La consistencia dilatada de este día de octubre con aire del sur. Los paseantes, los ciclistas, algún lector sentado o recostado en la hierba. Actúan como actúa una especie en extinción, en su mundo cada individuo, cada pequeño grupo familiar que cruza el parque como quien cruza un estepa sin límites visibles, una especie que parece decidida a hacerse con la última bocanada de la tarde, o con el último rayo cálido del verano.
El cielo es muy azul, de un azul homógeneo y conspiratorio. El Sol, sospechosamente bajo como para que nos engañemos acerca de la estación durante más de quinientos metros, rehúye nuestra mirada. El día de las veinticinco horas es un regalo paradójico, amargo su veneno. Ya lo decía el poeta: ed è subito sera.
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