En El País del Jueves Santo, entrevista con Rodolphe Passer, “coordinador de la traducción del Evangelio de Judas”, “también teólogo”. Passer explica el asunto de este evangelio y se extiende en el de los gnósticos. La respuesta más extensa comienza: “Este Evangelio cambia por completo la óptica tradicional sobre Judas. No hay traición, sino que Judas cumple una misión muy concreta encomendada por el propio Jesús.” Y cierra esta respuesta confesando que “Para mí, como creyente, esta nueva óptica no cambia el sentido de mi fe”.
Esta declaración depende de muchos presupuestos para su interpretación concreta y aquí nos importa poco, más allá de la constatación de la competencia de Passer y de lo que para algunos será su coherencia. Debemos dejar a salvo la intención del entrevistado, pero las palabras se hacen cautivas de alguna corriente subterránea que recorre el discurso de Passer –tal como las recoge Rodrigo Carrizo- . Y es que la fe o es inamovible por los relatos o si algo la mueven son justamente los relatos. Los cuales pueden quedar muy lejos de los hechos y de la historia. Ahora vemos unos acontecimientos, tal vez ficticios, de otra manera. Los acontecimientos se transforman, son tal vez otros, pero los objetos de la fe se mantienen invariantes. Depuramos los relatos de excrecencias o adherencias particularistas o culturales. Nótese, no nos importaba la facticidad del soporte de la fe. Mejor si Judas es bueno, el sacrificio infinito sólo cambia de género: su vehículo no es una traición, sino una traición confabulada. Por otro lado, Passer deja entrever el motivo de la imposibilidad de traicionar a un ser omnisciente. Y al paso, la propia libertad de Judas puede desvanecerse (a fin de cuentas, Passer es suizo) y se puede abrir así otra línea argumental. El problema es que ahora no se pueden utilizar los relatos para apuntalar los objetos, los contenidos invariantes de la fe. A cuyos protagonistas quizá, como en hipótesis que llevan muchos años en circulación, se les añade una cierta capacidad para la conspiración, el golpe de estado o el MacGuffin. Ya saben, Jesus’s Thirteen.
Esta declaración depende de muchos presupuestos para su interpretación concreta y aquí nos importa poco, más allá de la constatación de la competencia de Passer y de lo que para algunos será su coherencia. Debemos dejar a salvo la intención del entrevistado, pero las palabras se hacen cautivas de alguna corriente subterránea que recorre el discurso de Passer –tal como las recoge Rodrigo Carrizo- . Y es que la fe o es inamovible por los relatos o si algo la mueven son justamente los relatos. Los cuales pueden quedar muy lejos de los hechos y de la historia. Ahora vemos unos acontecimientos, tal vez ficticios, de otra manera. Los acontecimientos se transforman, son tal vez otros, pero los objetos de la fe se mantienen invariantes. Depuramos los relatos de excrecencias o adherencias particularistas o culturales. Nótese, no nos importaba la facticidad del soporte de la fe. Mejor si Judas es bueno, el sacrificio infinito sólo cambia de género: su vehículo no es una traición, sino una traición confabulada. Por otro lado, Passer deja entrever el motivo de la imposibilidad de traicionar a un ser omnisciente. Y al paso, la propia libertad de Judas puede desvanecerse (a fin de cuentas, Passer es suizo) y se puede abrir así otra línea argumental. El problema es que ahora no se pueden utilizar los relatos para apuntalar los objetos, los contenidos invariantes de la fe. A cuyos protagonistas quizá, como en hipótesis que llevan muchos años en circulación, se les añade una cierta capacidad para la conspiración, el golpe de estado o el MacGuffin. Ya saben, Jesus’s Thirteen.
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