Los vivos, los aún vivos, a una cierta edad –y no especialmente tardía– se entretienen con el noble arte de la estadística. Su propósito es corroborativo y melancólico. Piensan en sus compañeros de colegio y reúnen información sobre su varia suerte. El número de muertos, de los que se fueron al extranjero, de los desaparecidos –esa categoría que señala un destino o señala la incompetencia del contable–, de los arruinados o locos, y prosiguen, con el intermedio de los porcentajes y otras diversiones, hasta que la estadística se deshace en una constelación de historias, de caminos imprevistos o, por el contrario, tan previsibles.
Los aún vivos consultan entonces una de esas tablas (de mortalidad) que les pueden ayudar a predecir el ritmo de las bajas por venir, a contrastar el ritmo de las bajas habidas, su esperanza disuelta, una nube, una nada. Creen que prevén.
Los aún vivos consultan entonces una de esas tablas (de mortalidad) que les pueden ayudar a predecir el ritmo de las bajas por venir, a contrastar el ritmo de las bajas habidas, su esperanza disuelta, una nube, una nada. Creen que prevén.
1 comentario:
Te me llevo conmigo. Mi título son tus propias palabras desaderezadas*. Según uno que conozco, loco arruinado.
*Te he leído una crítica para Bueno.
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