Al salir de la exposición de Escher (sí, la salida lleva casi afuera, que es distinto de dentro, a juzgar por el sentido que tiene precio), se atraviesa la tienda. Cacharros, los de siempre, y libros de arte (incluyendo alguno de Gombrich sobre la percepción y el arte y uno de Berger sobre, supuestamente, lo mismo), y libros para jóvenes o niños (otra cosa es que los mayores los lean con provecho si se esfuerzan) de, etiquetémoslos así, geometría recreativa. Entre ellos, en una pila elevada al cielo como un zigurat abstracto, varios ejemplars de la traducción al español de las Obras Completas de Kurt Gödel, prólogo de Jesús Mosterín, etc.
Etiquetemos tal inclusión como un salto cualitativo. Polya qudaría más propio tratándose de Escher, pero no aparece por aquí. Seguramente, Gödel se halla presente porque el universo gráfico de Escher incluye nociones que no puede derivar de sus contenidos: O sea, que salgo de la exposición y no puedo imaginarme sus obras allí, aunque no me resultan sorprendentes los demás títulos que jalonan el paso a la sección de gomas, lapiceros, tazas, puzzles y sin corbatas que yo recuerde.
Estos fenómenos me recuerdan a la presencia de libros fuera de lugar en las secciones temáticas y disciplinarias de las librerías, un asunto de gran interés porque no se trata, en general, de errores de facto sin mayor trascendencia. En su origen se encuentra una intención taxonómica y un raciocinio que nos ha conducido a una saliencia tal vez feliz. Recorremos el trayectodel librero y descubrimos un hilo rojo que no hay que despreciar, por lo menos los días de fiesta.
Con las gentes pasa lo mismo. Gremios y raros se agrupan. En ocasiones, un raro quiere remarcar su rareza salíendose de su lugar, la casilla de la ciudad con la etiqueta de "raros", famosa por celebrar doscientas quince paradojas. Es la economía espacial de los tipos humanos. El buen raro no se vende en el arca ni en el interior de mueble alguno con dentro y fuera. Nada asegura, no obstante, que su rareza se celebre fuera. Avisemos, finalmente, que no tratamos aquí de quienes quieren rebajar o borrar las etiquetas que otros les han adherido con propósito infamante o por simple miedo.
Con las gentes pasa lo mismo. Gremios y raros se agrupan. En ocasiones, un raro quiere remarcar su rareza salíendose de su lugar, la casilla de la ciudad con la etiqueta de "raros", famosa por celebrar doscientas quince paradojas. Es la economía espacial de los tipos humanos. El buen raro no se vende en el arca ni en el interior de mueble alguno con dentro y fuera. Nada asegura, no obstante, que su rareza se celebre fuera. Avisemos, finalmente, que no tratamos aquí de quienes quieren rebajar o borrar las etiquetas que otros les han adherido con propósito infamante o por simple miedo.
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