a su capacidad gravitatoria un pintoresquismo esencial. Pero no queremos hacer pensar que detrás de la careta pintoresca se hallan fieras luchas que personifican principios de alcance universal. El secreto tras el velo no es un odio o una enemistad originados por una conmoción de gran alcance, sino más bien por la nimiedad y la anécdota enquistada, como en El duelo de Conrad, despreciable como la divinidad en la cámara más secreta del templo y que resulta ser un perro o un gato, como lo que le decía Oxenstierna a su hijo. Algo cercano a la nada. Eso de tan inmensa capacidad movilizadora. Como el postre, que es algo antes y después que nada.
1 comentario:
Precioso último párrafo. Habrá que leer a ese Conrad.
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