Con la periodicidad de un insecto misterioso o con una aperiodicidad igualmente misteriosa vuelven las competiciones deportivas y vuelven los escándalos deportivos. Marcan un ritmo que nos dibuja un compás de madera, un compás que traza elipses coreográficas y escenografías hiperbólicas. Dejamos al balón las parábolas, que abundan entre las cónicas deportivas.
Juan Villoro cuenta el fútbol en sus órbitas cuatrienales y en todos sus epiciclos en que secularmente las constelaciones de los héroes se nos muestran inamovibles. Porque los hombres no aguardamos a que los cielos cambien y los cielos sólo pueden fiar ya su memoria al cronista azaroso que los preserve.
El arduo ecosistema del deporte, del deporte, que es todas sus metáforas, abundantes como los coleópteros de Nuestro Señor, tan cercanas como la radiación de fondo de microondas.
Así, períodos y azares componen un rigodón de renovaciones y despertares primaverales o veraniegos en que florecen los gladiolos congelados de los laboratorios y que nos anuncian la disolución de los cuerpos. El cuerpo es eso que perdió los contornos y sus límites ya hace tiempo. Els cossos més amants que son su propio pasado y que sólo se identifican por su ID en las federaciones internacionales. Yo soy yo y esa nevera. La cabriola última en el juego de las identificaciones deportivas: la rugiente afición que abraza a sus ídolos, a esas bolsas congeladas, a unos genes renovados y profundos. Un tatuaje hasta la huella de la sombra del alma, en una noche sin Luna, sin Venus y sin compás de madera.
El compás mixto que tesela nuestros días; si hubiéramos sabido que la eternidad era esto.
Juan Villoro cuenta el fútbol en sus órbitas cuatrienales y en todos sus epiciclos en que secularmente las constelaciones de los héroes se nos muestran inamovibles. Porque los hombres no aguardamos a que los cielos cambien y los cielos sólo pueden fiar ya su memoria al cronista azaroso que los preserve.
El arduo ecosistema del deporte, del deporte, que es todas sus metáforas, abundantes como los coleópteros de Nuestro Señor, tan cercanas como la radiación de fondo de microondas.
Así, períodos y azares componen un rigodón de renovaciones y despertares primaverales o veraniegos en que florecen los gladiolos congelados de los laboratorios y que nos anuncian la disolución de los cuerpos. El cuerpo es eso que perdió los contornos y sus límites ya hace tiempo. Els cossos més amants que son su propio pasado y que sólo se identifican por su ID en las federaciones internacionales. Yo soy yo y esa nevera. La cabriola última en el juego de las identificaciones deportivas: la rugiente afición que abraza a sus ídolos, a esas bolsas congeladas, a unos genes renovados y profundos. Un tatuaje hasta la huella de la sombra del alma, en una noche sin Luna, sin Venus y sin compás de madera.
El compás mixto que tesela nuestros días; si hubiéramos sabido que la eternidad era esto.
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