Jon, Alfonso y las bicicletas
El asunto no es respetar memorias diferentes. Lo que cuenta es la primacía del entendimiento. Y el entendimiento tritura. Si respetamos y nos respetan es porque la diferencia es proporcionalmente insignificante. Pero las memorias divergentes hablan o de la perpetuación de los sujetos o de las proyecciones o identificaciones interesadas, indebidas. Identificación no con una configuración o un proceso que pensamos que el historiador reconstruye como metódica y buenamente puede, sino con una reconstrucción sesgada y de calidad dudosa. Lo que nos falta es ser otros y creer que somos los mismos. Ya lo dijo el gran Jan: "Antes creía ser otro, pero ahora es peor. Ahora cree ser él mismo".
Bicicletas, descapotables y tintos al sol
Pero la memoria a lo que debe llamar es a una cancelación, a la neutralización de las configuraciones del pasado y, en particular, a su desaparición histórica y partidaria. No de otra cosa debería hablar Koselleck, aunque no llega a decirlo, según parece.
Cancelar supone una inscripción y eso debería ser algo nimio. Pero aprovecharse de la resistencia a una inscripción que significará esa necesaria cancelación (ya no somos más aquéllos) es pretender que la inscripción sea, en fin, un nuevo arco del triunfo, por donde se pasa y se les pasa. Útiles, intercambiables para cada nuevo dux entium nationalium: "tú engedraste naciones, hijo mío", esto es, ratoncitos, alguna rata.
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