Es modélica -¡cómo no!-, son modélicas las fábulas "Décima y décima bis" de las Trece fábulas y media y Fábula decimocuarta de Juan Benet.
Un metódico y cunctator estratega vence al enemigo que su rey le designa hasta reducirlo a su última fortaleza. Él había retrasado el comienzo de la campaña pues, meticuloso, todo requería preparación minuciosa, si bien las presiones de todos le habían llevado a iniciarla sin que su plan incluyera el asalto final a una fortaleza previsible, final y definitiva.
La noche anterior al consiguiente asalto (la campaña, por tanto, casi concluida y si no desarrollada según lo previsto, lo determinado, tal contravención al plan estratégico se debía sólo a su excesivo éxito, lo que significa alto ritmo y velocidad en la persecución), y sin haber confesado a superiores ni advertido a subordinados que no había planificado la operación, reúne a su estado mayor y les ofrece como regalo esa planificación y sucompetente ejecución. Que el cansancio que siente le aconseja, además, dormir durante la mañana de la verdad.
Se nos dice que hay dos versiones del final, igualmente sangrientas para nuestros gustos contemporáneos e ineducados, pero de signo contradictorio. En la primera, el general sale a mediodía y contempla la victoria de sus tropas, su bandera en la más alta torre, enemiga hasta quizá sólo minutos antes:
-No podía ser de otra manera.
Esa es la misma exclamación del general en la otra versión, donde se nos revela que contempla el campo sembrado de los cadáveres de los que hasta poco antes eran su ejército, aniquilado en el glacis frente a los muros:
- No podía ser de otra manera.
La fábula de Benet y la otra fábula de Benet tienen una tercera en que las palabras del estratega no son cínicas y de un borde paternalismo (que es un diagnóstico por el que no pocos lectores están tentados) sino laplacianas, calculadas, deterministas. Pero si cada hecho se sigue de los anteriores y conduce, con ellos, al siguiente, el hecho de las palabras del general es determinado por dos cursos que diferenciamos perfectamente. Pero el determinismo nos parece exigir la unicidad. Se concluye que victoria o derrota propias son sólo apariencia, un símbolo añadido y despreciable en el relato.
La tercera versión tiene una revisión en clave que hemos llamado entangled. Ambas cosas suceden. Por tanto la determinación lo es de la posibilidad de los dos (o infinitos más) resultados consignados. Común a ellos es que "no podía ser de otra manera", pero el hecho que es esta proferencia ya desdeñosa, ya estoica, sería un resultado determinado por la misma serie (o por la serie del campo de batalla más la serie de los razonamientos del general) que los anteriores.
Aunque quizá lo único no determinado fuera esa invariante de todas las versiones, "no podía ser de otra manera", y que eso, como los razonamientos de bronce y mármol, se quedara en pura apariencia, determinada por una causalidad insolente, por alguna ley de conservación y conversación de alguna cantidad que se parece a la mera ilusión.
Pongamos que las condiciones para el resultado de la batalla están perfectamente determinadas hasta el momento en que el resultado se vence misteriosamente para uno u otro lado, momento que se traduce en multitude de momentos a lo largo de toda la mañana de la batalla, pero que esto último no nos pudiera enseñar nada, que no nos dijera nada nuevo sobre lo sabido. Y que no aprendiéramos nada de las experiencias decisorias, de las evidencias nítidas y aplastantes. No podía ser de otra manera.
Un metódico y cunctator estratega vence al enemigo que su rey le designa hasta reducirlo a su última fortaleza. Él había retrasado el comienzo de la campaña pues, meticuloso, todo requería preparación minuciosa, si bien las presiones de todos le habían llevado a iniciarla sin que su plan incluyera el asalto final a una fortaleza previsible, final y definitiva.
La noche anterior al consiguiente asalto (la campaña, por tanto, casi concluida y si no desarrollada según lo previsto, lo determinado, tal contravención al plan estratégico se debía sólo a su excesivo éxito, lo que significa alto ritmo y velocidad en la persecución), y sin haber confesado a superiores ni advertido a subordinados que no había planificado la operación, reúne a su estado mayor y les ofrece como regalo esa planificación y sucompetente ejecución. Que el cansancio que siente le aconseja, además, dormir durante la mañana de la verdad.
Se nos dice que hay dos versiones del final, igualmente sangrientas para nuestros gustos contemporáneos e ineducados, pero de signo contradictorio. En la primera, el general sale a mediodía y contempla la victoria de sus tropas, su bandera en la más alta torre, enemiga hasta quizá sólo minutos antes:
-No podía ser de otra manera.
Esa es la misma exclamación del general en la otra versión, donde se nos revela que contempla el campo sembrado de los cadáveres de los que hasta poco antes eran su ejército, aniquilado en el glacis frente a los muros:
- No podía ser de otra manera.
La fábula de Benet y la otra fábula de Benet tienen una tercera en que las palabras del estratega no son cínicas y de un borde paternalismo (que es un diagnóstico por el que no pocos lectores están tentados) sino laplacianas, calculadas, deterministas. Pero si cada hecho se sigue de los anteriores y conduce, con ellos, al siguiente, el hecho de las palabras del general es determinado por dos cursos que diferenciamos perfectamente. Pero el determinismo nos parece exigir la unicidad. Se concluye que victoria o derrota propias son sólo apariencia, un símbolo añadido y despreciable en el relato.
La tercera versión tiene una revisión en clave que hemos llamado entangled. Ambas cosas suceden. Por tanto la determinación lo es de la posibilidad de los dos (o infinitos más) resultados consignados. Común a ellos es que "no podía ser de otra manera", pero el hecho que es esta proferencia ya desdeñosa, ya estoica, sería un resultado determinado por la misma serie (o por la serie del campo de batalla más la serie de los razonamientos del general) que los anteriores.
Aunque quizá lo único no determinado fuera esa invariante de todas las versiones, "no podía ser de otra manera", y que eso, como los razonamientos de bronce y mármol, se quedara en pura apariencia, determinada por una causalidad insolente, por alguna ley de conservación y conversación de alguna cantidad que se parece a la mera ilusión.
Pongamos que las condiciones para el resultado de la batalla están perfectamente determinadas hasta el momento en que el resultado se vence misteriosamente para uno u otro lado, momento que se traduce en multitude de momentos a lo largo de toda la mañana de la batalla, pero que esto último no nos pudiera enseñar nada, que no nos dijera nada nuevo sobre lo sabido. Y que no aprendiéramos nada de las experiencias decisorias, de las evidencias nítidas y aplastantes. No podía ser de otra manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario