Gabinete. Gabinete de curiosidades. Nos viene el motivo de otro lugar. No es posible que haya uno en cada casa (aunque lo hay y secreto e invisible para sus habitantes, esperando el bisturí de acero y plata del científico novelista o del pariente psiquiatra y psicópata). Así, la televisión, que sería el sucesor de la Wunderkammer, pues en aquélla seguiría residiendo el atractivo perdido por las ciencias naturales, pues la rapsodia caracteriza la presentación de los materiales en ese medio, que aún es capaz -a primera televista- de hacer que algo sea o adquiera la condición de curioso. Y si hubo en algún momento peligro de sistema, la televisión inventó el zapping para conjurarlo.
Su prestigio, el del gabinete, era el de la difícil visita. La televisión, en cambio, es pandoméstica, casi perfectamente distribuida en todos los hogares (así llamados, cuando debieran éstos decirse, por ejemplo, receptores). Pero entre la rareza y la universalidad se definen impracticables paradojas. Limitémonos a los quince minutos de fama, también y tan bien distribuidos como el predicado "mortal". La mayoría de los breves famosos de la televisión se catalogan como freakies (friquis eran también los free kicks que lanzaba Luis Aragonés, vida y discurso que se cierran en su comienzo), son los nuevos perros disecados con sus dos cabezas y media o el cocodrilo colgando del techo. Su misma abundancia les niega su condición: la democracia televisiva nos devuelve nuestro verdadero rostro, estadísticamente considerado. Corolario es la propia negación de la televisión como gabinete de curiosidades. Un receptor que sintonizase las emisiones originarias de Antena 3 con su abundancia de catedráticos y académicos sí nos proporcionaría un gabinete de curiosidades catódico. Raro y raro. Pero yo no lo recibo.
Su prestigio, el del gabinete, era el de la difícil visita. La televisión, en cambio, es pandoméstica, casi perfectamente distribuida en todos los hogares (así llamados, cuando debieran éstos decirse, por ejemplo, receptores). Pero entre la rareza y la universalidad se definen impracticables paradojas. Limitémonos a los quince minutos de fama, también y tan bien distribuidos como el predicado "mortal". La mayoría de los breves famosos de la televisión se catalogan como freakies (friquis eran también los free kicks que lanzaba Luis Aragonés, vida y discurso que se cierran en su comienzo), son los nuevos perros disecados con sus dos cabezas y media o el cocodrilo colgando del techo. Su misma abundancia les niega su condición: la democracia televisiva nos devuelve nuestro verdadero rostro, estadísticamente considerado. Corolario es la propia negación de la televisión como gabinete de curiosidades. Un receptor que sintonizase las emisiones originarias de Antena 3 con su abundancia de catedráticos y académicos sí nos proporcionaría un gabinete de curiosidades catódico. Raro y raro. Pero yo no lo recibo.
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