Cuando economistas o psicólogos experimentan en el campo de las conductas desde esquemas que suponen una valoración objetiva y cerrada de la relación costes-beneficios (y tambuién cuando no experimentan) clasifican como racionales las conductas que maximizan dentro de lo posible (es decir, dentro del esquema del experimento) el beneficio o la razón beneficio/coste. Lo demás son conductas emocionales o irracionales.
Véase, sin embargo, que la denunciada irracionalidad es muchas veces la de no percibir la caja cerrada y aislada en que el experimento tiene lugar. También es posible que el experimento no sea estanco y esto no lo perciba el experimentador. Y, con todo, hay que decir que el experimentador acostumbra ser, a estas alturas, lo suficientemente humilde como para comparar sus óptimos apriorísticos con los valores estadísticamente más usuales, que a veces se reputan sancionados por procesos evolutivos.
Pero lo irracional queda sin definir a menudo y convendría recordar que a esa casilla se apuntan elecciones, decisiones y conductas que, por la razón que sea, calculan costes y beneficios en un esquema más amplio (aunque posiblemente desajustado o inadecuado o realmente no conectado con el experimento) que el diseñado e implementado por el experimentador. En otras palabras, las irracionalidades han de especificarse y distinguirse de los errores de cálculo.
Viene esto a cuento de la última entrega de los siempre interesantes artículos de J.M.R. Parrondo en Investigación y ciencia. Menciona éste los experimentos en que se averigua e intenta delimitar la actividad cerebral del sujeto cuando es racional en los cauces del experimento de cuando no lo es. Menciona también los resultados de ciertos experimentos realizados en el contexto de lo que a los ignorantes nos parecerían culturas exóticas (como si quedasen y se diferenciasen tópicamente). Parece, sin embargo, que no se ha estudiado la actividad cerebral en estos casos, sino sólo en algunos con sujetos de adscripción no demasiado fantástica. Menciona también Parrondo un artículo de Ángel Sánchez sobre la evolución de la cooperación.
Véase, sin embargo, que la denunciada irracionalidad es muchas veces la de no percibir la caja cerrada y aislada en que el experimento tiene lugar. También es posible que el experimento no sea estanco y esto no lo perciba el experimentador. Y, con todo, hay que decir que el experimentador acostumbra ser, a estas alturas, lo suficientemente humilde como para comparar sus óptimos apriorísticos con los valores estadísticamente más usuales, que a veces se reputan sancionados por procesos evolutivos.
Pero lo irracional queda sin definir a menudo y convendría recordar que a esa casilla se apuntan elecciones, decisiones y conductas que, por la razón que sea, calculan costes y beneficios en un esquema más amplio (aunque posiblemente desajustado o inadecuado o realmente no conectado con el experimento) que el diseñado e implementado por el experimentador. En otras palabras, las irracionalidades han de especificarse y distinguirse de los errores de cálculo.
Viene esto a cuento de la última entrega de los siempre interesantes artículos de J.M.R. Parrondo en Investigación y ciencia. Menciona éste los experimentos en que se averigua e intenta delimitar la actividad cerebral del sujeto cuando es racional en los cauces del experimento de cuando no lo es. Menciona también los resultados de ciertos experimentos realizados en el contexto de lo que a los ignorantes nos parecerían culturas exóticas (como si quedasen y se diferenciasen tópicamente). Parece, sin embargo, que no se ha estudiado la actividad cerebral en estos casos, sino sólo en algunos con sujetos de adscripción no demasiado fantástica. Menciona también Parrondo un artículo de Ángel Sánchez sobre la evolución de la cooperación.
Pero lo que habría que precisar en todos estos experimentos es justamente dónde o cuándo, si lo hace, se rompe la continuidad entre sujeto experimentador y sujeto bajo estudio, porque es posible que las conductas racionales en un experimento sean sobre todo correlativas de la comprensión de lo que es la institución del experimento, lo que no ha de entenderse como una protesta de sociólogo de la ciencia, especie que encerraríamos con gusto en algún Parque Jurásico o borgoñón, sino como una precaución gnoseológica. De otro modo, el experimentador debe saber si los límites que él pone al experimento son los que, equivocadamente o no, le ponen lo sujetos del otro lado.
Y, por lo mismo, no habría que descartar que una conducta puramente irracional, emocional, podría ser más efectiva que una racional. El cerebro reptiliano sigue teniendo su aquél, aunque no sepa cuándo está dentro de una jaula amable.
Y, por lo mismo, no habría que descartar que una conducta puramente irracional, emocional, podría ser más efectiva que una racional. El cerebro reptiliano sigue teniendo su aquél, aunque no sepa cuándo está dentro de una jaula amable.
2 comentarios:
Me encanta reencontrar su faceta pedagógica. Una maravilla.
"Hubo en el cielo un silencio de alrededor de media hora",
esta precisa medición bíblica, ¿pudo influir en el desenlace del Apocalipsis?
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