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domingo, abril 09, 2006

Le dimanche des philosophes

En los relatos triunfan las ideas. Los relatos vencen que explotan las ideas.
Ortega:
Por otra parte, conviene hacerse cargo del extraño modo de conocimiento, de comprensión que es ese análisis de lo que concretamente es nuestra vida, por tanto, la de ahora. Para entender la conducta de Lindoro ante Hermione, o la del lector ante los problemas públicos; para averiguar la razón de nuestro ser o, lo que es igual, por qué somos como somos, ¿qué hemos hecho? ¿Qué fue lo que nos hizo comprender, concebir nuestro ser? Simplemente contar, narrar que antes fui el amante de esta y aquella mujer, que antes fui cristiano; que el lector, por sí o por los otros hombres de que sabe, fue absolutista, cesarista, demócrata, etc. En suma, aquí el razonamiento esclarecedor, la razón, consiste en una narración. Frente a la razón pura físico-matemática hay, pues, una razón narrativa. Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia. Este hombre, esta nación hace tal cosa y es así porque antes hizo tal otra y fue de tal otro modo. La vida sólo se vuelve un poco transparente ante la razón histórica. ”. La razón que no podía sino habitar ese recinto que se llama vida.
Con la vida hemos topado, y nosotros que vivíamos tan tranquilos. "¡Ah de la vida!"...¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido!" Pero la razón no será tampoco la única razón que florece en la historia que se nos muestra ordenada. Esa pobre retórica que algunos piensan que sólo obedece a ruido, a furia y a otros ejércitos ignorantes que en la noche.
Más bien será que no puede haber nada donde no vivan las ideas, porque las realidades que manejamos no pueden separarse de las mismas. Así, si las ideas triunfan es porque también son buenas narrativamente. Y en las historias encuentran un medio favorable. Pero las historias triunfadoras lo serán porque también tocan y por su modo de tocar las ideas.
Pero no es que en las cosas veamos proyecciones, sombras de las sublimes ideas, ni que la realidad nos sea accesible a través de unos esquemas o filtros ideales. Ni mucho menos se trata de que las ideas sean unos modos verbales que vayan enredándonos. Es que no podemos acabar de clasificar las realidades, no podemos hacerlo sin dejar que los distintos ámbitos de la realidad clasificados, ordenados, se interconecten a través de algo que es lo que llamamos ideas.
Todo esto está muy bien, pero recogemos a continuación una experiencia filosófica de primera magnitud y que no nos parece ajena a la tesis recogida en las líneas anteriores. El deporte en la mañana de los domingos difiere radicalmente del deporte en la mañana de los sábados, pero no entraremos en esa diferencia. Simplemente nos referiremos a una experiencia al alcance de cualquiera que asista a un partido de fútbol o baloncesto de aficionados (y de no mucho nivel, hemos de añadir), preferiblemente desde alguna grada algo elevada sobre el nivel del terreno del juego. El espectador o filósofo descansado podrá comprobar cómo los equipos más incompetentes acaban por ejercitar una curiosa perseverancia táctica que progresivamente, sobre todo a partir del final del primer tiempo, va adquiriendo una consistencia casi sólida. Que posiciones, movimientos y recurrencias colectivas aparezcan sin ningún plan previo es fenómeno familiar y analizado por diversos estudiosos, pero aquí nos fijaremos en algo que nos parece esencial. Las configuraciones o estructuras que aparecen podemos reconocerlas ciertamente porque disponemos de esquemas previas sobre los que contrastarlas. Habremos de reconocer algo porque hemos de ahorrar incluso a la hora de percibir el caos. Incluso: el narrador deportivo enarbola su retórica sobre tales esquemas, pero lamentablemente los futbolistas domingueros no habrán escapado a la semana laboral. El terreno de juego estará unido a guerras y paces, circos y teatros, a través de metáforas, centrales en este caso, pero también porque su aislamiento será falso, se tratará de un dominio siempre penetrado por las ideas.
Por lo demás, un algoritmo es una narración. Cosas en el tiempo. O por mejor decir, qué mejor prototipo de narración, para usar el palabro cognitivista (o el palabro Ortega ibídem), que un algoritmo. No será, sin embargo, en el algoritmo donde hallará sus límites esa supuesta razón narrativa. Más bien, las ideas mismas serán el terreno de juego por donde ella serpenteará, esquivando o rebotando en las contumaces siempre ideas.

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