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miércoles, septiembre 21, 2022

Dietario laboral: sic semper

La ley de hierro, la segunda ley de hierro, añade una perspectiva importante a los comentarios habituales. A saber, que lo que vemos decaer tuvo su ascenso, atrajo todas las alabanzas, movilizó las plumas y las cámaras y  ahora nadie recuerda que el desastre del que somos testigos, hubo un tiempo soleado y para algunos bonancible en que no se imaginaba o se situaba varios escalones más allá de lo imposible.

Es el poder, ese simulacro con fecha de caducidad que un día luce como un diamante, como emblema con su punto culterano y es así emblema de lo que no tiene otro o tiene a todas las imágenes y a todos los lemas por tal, así es de polimorfo, bruñido y único. En cuanto al individuo sobre su pedestal, apenas mortal, ese individuo que nos regaló una carrera de  aciertos, sucesivos e inmaculados, un día, tras quizá escasísimas y dudosas prefiguraciones, nos factura una secuencia de errores y mediocridades que apenas los alivian.



erit tantum una Ierusalem


Y, sin embargo, en ocasiones el panorama se demora en un lapso en que todo (brillos y catástrofes, triunfos y retiradas desordenadas, saltos adelante y hacia un lado, emblemas y naturalezas muertas con la consabida calavera) se ve sujeto a un tiempo lento, que parecerá dilatarse hasta la eternidad, pero que también obedece a la ley de hierro que todo lo domina, y un día esa drôle de guerre nos aparecerá extraña e increíble, zafio trampantojo que encontró un día a los ilusos más ilusos que nunca antes, al menos que se recuerde.

Pero conformémonos ahora con el cotejo de las alabanzas de febrero y los equilibrios de septiembre, siempre prestos a enfatizar el inestable y congestionado mantener el tipo, a facilitar diagnósticos médicos que resultarían increíbles en un rocambole del siglo XXI y, en cualquier caso, a subrayar una presencia tibia y un punto pusilánime.

Pero la segunda ley de hierro está sujeta  a la segunda ley de hierro y vivirá días de descrédito, como un tirano o un ventrílocuo cualquiera. Siempre podrá recurrirse a la primera ley de hierro: casi nada ascendió nunca. Casi nadie tuvo sus días de esplendor y gloria.


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