La tecnología, la representación de la tecnología y de su prestigio, tuvo momentos terroríficos en el cine. Hoy los tiene en las sobremesas televisivas. De canal en canal, llegamos a uno donde se emite 087: Misión Apocalipsis. Lo de 087 no estaba en la versión original de Guido Malatesta (ovviamente) y es el identificador del agente secreto protagonista (¿suena de algo?). La película es de 1966, el mismo año de 07 con el 2 delante (agente Jaime Bonet), que tanto nos recuerda a esa época en que los teléfonos crecieron de dígitos. De hecho, la tarde lleva a descubrir al agente 002 en otra cadena (Encarnita Polo en el siglo). Pero si la película de Iquino era un caso de locura logística que contaminaba la, digamos, lógica de la acción, la de Malatesta es un caso de montaje onírico-hipnopómpico-hipnagógico con flecos de terrores nocturnos. Atemorícese el lector con un Ed Wood montando películas con el imaginario (tan compartido) de Objectif Lune (Objetivo la Luna, au dessous des Pyrénees) y Tribulaciones de un chino en China u otros filmes brocantes. De pequeñas y grandes maravillas de la ambientación rapsódica pasaremos al delirio. Eso le pasa a la tecnología. Incluso a la de la reencarnación o resurrección: los programas de habladurías centran sus mayores esfuerzos en la resurrección de famosos (Ultimátum a la tierra, o bajo tierra). Una tecnología que garantiza la aburrida eternidad de la fama: épica, cirugías que famosas /las hórridas batallas prolongaron, que escribió Argote.
Pero el mando a distancia impone su ley. A medida que la batería disminuye, la rapsodia se incrementa. En otro canal, Ozores en El hombre del paraguas blanco, una película de Eisenstein por comparación con Missione Apocalisse, nos devuelve a unos años sacramentados en blanco y negro de pobreza feliz, de segar con hoz y darle al marro al compás de los sabañones. Ni los ricos tenían microondas. La tecnología tuvo mejores representaciones en los años de Calabuch (“¿Cómo va a subir el cohete si le atamos una cadena?” cuando estás vivían, pero no habían llegado sus metáforas en cadena al común de los hablantes).
Mas debemos interrumpir la deriva. La tarde había comenzado con al menos dos preguntas a las que guionistas y presentadores habían dado soluciones erróneas (Toma Larousse). Si ya no podemos confiar ni en Jordi Hurtado, ¿qué nos quedará sino los canales locales? Soñaremos ecoicos con el Musée du Conservatoire National des Arts et Métiers, que así creo que se llama, y Roca con sus leopardos de cristal. Con los televisores redondos, con... ¿a qué venía todo esto?
Pero el mando a distancia impone su ley. A medida que la batería disminuye, la rapsodia se incrementa. En otro canal, Ozores en El hombre del paraguas blanco, una película de Eisenstein por comparación con Missione Apocalisse, nos devuelve a unos años sacramentados en blanco y negro de pobreza feliz, de segar con hoz y darle al marro al compás de los sabañones. Ni los ricos tenían microondas. La tecnología tuvo mejores representaciones en los años de Calabuch (“¿Cómo va a subir el cohete si le atamos una cadena?” cuando estás vivían, pero no habían llegado sus metáforas en cadena al común de los hablantes).
Mas debemos interrumpir la deriva. La tarde había comenzado con al menos dos preguntas a las que guionistas y presentadores habían dado soluciones erróneas (Toma Larousse). Si ya no podemos confiar ni en Jordi Hurtado, ¿qué nos quedará sino los canales locales? Soñaremos ecoicos con el Musée du Conservatoire National des Arts et Métiers, que así creo que se llama, y Roca con sus leopardos de cristal. Con los televisores redondos, con... ¿a qué venía todo esto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario